Miguel Giménez: "A Granero le pido protección e inspiración"

El torero de la Pobla de Vallbona realiza su particular peregrinaje a la tumba del histórico diestro del barrio del Pilar antes de torear en Perú el día 28

Miguel Giménez frente a la escultura "Amor y consuelo" del artista Arnal que representa el mausoleo de Granero

Miguel Giménez frente a la escultura "Amor y consuelo" del artista Arnal que representa el mausoleo de Granero / M.M.

Jaime Roch

Jaime Roch

Una lengua de aire huracanado acaricia su melena engominada. Luce aire agitanado, camisa de seda con dos botones en el cuello y una tez morena del verano americano. Enjuto y sin estridencias, Miguel Giménez se presenta en el Cementerio General de València para cumplir con su plegaria antes de volver a Perú, donde el próximo 28 de enero actuará a 3.907 metros de altura sobre el nivel del mar (la ciudad de Ayaviri).

Y es que el torero de la Pobla de Vallbona -siempre que puede- peregrina a la tumba de Manuel Granero antes de torear: "Es una tradición de respeto a los antiguos maestros que surgió en mi época de novillero, cuando conocí su historia", relata antes de iniciar esa especie de itinerario quimérico en busca de "protección e inspiración" para quien acosan los espectros consecutivos del amor al toreo y la muerte de un torero tan joven como Granero.

La ilusión de la Copa Chenel

La vida de Miguel Giménez se medía por una especie de reloj parado, solo había un vago presente, una historia sin continuidad razonable, un espacio luminoso donde los sueños se articulaban poéticamente a la realidad y la desalojaban de todo contenido lógico: "Me he tenido que marchar a Perú para poder vivir del toreo. En dos años consecutivos allí, ya llevo más de cincuenta corridas de toros con el objetivo de entrar en certámenes como el de la Copa Chenel de la Fundación del Toro de Lidia y en plazas como València. Ahora toreo el próximo domingo e inicio mi temporada en esa tierra que me ha dado la oportunidad de ser torero".

Él mismo, sin ni siquiera preguntárselo, llega a la preceptiva conclusión de que "no me lo hubiera imaginado antes de ir, pero una vez allí me di cuenta que era fundamental ponerse el vestido de torear y sentir la presión del público y el respeto de la cara del toro la mayor de las veces posible para poder evolucionar como torero". 

Rosas para un torero

Rosas para un torero / M.M.

"Me siento mucho más capaz delante de los toros y, por eso, me he inscrito a la Copa Chenel, donde miran mucho el currículum, y he hablado con los empresarios de València para poder torear allí". Sobre qué le han dicho los gestores de la plaza valenciana, asegura que tras una reunión en Las Ventas le prometieron que le tendrían en cuenta: "Confío en debutar como matador de toros en mi plaza, es un derecho que tengo como valenciano que soy". 

Frente a Manuel Granero

La conversación se detiene frente a la tumba de Granero. La expresión de la cara le cambia y su potencial expresivo aumenta. Medita, observa, asimila. Como si hubiera descubierto algo nuevo en la geografía del mármol después de tantas veces al hilo de esa capacidad evocadora que representa el histórico torero del barrio del Pilar. Deja un ramo de rosas, enciende una vela e insiste: "Granero es nuestro ancestro, nuestro torero total, el padre del toreo valenciano. Fue figura en la época de Joselito El Gallo y Belmonte y eso son palabras mayores".

Con un flujo intermitente, tumultuoso de palabras, pierde el tono coloquial y explica que "en Perú se celebra tanto la vida como la muerte y eso me ha ayudado a ver la vida de otra manera porque me ha hecho tener igualmente presente a los que están como a los que ya no están. Por eso, mi peregrinación anual a la tumba de Granero ha adopatado mucho más sentido en Sudamércia". 

Vuelve a hacerse el silencio, esa presunta línea divisoria entre su presente y los sueños que le quedan por cumplir: "Los toreros valencianos estamos en deuda con Granero, incluso con su muerte, y debemos de procurar estar a la altura de su memoria". 

Una vela en memoria de Manuel Granero

Una vela en memoria de Manuel Granero / M.M.

Sobre su madurez como persona, explica que "esta profesión te hace ser muy creyente. Mis vivencias en Perú, la soledad, los largos viajes y aquellos parajes inhóspitos me han multiplicado mi fe en Dios y en mí mismo como torero. Hay que mirar al pasado para poder afrontar el futuro. No nos podemos guiar por el presente, por cómo es la sociedad hoy en día, me tengo que alimentar del pasado".

Una bandada de estorninos no deja de cantar. Ni los gatos de merodear en toda la conversación. Estas charlas se alimentan de su cultura taurina, la memoria de los toreros de otro tiempo, la evocación de esos grandes artistas que todavía viven en su retina y ofrecen en su propia tauromaquia chispazos de genio e imaginación.

Atípico e imprevisible, el torero enfila la puerta y se despide: "El toreo de hoy en día se ha convertido en una especie de deporte y, como decía Belmonte, el toreo es un ejercicio espiritual y hay que cultivarse para eso. El sentimiento es lo que de verdad importa en la cara del toro. Él entrega la vida, muere por ti, y la vida del torero está en juego", concluye.