Publica ‘Euforia’ (Tusquets)

Carlos Marzal: "La poesía es acción de gracias y voluntad de emoción"

"Soy un eufórico etimológico, alguien que trata de afrontar las adversidades del mundo con entereza, porque estar vivo es un regalo"

Carlos Marzal, en el centro de València

Carlos Marzal, en el centro de València / M.A.Montesinos

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

Carlos Marzal (València, 1961) tiene un hueco reservado en la literatura española, no solo como poeta, pero su pericia lírica llevaba tiempo callada, por eso el anuncio de un nuevo poemario ha agitado los cimientos del Olimpo poético. Con marzo, ha llegado Euforia, su último poemario que como indica su sentido etimológico, se trata de un arte del buen resistir.

Francisco Brines dijo en su última entrevista: «He sido lo que he querido ser, poeta». ¿También Carlos Marzal?

En mi idea del destino, el azar es siempre más determinante que la voluntad propia. He querido ser muchas cosas, ahora llega un momento en que no hay vuelta atrás. Es bastante difícil saber quién o qué es uno mismo. Supongo que soy poeta. Al menos mientras escribo poemas.

¿Por qué tanto tiempo sin publicar poesía?

Porque la poesía se escribe cuando ella quiere. No bastan ni el oficio, ni las ganas, ni la nostalgia del género. En mi caso, ha de imponérseme. Al menos como clima espiritual. Ha de existir en mí no sólo la idea del poema, sino una temperatura emocional. Puedo escribir un artículo, o un fragmento del ensayo o de la novela que me traiga entre manos, sin esa disposición de la que hablo, pero no un poema.

Han sido quince años.

No quiero ponerme estupendo, porque soy reacio a los misticismos de cualquier tipo. He pasado quince años sin ese clima especial, escribiendo otras cosas, pero echando en falta la poesía todas las mañanas. Sin dramas, pero con nostalgia.

¿Cómo va de ‘Euforia’?

Soy un eufórico etimológico; es decir, alguien que trata de afrontar las adversidades del mundo con entereza. Estoy más cerca de los estoicos y de los epicúreos -que son el anverso y el reverso de la misma moneda- que de otras escuelas de pensamiento. Pero también soy un animal celebratorio. Estar vivo es un triunfo y un regalo. La poesía también es un sistema para aupar los corazones.

«En mi particular vocabulario / de amor y conmociones, / la palabra Valencia significa / mi forma de vivir. Es un destino». ¿Destino querido?

El destino no es lo que se quiere, sino lo que no se puede dejar de querer. No es lo que se busca, sino lo que se encuentra. València se ha convertido en una parte de mi sistema nervioso (por eso a veces me pone de los nervios). Mi carácter es una de las incontables manifestaciones de la ciudad. Me parece el mejor lugar del mundo para vivir; pero no porque lo sea en realidad, sino por el simple hecho de que me lo parece a mí, y a estas alturas de mi vida no voy a discutir conmigo mismo.

Pudo irse, pero se quedó.

Hubo un tiempo, en que soñaba con vivir en cualquier parte, con soñar en otro idioma, con enamorarme en otra lengua, con vagabundear. Con sólo pensar en el hecho de haberme quedado a vivir fuera de España, me sube la fiebre. Mis amigos en el extranjero se pasan el día llorando por no vivir aquí. El cosmopolitismo es una ordinariez vestida de gala, la catetería observada a través del catalejo romántico, y el Romanticismo es el espíritu literario que más daño ha hecho a la humanidad, a pesar de sus obras maestras. Ha sembrado el universo de cursis y melifluos, de damas de las camelias y de pseudosensibles bajo el claro de luna.

Hay algunos poemas dedicados en ‘Euforia’.

Hay bastantes. A gente que me importa, a la que quiero. Es mi forma de hacérselo saber. Con discreción y exhibicionismo, valga la paradoja que no es tal. He olvidado hacer algunas dedicatorias más. Escribo, en buena medida, para dedicar lo que escribo. Soy un poeta dedicante. Las personas a quienes dedico un texto lo mejoran, lo embellecen, y a menudo son lo mejor del libro.

¿Agradecido o conmovido?

Las dos cosas, sin contradicción. Agradecidamente conmovido y conmovidamente agradecido. La poesía es, según la veo, acción de gracias y voluntad de emoción. De emoción estética, de emoción biográfica, de agradecimiento biológico, histórico, íntimo. Escribo para pintar un retrato moral del individuo que escribe en mí, para dar cuenta de una vida a través de la aventura en las palabras. La cita de Rubén que abre el libro dice: A saludar me ofrezco y a celebrar me obligo. Pues eso.

