Paco Ramos ilumina su futuro

El torero de Onda firma la faena de su vida a "Vivaracho", un extraordinario toro en la muleta de la ganadería de El Parralejo que fue sobrero en una mala corrida de Miura

Paco Ramos inició la faena a "Vivaracho" con dos pases cambiados por la espalda

Paco Ramos inició la faena a "Vivaracho" con dos pases cambiados por la espalda / Nautalia/Litugo

Jaime Roch

Jaime Roch

La sensación que dejó la faena de Paco Ramos, los olés que despertó desde el tendido, fue de lo más rotundo de la Feria de Julio. Era la última bala de una programación desahuciada por el sofocante calor y el mal juego del ganado elegido por las figuras y, de golpe, la plaza abrió los ojos como si se desperezase de un mal sueño. O cabría decir que un sueño ligeramente feliz para el torero de Onda que alimentó cualquier pretensión alegórica de unos aficionados que poblaron los tendidos en casi tres cuartos de entrada. Una corrida de Miura, esos toros que con su sola sombra invaden el ruedo de temor, firmó la mejor entrada del ciclo. Y en plena jornada electoral.

Pero no fue un toro de la legendaria ganadería que pasta en Zahariche el que puso a todo el mundo de acuerdo y entregó en bandeja de plata el título de triunfador de la feria al torero castellonense. Fue un ejemplar de El Parralejo, de nombre “Vivaracho”, extraordinario en la muleta por todas las series que duró y de gran codicia y prontitud. Aunque tuvo la intención de rajarse en el último momento y quizá por eso el presidente no le dio la vuelta al ruedo, además de que no cumplió apenas en el tercio de varas. Pero en la muleta, eso sí, fue un gran toro. Y, sobre todo, de presentación: un tío, muy serio. Pero tiene su explicación: fue reseñado para la Feria de San Isidro de Madrid, pero recibió una cornada en El Batán y, obviamente, quedó fuera del reconocimiento.

Así que Ramos, con un temple propio de los elegidos, tiró de él pase a pase para recorrer el infinito de su profundidad hasta convertir su toreo en un pozo al que se asomaron, evocadas, las pupilas asombradas de su futuro. Las series por el pitón derecho, con la confianza que aporta la madurez de los años y el poder de sus muñecas, tuvieron la firma de ese misterio del toreo que todos los que acudimos a una plaza de toros buscamos. Las altas emociones poblaron la atmósfera. Al natural también empujó al toro sensacionalmente, como si en ese momento se sintiera sabedor de que era el hombre con más poder en el universo mientras tenía en sus manos el motor ardiente de la bravura. Sencillo, clásico, puro. El destino se lo tenía reservado después de tanta lucha y solo la espada tenía que acabar de recorrer la autopista al triunfo. Este santo oficio que supone el toreo había hecho justicia, pero una infinidad de pinchazos arruinó la obra. Bueno, la obra no, el triunfo, las dos orejas. La faena quedará ahí para siempre porque su alma quedará bien también siempre. 

El torero valenciano Jesús Chover fue todo corazón

El torero valenciano Jesús Chover fue todo corazón / Litugo

Y es que las personas se distinguen por lo que ambicionan y este torero de 42 años, más allá de los pinchazos, tiene en su haber la faena de su vida. Esa que en el camino de esperanza casi sin fundamento que supone el toreo casi nunca llega. Pero él ya la tiene. Y nadie se la puede arrebatar. La vuelta al ruedo fue clamorosa.

En su primero ya mostró sus cartas. Con un valor tan duro como placas de toneladas de acero, el segundo Miura de la tarde, mirón y con sentido, no tuvo más remedio que embestir, de tener la obligación de repetir porque andaba -casi literalmente gateaba al más puro estilo toro mexicano- sometido a esa cadena de seda que supone el temple. Eso sí, fue excepcionalmente lidiado por el subalterno valenciano David Esteve, sin un capotazo de más. El mal uso del acero también le robó un premio más que merecido.

El resto del festejo

El resto de la corrida es otra historia. O directamente no fue. Y es que el eco que aporta el nombre de Miura por sí solo taladra el timbre del pensamiento, como si sus letras se hundiesen en el retrospectivo paraje del miedo. A buen seguro que, a cualquiera de los tres toreros, este apellido tan legendario en la historia del toreo fracturó la espesura del sueño en más de una noche. Porque sus cinco letras por sí solas producen un brusco derrumbe sensitivo.

El torero valenciano Jesús Chover fue todo corazón pero, igual que le pasó a Fernando Robleño, no tuvo opción con sus miuras. El resto de animales embistieron como si pegasen bocados por el cuello, sin humillar y sabiendo en todo momento lo que se dejaban detrás.

Los tres toreros se marcharon andando, como el resto de actuantes en esta Feria de Julio. A buen seguro que Paco Ramos sintió punzadas en el corazón cuando salió de la plaza, pero los aficionados ya habían exhalado olor a torero. Era él. 

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