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Mujeres al pie del cañón

Lorena es cuidadora de un centro para personas con discapacidad, Juani es empleada de limpieza, Arantxa es sanitaria en el Hospital La Fe e Isabel trabaja en un supermercado. Han sido siempre esenciales en sectores feminizados y poco reconocidos. La pandemia las ha hecho más visibles

Arantxa, Juani, Isabel y Lorena, fotografiadas esta semana ante el Hospital La Fe de València

Mujeres esenciales, antes y después de la pandemia. Curan, cuidan, limpian y atienden, pero no siempre su trabajo está reconocido. En la víspera del 8M relatan su experiencia en un año difícil.

Estan ahí. Ahora y antes. Durante toda la pandemia. Han cuidado, curado, limpiado, investigado... Han sido esenciales para sostener una sociedad sacudida por un virus que obligó a la humanidad a confinarse, a ver restringida su propia naturaleza social. Las cifras lo atestiguan. Las mujeres han sufrido más que nadie el impacto negativo de esta epidemia: más paro, más violencia de género, más sobrecarga familiar y, también, según ha revelado el último informe del CIS, mayor daño emocional. Pero huyamos del victimismo. Las mujeres han sido también protagonistas de la lucha contra la covid-19, muchas de ellas, silentes, porque han estado al pie del cañón desde trabajos clave, muy feminizados, y de escaso valor social y económico. Muchas han sido invisibles, pero sin su esfuerzo, la vida de muchas otras personas habría sido muy distinta. En la víspera del 8M, CVSemanal ha reunido a cuatro mujeres ‘esenciales’ para conocer su experiencia. A todas ellas les une pertenecer a sectores laborales feminizados y no siempre debidamente reconocidos.

Lorena Palau trabaja desde hace 14 años como cuidadora en el centro Carmen Picó de Alzira, que atiende a 25 personas con discapacidad intelectual severa. La plantilla, en su mayoría mujeres, se encarga de cubrir sus necesidades personales: «Hay que hacérselo todo: ducharles, darles de comer, vestirlos, cambiarles el pañal, controlar su temperatura, etc.», explica. Son personas muy delicadas de salud, de ahí que la pandemia hizo a las cuidadoras ser si cabe más responsables. El centro quedó libre de covid-19 en la primera ola, pero sufrió un brote en septiembre: 23 personas infectadas y un sólo fallecido, un golpe para las cuidadoras. «Se nos fue Manolo, nos dio mucha pena y nos quedamos muy despagadas porque se les quiere mucho», cuenta con sentimiento.

"Los primeros días fueron una locura, me pedían desinfectar rellanos donde había infectados"

Juani Laserna - Limpiadora, 52 años

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Lorena confiesa que ha vivido este año «con mucho nerviosismo», pero su principal miedo no ha sido contagiarse ella, sino llevar el virus al centro o a su casa, lo que le obligaba a extremar la higiene. «Mi hijo tiene una enfermedad crónica y mi padre, más de 80 años», cuenta. «Los residentes no llevan mascarilla y están todo el día tocándote, a veces vivimos situaciones difíciles», añade. Pero a Lorena le sobra energía, ánimo y, «sobre todo, vocación». Admite que su trabajo es duro física (ya tiene artrosis en los dedos) y emocionalmente «Algunas han ido a trabajar el primer día y al ver el panorama, no han vuelto», narra. «Suena mal decirlo, pero tengo la sensación de que aquello es como un desguace, como cuando un coche se estropea y se tira; son personas que han nacido con este problema y la sociedad no sabe que existen», explica. Lorena cree que el mundo de los cuidados está poco valorado y descarta que esto cambie por la pandemia: «Oía los aplausos desde los balcones y me parecía falso», cuenta.Eso sí, ella se queja poco, aunque afirma que la mayoría de las cuidadoras del Ivass son temporales.Por eso, pide a la Generalitat que unas oposiciones libres no las deje sin trabajo después de tanta dedicación y esfuerzo.

Juani Laserna tiene 52 años y no sabe lo que es parar.Ha hecho de todo en la vida y desde hace ocho años es empleada en una empresa de limpieza. A diferencia de otras limpiadoras sin contrato y que el estado de alarma obligó a quedarse en casa, ella no sabe de confinamientos. Se ha pasado el año de municipio en municipio, limpiando casas, escaleras o fábricas. Sabe lo que es guardar cola ante los controles policiales con el miedo en el cuerpo de sobrepasar el horario que establecía su salvoconducto en marzo y abril . Recuerda «el caos» de las primeras semanas, de cómo su trabajo se intensificó. Siguió limpiando en los mismos sitios, pero «el nerviosismo» de la gente complicó su trabajo: «A veces me pedían que limpiara rellanos porque en ese piso vivía algún infectado o me insistían en limpiar las barandillas, los pulsadores de los ascensores, etc. La gente en esa locura echaba productos corrosivos, muy difíciles luego de quitar». Cuenta que la «lejía», ya habitual en su trabajo, llegó a ser un olor que se le incrustó en la nariz de tanta usarla. Juani relata las dificultades de las primeras semanas, cuando tuvo que trabajar sin mascarilla y sin guantes de látex porque estaban agotados. «Llevábamos de esos de plástico, que no sirven de nada», apunta. Aunque lo que más le impactó fue el «silencio de las calles, sin niños». Al llegar a casa, «me quitaba la ropa en el rellano y comía sola» porque su hijo de 26 años tenía miedo a que ella lo contagiara. Juani es consciente de que su ramo es «el último de todos, el menos valorado». «A veces llegué a desear quedarme confinada, pero no importó trabajar, hubiera sido voluntaria para cuidar ancianos», asegura. «Sé que no he corrido tanto riesgo como las compañeras que limpian hospitales, pero, sí, mi trabajo es esencial», afirma.

