Fuera de compás

Buscando un deporte

Buscando  un deporte

Buscando un deporte / Fernando Soriano

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Se acabaron las vacaciones de Pascua y los niños regresan al colegio. Los que no parecen querer volver al pantagruélico abismo del que surgieron son los kilos acumulados a base de las más o menos piadosas ingestas de ajoarriero, mandonguillas de bacalao, arroz con leche, monas, torrijas, pestiños y otras frutas de sartén adecuadamente remojadas en los más variados licores. Iniciamos la operación bikini y hay que buscar un deporte que ayude a bajar de peso.

El patinaje sobre hielo no parece ser una opción para contemplar de cara al verano, pero por un triunfo contra los michelines tan épico como el deportivo y sentimental que obtiene la pareja protagonista de la canción «Calgary 88» de Antònia Font, me enfundo en unas mallas, me calzo las cuchillas y me pongo a dar saltos mortales a toda velocidad sobre la pista helada aunque me rompa los dientes. Medalla de oro, boda instantánea oficiada por uno de los árbitros y un beso de película que ponen la carne de gallina en esta preciosa pieza del grupo mallorquín basada en la historia de amor de los patinadores soviéticos Ekaterina Gordeeva y Sergei Grinkov.

A mí el fútbol ni fu ni fa, pero hay que reconocer su importancia en la cultura popular moderna. Ha generado una cantidad de iconografía, literatura, cine, modas, ídolos y canciones difícilmente superable por cualquier otro deporte. Lo que pasa es que para practicarlo se necesita mucha gente y mucho espacio, y yo soy de los que piensan que el infierno son los demás, sobre todo cuando son 22 gachós sudados en calzoncillos espoleados por una muchedumbre furibunda. Me aterra la masa, pero me fascina «Maradona» de Calamaro, hermosa en la descripción del ángel caído en desgracia. Capaces de lo mejor y de lo peor, siempre admiré a esta pareja de argentinos, sobre todo por sus hedonistas actividades extraprofesionales.

Dicen que los pilotos de Fórmula Uno pierden un montón de kilos en cada carrera, pero es pensar en el dinero que cuesta llenar el depósito y me desmotivo. Deporte aburrido, de pijos, ingenieros y mecánicos, cobró una importancia absurda en nuestro país a raíz de la aparición de Fernando Alonso. Contó con el respaldo absoluto de una clase obrera desconcienciada, adicta a la velocidad de potentes coches tuneados que los bancos financiaban junto a bodas de ensueño y adosados estupendos. En aquella época en que los yesaires y las cajeras viajaban a las Seychelles, porque Cancún era de tirados, el inefable Melendi narraba las gestas del piloto asturiano en la hórrida «El Nano» Yo siempre preferí «Niki Lauda», de Los Petersellers, por su sentido del humor y porque la oreja a la plancha me parece un manjar.

Así en plan exótico se me ocurre apuntarme a críquet. Parece un deporte tranquilo que se practica sobre un césped pulcramente recortado, vestido de blanco, con jersey de pico y pantalones largos. Sus movimientos tienen la flemática plasticidad tan característica de la raza británica y, desde hace unos años, cuenta con una excepcional banda sonora en forma de un disco conceptual que, sobre este juego y sus interioridades, compuso e interpretó el divino Neil Hannon, junto a Thomas Walsh, bajo el nombre de The Duckworth Lewis Method. Su primo lejano, el béisbol, también tiene su encanto, sobre todo después de que nos lo hayan colado en infinidad de películas. Pues aun así, ni idea de lo que pasa en uno de esos campos con forma de diamante, pero qué bien les sale a los Goo Goo Dolls ese himno del asunto que es «Take me out to the ball game».

Lo de correr se acerca más a mis posibilidades reales. Miro con envidia a los ascéticos papis del cole, me maravilla su capacidad de sacrificio y superación y la gracia que tienen para policromarse el tipín con brillantes licras. Lo recomiendan médicos y psicólogos, y Richard Dawson casi me convence con la fantásticamente cachonda «Jogging», pero me da miedo reventar a la tercera zancada. Lo que sí me voy a comprar, y ya es un comienzo, es un chándal. Lo cantaban Las Máquinas, aquella magnífica banda valenciana de rock bailable, psicodélico y zumbón. Vale para cualquier ocasión, democratiza la apariencia y no se plancha. Comodidad ante todo y bien suelta la huevada, aunque sea para seguir practicando el sillón bol, los cien litros lisos o el levantamiento de vidrio en barra fija.