¿Los años nos hacen más exigentes?

A mí me han vuelto más permisivo y tolerante. Estoy a punto de alcanzar la condición angelical, la santidad en vida. Sin embargo, creo que, aunque gustamos de cosas muy diferentes, las cosas que nos gustan de verdad, hasta la médula, son unas cuantas, y las que se parecen a esas cuantas cosas. No creo en la ampliación permanente del gusto. Eso es un camelo de los que no tienen ni gusto ni criterio. Una vez formado el gusto, no evoluciona demasiado, como la fisonomía. Y con respecto a mí mismo, hago lo que puedo. Seguro que a algunos les pareceré demasiado permisivo conmigo mismo en mi libro. Puede que tengan razón, pero qué le vamos a hacer.

¿E intransigentes?

Todos somos un cóctel aleatorio de intransigencias y de tolerancias públicas y privadas. Voy camino de viejo y no creo que los años nos den derecho a nada en especial. El de escritor cascarrabias es un disfraz muy usado, muy penoso. Procuro cultivar tan sólo intransigencias menores. No tolero bien el énfasis, ni la carne poco hecha. Cada vez llevo peor la tontuna de todos esos biempensantes que quieren reescribir la historia desde el chiripitiflautismo. Estamos rodeados de tontos que aspiran a Una, Grande y Libre Disneylandia.

El mejor libro es el último. Lleva unos cuántos, pero Tusquets presenta ‘Euforia’ como su mejor poemario.

Queremos creer que lo último que hacemos es lo mejor. Pienso que Euforia es el mejor libro que escrito, lo cual no quiere decir nada en especial, sino que creo que contiene el mayor número de poemas que considero mejores de entre los que he podido escribir. Sólo eso. De lo que publicamos deben opinar los lectores. Es un libro extenso, y a los amigos de los libros breves eso les parecerá un pecado. Es un libro que aspira a la claridad, y a los partidarios del esoterismo poético eso les resultará un crimen. Es un libro con apuestas privadas -prosaísmos, asperezas, algún disparate-, y a los feligreses de la absoluta sensatez eso les sonará a blasfemia.

¿Presión?

Ninguna. Siempre he escrito con total impunidad. Como estoy seguro de no haber hecho nada, no siento ninguna responsabilidad. Escribir, para mí, siempre ha sido una suerte de juego liberador. Combinar palabras es muy entretenido, aunque produzca dolores de cabeza. Sólo soy hipertenso en la vida real, pero con 16 miligramos diarios de Candesartán estoy hecho un toro.

«Vivir del aire» es uno de los poemas. ¿Y por amor a la literatura?

El amor a la literatura es una de mis fidelidades permanentes. Soy lo que soy por lo que he leído, por lo que han escrito mis autores favoritos. Las cosas que nos gustan no nos hacen vivir, pero sin duda consiguen que vivamos mejor. Me habría gustado poder vivir de la literatura. Creo que habría sido un buen escritor profesional, de los que sacan una novela cada dos años, un ensayo cada dos y medio, una recopilación de artículos cada tres, y cada cuatro un libro de poemas. Estoy seguro de que habría sido un magnífico multimillonario a lo Simenon, o a lo Blasco Ibáñez, con villas y castillos por esos mundos de Dios, organizando fiestas decadentes como Jay Gatsby, uno de mis quiméricos ejemplos de vida.

¿Qué poeta vivo lee más?

Todos nos alimentamos más de cadáveres literarios. Pero me gusta leer a mis contemporáneos. No me pierdo nada de Felipe Benítez, de Vicente Gallego, de Lola Mascarell, de José Mateos, de Ada Salas, de Jose Saborit, de Eloy Sánchez Rosillo, de Manolo Vilas. Hace mucho que renuncié a estar al día de lo que se publica. Cultivo una escrupulosa desinformación general.

¿Se salvará el Valencia CF?

El fútbol es la deidad más caprichosa que existe. Me da miedo, por superstición, manifestar en público mi absoluto convencimiento de que el Valencia CF se salvará del descenso, porque jugar a ser oráculo con asuntos tan serios resulta una frivolidad. El Valencia se ha convertido para mí, en un misterio ontológico con el que me reconcomo a diario. No sé cómo hemos llegado a esto, ni cómo podremos salir de este atolladero deportivo, societario, civil y metafísico.

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