"Los residentes no llevan mascarilla, te tocan todo el rato y a veces vivimos situaciones difíciles"

Lorena Palau - Cuidadora, 47 años

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Arantxa Regal fue consciente de que algo gordo pasaba cuando se suspendieron las fallas. Trabaja desde 2018 en el servicio de hemodinámica (cardiología) del Hospital La Fe y, como al resto de personal sanitario, el coranavirus trajo consecuencias en su día a día. «Muy pronto empezamos a trabajar con protección, a ponernos los Epis y a reforzar el uso de mascarillas porque aunque no estábamos en primera línea de la covid-19, los códigos de infarto se atendían a pelo, sin PCR y muchos eran positivos», cuenta. «Sobre todo, sentí incertidumbre, pero al final no dejas de trabajar, funcionas como una máquina y es luego cuando has de digerirlo», explica. Su fórmula para «no llevarse el trabajo a casa» se vino abajo con las restricciones: «Me distraía con el deporte, los amigos y es duro llegar a casa y quedarte encerrada».

Mujeres al pie del cañón Fernando Bustamante

A sus 28 años Arantxa optó por autoexcluirse porque su obsesión era no ser foco de contagio ni para pacientes ni para familiares: «Al principio, no tocaba ni al perro, ni le daba un beso a mi pareja, no quedaba con amigos y en Navidades fui muy precavida con las reuniones familiares». Relata lo minucioso del protocolo cuando entraba en casa: descalzarse, quitarse la ropa, lavarla a parte. El paso del tiempo, además, no la ha relajado: «La tercera ola me generó más estrés y ansiedad porque nos ha tocado más de cerca, con gente conocida contagiada». Admite que la primera noche que oyó los aplausos de la gente, se puso a llorar. «Me di cuenta de que mi profesión es más importante de lo que yo pensaba, feliz de saber que se aprecia lo que hago». Eso sí, sabe que la enfermería es una profesión «estigmatizada» y mucha gente la sigue viendo como «la asistente del médico». «Pero somos un equipoy ambos somos esenciales», defiende. «No somos unas manos que curan o pinchan». Esta joven tiene razones de sobra para tal afirmación. Junto con otras seis compañeras y compañeros, realizó en sus ratos libres un estudio sobre el impacto que el miedo al virus ha tenido en los infartos. Recibió el Premio Nacional de Cardiología en Enfermería Cardiaca. La investigación es un mundo ya de por sí complicado para las mujeres y es muy poco común en el ámbito de la enfermería. «Es el momento de demostrar que también podemos», apunta.

"Los primeros días la gente corría, arrasando con los productos, como si hubiera una guerra"

Isabel Copete - Empleada de supermercado, 49 años

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Isabel Copete tiene 49 años y trabaja en un supermercado de Picanya. Durante la pandemia ha hecho de todo: reponer productos, ayudar en caja y sobre todo, atender la carnicería. Su vida en el primer estado de alarma fue una locura.No por casualidad perdió cinco kilos. «Se me cerró el estómago», recuerda. Con una hija de 8 años y uno de 11 tuvo que hacer maravillas para atenderlos. Ambos sin colegio y ella y su marido trabajando, pidió favores a hermanas y vecinas para atenderlos. Con verdadera angustia sufrió los ratos que tuvo que dejarlos solos porque, subraya, estaba más tiempo en el trabajo que en casa. «Lo pasé francamente mal como madre porque de un día para otro tuve que improvisar», relata.

"Al principio no tocaba ni al perro. Los aplausos me hicieron ver la importancia de mi trabajo"

Arantxa Regal - Enfermera del Hospital La Fe, 28 años

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De su trabajo tiene grabada una imagen del primer fin de semana previo al confinamiento: «La gente corriendo, arrasando con los productos, como si todo se fuera acabar, como si llegara una guerra». En un primer momento, trabajaron sin protección haciendo frente a clientes ávidos de compra. «Sentí miedo e incertidumbre, ante el temor de contagiarme», cuenta, aunque nadie en la plantilla resultó afectada. «Llegaba a casa, me desnudaba en la puerta y me duchaba; las noticias tampoco ayudaban, todo eran muertes. Sí, sentí mucho miedo», admite. Los guantes, las mascarillas y las gafas llegaron, eso sí, «con gran agilidad» y eso les permitió relajarse. Isabel lamenta que el sector de la alimentación y sus trabajadoras estén poco reconocidas. «Estábamos allí todo el día, al pie del cañón, y encima la gente se enfadaba cuando faltaban cosas». Comprende el miedo de la gente, pero subraya que el interés de todas fue atender lo mejor posible y protegerlas. «Hacíamos de policías, para controlar los aforos, las distancias, para garantizar la seguridad de todos», añade. «Ahora todo se ha relajado», cuenta con cierto alivio.

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