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Muñoz Molina: "Nuestro mundo es tan eficiente como frágil"

El autor de ‘Volver a dónde’, libro que nació en el confinamiento y que acaba de ver la luz, se muestra convencido de que «es necesario cambiar el modelo económico antes de que el desastre total caiga sobre nosotros»

Muñoz Molina

¿Qué necesita usted para escribir?

Pocas cosas. Al haber trabajado en el periodismo y al haber tenido hijos, estoy muy acostumbrado a escribir casi en cualquier situación. Solo necesito un sitio en el que sentarme un rato.

¿Qué significa para usted ser periodista?

Para mí el periódico es una forma, un aspecto de la literatura. No hay ninguna diferencia entre periodismo y literatura, es lo mismo, el periodismo es una variante de la literatura, solo que se hace en el presente inmediato. La literatura, en cambio, toma cierta distancia.

Su último trabajo literario responde al título de ‘Volver a dónde’, un libro confesional, nacido durante el confinamiento, fruto del presente inmediato del que hablaba. ¿Qué le ha cambiado la pandemia?

No creo que me haya cambiado. Lo que sí ha hecho la pandemia es que ha fortalecido alguna idea que ya tenía. Creo que no me ha enseñado nada radicalmente nuevo. Me ha confirmado ideas para mí fundamentales como son las de un cierto orden de prioridades públicas, como un buen sistema de sanidad pública, que implica un sistema justo de fiscalidad, también formación científica, investigación... Implica muchas cosas pero ahora hemos visto que en un momento de máxima emergencia la única defensa que tenemos contra una pandemia es la labor del Estado, de la Administración pública, y la labor de los científicos.

¿Hay que llegar hasta el límite para darse cuenta de lo que tenemos o nos falta?

Lo que hace falta es no necesitar un desastre, como una pandemia, para tomar medidas racionales. Es algo parecido a lo del cambio climático. Habría que tener la capacidad suficiente para cambiar el modelo económico o de consumo antes de que caiga el desastre total sobre nosotros.

"Nuestros hijos y nietos vivirán en un mundo en el que la abundancia ilimitada de cosas de las que disfruta ahora mismo una parte de la humanidad habrá desaparecido. El mundo tendrá que aprender a ser austero"

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¿Qué le empujó a escribir un libro como ‘Volver a dónde’?

El impulso de escribir un diario durante el confinamiento. Es algo, lo de escribir un diario, que he hecho con mucha frecuencia pero de manera intermitente. En el confinamiento me sentí con más fuerza. Disciplinadamente me sentaba todos los días a escribir lo que estaba viviendo, lo que pasaba, lo que oía, lo que sentía. Creo que mucha gente ha tenido ese impulso, era importante dar testimonio de ese momento, de lo que estábamos viviendo porque las cosas se olvidan muy rápido, y los que no lo han vivido luego les cuesta mucho imaginarlas.

¿Por qué olvidamos tan rápido?

Porque así es la mente humana, no está preparada para tener grandes recuerdos. Dicen los científicos que la memoria sirve no para el pasado sino para el porvenir, y que la memoria lo que te hace es aprender ciertos patrones de comportamiento a partir de la experiencia. La memoria es muy frágil y cualquiera que haya escrito diarios o en un periódico se da cuenta de que las cosas se olvidan mucho más fácil de lo que pensamos.

¿Cuándo se entregó a la escritura, cuando escribía los diarios, lo hacía con un plan, con un esquema?

No, me dejaba llevar. Cada vez creo más, por mi manera de escribir, en el dejarse llevar. Luego vendrá la corrección, pero lo principal es dejarse llevar por un impulso, y ver adónde te lleva. Cuando era joven era mucho más cerebral, pensaba que las cosas tenían que estar mucho más preparadas, más construidas, que había tener planes, argumentos y estructuras muy sólidas. Ahora me sucede lo contrario. Lo único que necesito es tener un punto de partida.

En ‘Volver a dónde’ viaja al pasado y se reencuentra con sus orígenes, con su familia. ¿Qué recuperaría del niño que fue en la huerta de su padre?

Creo que una cosa fundamental que no hay que perder es la capacidad de asombro y de aprendizaje. Afortunadamente ha desaparecido la pobreza extrema y la inseguridad pero había una cosa que era la conciencia de la necesidad de aprovechar las cosas, la conciencia de que no se podía despilfarrar nada. Esa conciencia me parece muy importante proyectarla ahora mismo en dirección al futuro. Nuestros hijos y nietos vivirán en un mundo en el que la abundancia ilimitada de cosas de las que disfruta ahora mismo una parte de la humanidad habrá desaparecido. El mundo tendrá que aprender a ser austero.

¿Saldrá algo bueno de esta crisis?

Ha salido el prodigio científico, tecnológico y logístico de la vacuna; ha salido el acuerdo entre patronos, trabajadores y sindicatos para atenuar los efectos terribles de la crisis; es decir, se ha visto que podíamos comportarnos con perfecta responsabilidad en una situación de máxima emergencia. Son lecciones importantes.

La escasez de suministros no deja de asaltar las portadas de los diarios. ¿Teme que vuelvan las colas?

Este es un mundo muy eficiente en muchas cosas pero también muy frágil. Dependemos de canales de distribución muy complejos y globales, y muy interconectados. Esa interconexión que te permite la abundancia también es frágil porque implica muchos elementos. Piensa en ese petrolero que se quedó atascado en el Canal de Suez.

¿Ninguneamos a los negacionistas en esta conversación?

La inteligencia humana es muy frágil y los prejuicios son muy poderosos. Si el problema fuera que los negacionistas siempre son personas ignorantes pues podríamos pensar que es un problema de falta de información o de educación pero en esta sociedad si algo abunda es la información, y mucha gente que es negacionista, igual que mucha gente es racista, o fanática del nacionalismo, es gente perfectamente culta. La mente humana es muy propensa a la fantasía y a los disparates.

Usted vio los aviones estrellarse contra las Torres Gemelas hace 20 años. Estaba en Nueva York. ¿Qué lección extrajo de aquel trauma?

Aquel episodio me marcó, me dejó muy impresionado y me dio algo que después no ha hecho más que confirmarse: esa sensación de fragilidad de la que te he estado hablando. Las personas necesitamos que el mundo sea predecible, apretar el botón y que venga el ascensor, abrir el grifo y que venga agua, que haya papel higiénico... Damos por supuesto una normalidad que nos parece que es muy sólida porque es la que tenemos todos los días, pero de pronto ocurre algo que nadie preveía y que sobrepasa tu capacidad, como un ordenador que se queda bloqueado por exceso de información. Cuando viví en directo aquello el sentido la realidad se quedó bloqueado. Y uno se da cuenta de cómo el mundo puede cambiar radicalmente de la noche a la mañana. También está esa facilidad de cómo la gente y los gobiernos se dejan llevar por la furia. Tras el 11 de septiembre hubo muchas muestras de solidaridad pero lo que hubo fue un surgimiento de un nacionalismo americano enloquecido y vengativo. Era como una epidemia, con banderas por todas partes, y ya se sabe, cuando ves muchas banderas hay que salir corriendo, luego vino la invasión primero de Afganistán y después de Irak. La sobrerreacción fue terrible. Se actuó por unanimidad y nadie podía llevar la contraria. Es muy fácil dejarse llevar por esa marea aunque hubo personas que tuvieron el coraje de no hacerlo, como Susan Sontag o una congresista demócrata negra, por California, la única que se opuso a la norma que daba al presidente de EE UU poderes ilimitados, y por lo que recibió todo tipo de insultos. Eso también es una lección.

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