Me sentía mareada, con ganas de vomitar, mi niño lloraba y a mí me faltaba el aire, solo podía gritar y esperar que alguien me oyera». Así explica Sofía (nombre ficticio para preservar su identidad), de 19 años, el momento en el que «pasó lo que pasó». Sofía es estudiante, madre, joven y ha sido víctima de violencia de género. Desarrolla pausadamente su historia. Y lo hace, al mismo tiempo, con agilidad. 

Concatena acontecimientos de una etapa en la que callaba, respiraba y confiaba en que todo iría mejor justo después de vivir un episodio de violencia. Lo cuenta tras salir de la espiral de maltrato que tardó mucho en identificar. Porque, aunque cuesta, se sale. Sofía es un ejemplo.

Ahora vive con su hijo Marcos (nombre ficticio también) de dos años y medio y sus padres. «Se puede salir, pero es difícil darse cuenta de dónde estás metida, tienes una venda que no te deja ver la realidad, él te hace pensar diferente y provoca que tus certezas dejen de serlo», dice Sofía sobre una relación de maltrato que empezó para ella a los 16 años.  

Pongamos que se llamaba Lucas. Pongamos que se conocen y que se gustan. Ella, estudiante de secundaria. Él, joven trabajador. Quedan, se dan cariño, se van al cine, se ven los sábados y los domingos. «Los principios siempre son bonitos», cuenta ella. Pero esa relación la romperá. Y hará añicos las ilusiones del primer amor de Sofía, que tendrá que madurar de golpe. Literal y metafóricamente. 

Uno de cada cinco varones niega la violencia machista

Como afirma la activista Pamela Palenciano, «no solo duelen los golpes», y eso es algo que Sofía sufrió desde las primeras faltas de respeto que su pareja, su primer amor, mostró hacia ella. Según los datos de VioGén, el sistema de seguimiento integral de todas las mujeres en situación de maltrato denunciado, a fecha de 31 de marzo de 2022 en la Comunitat Valenciana hay 14.611 casos de mujeres víctimas de violencia de género entre 18 a 30 años y 307 de menores de 18 años.

Unas cifras alarmantes (y que reflejan los casos denunciados) a lo que se suma que, según el último estudio de la Fundación FAD Juventud con datos de 2021, uno de cada cinco jóvenes varones (el 20 %) niega la existencia de la violencia de género y cree que se trata de un «invento ideológico». En 2019, solo dos años antes, este porcentaje era de 12 %. 

En los primeros tres meses de relación, en 2018, Lucas se mudó con Sofía a casa de sus padres. Él era un par de años mayor y ella tenía entonces dieciséis años. La rutina de verse cada fin de semana mutó a una convivencia rápida, veloz. Poco después, Sofía se quedó embarazada y ese fue el inicio de un declive del respeto que descendió hasta los infiernos. Amenazas, insultos, control, broncas y despreocupación por su hijo. «Yo no era consciente de que estaba alejándome de mis amigas e incluso discutía con mis padres por él».

Durante las peleas, él se ponía violento y daba patadas y puñetazos a paredes y muebles, incluso le levantó la mano varias veces a ella. «Después de estos ataques de rabia, siempre iba a por él, a consolarle, porque no quería que me dejara. Ahora pienso ‘¿cómo era tan tonta?’, me estaba poniendo en peligro a mi y a mi familia». Hasta que un día «pasó lo que pasó».

Violencia machista entre menores: el maltrato para el que nadie está preparado. Pexels/Anete Lusina

Durante una discusión en el portal de su finca, Lucas comenzó a pegarle puñetazos. «Yo gritaba, mi niño, que estaba en mis brazos, lloraba y solo esperaba que mis padres me oyeran». Bajaron. Y también acudió la madre de él que, según cuenta Sofía, agredió a su madre y «casi la mata» empujándola a la carretera. Golpes, insultos y amenazas. Sofía volvió ese día a casa corriendo, lastimada, sin zapatos y con su hijo en brazos.

Al llegar, Lucas se había autolesionado. La policía vino después y se inició un procedimiento por el que se decretó una orden de alejamiento de él hacia ella. Sofía la quebrantó. «Sé que lo hice mal, estaba ciega, él me enredaba, le daba la vuelta a la tortilla y yo me veía a escondidas con él». 

