Román, geografía de un esfuerzo

El joven torero de Benimaclet corta dos orejas y supera la tarde de su vida a base de entrega y valor frente a seis toros de distintos hierros

Los buenos ejemplares de Fuente Ymbro y Luis Algarra destacaron sobre el resto de animales lidiados

El espada logró salir por la puerta grande tras lidiar seis toros en solitario.

El espada logró salir por la puerta grande tras lidiar seis toros en solitario. / EFE/Biel Aliño

Jaime Roch

Jaime Roch

No era una tarde fácil. Más bien un atragantón de primer orden en la plaza de toros de València. Pero Román hizo el paseíllo bajo la memoria de su vida como torero, con ese fervor más que incitante que se había gestado comúnmente con la afición de su tierra después de diez años como matador de toros. Tan valiente, tan intenso, tan seguro de sí mismo, cruzó el ruedo como si estuviese cruzando un prado de margaritas en primavera. En cada paso prevalecía la memoria venerable de lo que un día fue y de lo que es hoy en día, bajo los subterfugios de la emoción, con esa juventud irresistible de sus casi 31 años. La vida abierta de par en par en la misma boca de la épica, tal y como ocurrió en el quito toro, cuando el toro de Domingo Hernández le dio dos fuertes volteretas y en una de ellas cayó con todo el peso de su cuerpo en el cuello. 

Las lágrimas del torero

Absorbido por ese ingrediente alucinatorio que no es otro que una ilusión que ensanchó prodigiosamente su mente durante toda la tarde y sin perder esa sonrisa, porque la alegría de Román consiste en una vinculante apelación a la vida, el torero de Benimaclet trató de ganar su apuesta durante toda la tarde. Costase lo que costase. Toro a toro. A base de entrega, de épica, de corazón y hasta de lágrimas, como pasó antes de salir el sexto toro, cuando tras el palizón no se acordaba prácticamente de nada. Y ataviado con un terno lleno de potencia lumínica y rango histórico, hecho a imagen y semejanza de Manuel Granero: un azul celeste y azabache. O Granero y azabache cabría que decir. 

Y esa memoria del histórico torero del barrio del Pilar de València que Román homenajeó, le asistió balsámicamente como si le echara una mano en toda la tarde con esa vieja ley referida a los equilibrios que dan los dioses del pasado. 

Él sabía que el mundo se había detenido a su alrededor y, esa tarde, realizó una de las mejores faenas que se le han visto como matador de toros. Ocurrió en el segundo de la tarde, un señor toro de Fuente Ymbro que fue ovacionado de salida. De inicio, Antonio Chacón y Fernando Sánchez destacaron en banderillas y, en la muleta, «Sacacuartos», número 90, desarrolló una embestida difícil que Román supo resolver con inteligencia. La clave de su labor fue leer a la perfección la vibrante condición del toro, con una embestida con prontitud pero que, al principio, tenía poco recorrido. Y a base de sitio y distancia, el espada de Benimaclet alargó su recorrido. Le dejó muerta la muleta en la cara y tiró de él con la mano baja para dibujar muletazos con profundidad. A partir de ahí, surgieron los derechazos rotundos en una labor que fue la más importante de la tarde. Unas bernadinas dieron paso a una extraordinaria estocada que llevaba prendida el sentido último del trueque perpetuo entre el hombre y el toro: jugarse la vida a carta cabal. Paseó una oreja que bien valía en su peso por dos

El torero valencaino sufrió una fuerte voltereta en el quinto de la tarde

El torero valenciano sufrió una fuerte voltereta en el quinto de la tarde / EFE/Biel Aliño

Buen toro de Algarra

Otra oreja paseó del sexto, un buen toro de Luis Algarra que toreó algo desmadejado y mermado de facultades, pero firme en su decisión. El público se mostró muy cariñoso con él durante toda la tarde y lo quiso sacar en volandas. También pudo pasear otro trofeo del primero de la tarde, un toro de El Parralejo algo basto pero que tuvo prontitud y cierta transmisión, pero pinchó su labor. El victorino que saltó en cuarto lugar se lo brindó al maestro Vicente Ruiz 'El Soro', pero fue una prenda por su cambiante embestida. El tercero, un Pedraza de Yeltes que brindó a María José Catalá y José Luis Martínez Almeida, tuvo buen son y Román anduvo muy templado con él. Al final, la tarde ofreció la imagen de una lección prodigiosa de la épica y el esfuerzo de un torero. Que no es poco. 

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