«Deja de verle porque no quiero enterrarte a ti»

«Me decía que me echaba de menos, que no lo volvería a hacer». Unas afirmaciones que contrastan con «como te lleves al niño te mato, te cortaré el cuello o te voy a hundir» que precedieron a los piropos. «Mi padre me pilló y me lo dijo claro: ‘deja de verle porque no quiero enterrarte a ti’».

Sofía tardó muchos meses en darse cuenta e identificar lo que le estaba ocurriendo y cuando llegó el juicio por violencia machista decidió no seguir adelante. «Me dio miedo. No quería enfadarle y que eso repercutiera en mi hijo». Y lanza un mensaje a cualquier mujer que sufra violencia machista: «Que no se callen nada, aunque tengan miedo, que busquen apoyos en su entorno y que denuncien», sentencia. 

Ahora, por mutuo acuerdo, Lucas se queda con Marcos fines de semana alternos. «Pero lo paso mal, porque no me coge nunca el teléfono y no me fío, voy a pedir cambiar el régimen porque él muchas veces ni aparece».

Sobrevivir y salir del maltrato «me ha liberado», ahora «vuelvo a ser yo, la de siempre», pero también le ha dejado secuelas en sus relaciones. «Me cuesta entablar una relación sentimental con otros chicos. Tengo miedo de que me pase otra vez», relata.

En 20 días cumplirá 20 años. Ahora, «quiero estar con alguien que me valore, me respete, pero tengo miedo a abrirme y que luego sea violento». Sofía explica que ahora pinta. El taller de arte-terapia de Alanna le ha servido para canalizar el dolor y convertirlo en otra cosa. «Era malísima pintando y ahora me descubro haciéndolo durante horas. Es sanador», reconoce.

Apoyarse en el entorno y escuchar las alertas

Cree que hace falta sensibilización real. Y alienta a las jóvenes a que denuncien. «Cuesta mucho, pero siempre hay una salida en la vida. Hay que apoyarse en el entorno, que es quien da las primeras voces de alerta».

A pesar de que las nuevas generaciones han crecido, supuestamente, en una sociedad igualitaria, los casos de violencia se perpetúan entre las menores de treinta años.

Fuentes de la asociación Alanna contra la violencia machista alertan de que los comentarios que ven en los jóvenes cuando dan charlas en los institutos «asustan». «La sociedad está relajada, creemos que los jóvenes han crecido en una sociedad igualitaria pero no es así, hay que prestar atención a qué referentes siguen en internet» así como incorporar la alerta de posible violencia de una manera transversal. «Se escuchan voces que cuestionan la violencia y eso es un retroceso y un peligro muy grande», dicen. 

Chelo Álvarez, presidenta de Alanna, lamenta que «cada vez son más jóvenes las que llegan a la asociación a través de ellas mismas o sus familias, que no saben cómo abordar la situación». La diferencia entre la violencia a adultas y jóvenes es que sobre estas ejercen un control grande a través de la tecnología y pasa desapercibido. Álvarez apunta a la pornografía. «Tienen acceso desde los 13 años y normalizan relaciones sexuales violentas. Las chicas van cediendo porque si no se sienten unas ‘pavas’».

Además, la presidenta de la entidad detalla que durante las «bibliotecas humanas» (donde víctimas de violencia cuentan sus experiencias en institutos), «el 95 % de las chicas acaba llorando y contando que ellas mismas o amigas suyas han vivido algo parecido. Se hacen conscientes y empiezan a pedir ayuda». Lo que ocurre es que las chicas que están dentro de una relación de violencia no son conscientes y se van aislando, según Álvarez. «Las amigas le advierten, ella no hace caso y se van separando. Es un círculo vicioso».

Por eso, sentencia que hace falta una apuesta firme por la educación sexual. «Padecer maltrato en la primera relación te marca mucho. Tienes miedos, complejos y no tienes recursos emocionales, piensas que vives una normalidad» y hacen falta «familias formadas y educación sexual» y «un control de acceso a la pornografía por parte de la administración».

Que los jóvenes escuchen «igualdad» no es lo mismo que trabajar el respeto y la educación sexual desde la base.