Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El verano de nuestras vidas

Todos tenemos un estío que lo cambió todo. En pleno ‘boom’ vacacional pospandemia, representantes de la política, la patronal, la cultura y el deporte rememoran cuál es el verano que más les ha dejado huella.

El verano de nuestras vidas

En cada uno de nosotros hay un verano que cambió nuestra vida. Siempre hay un viaje, una verbena, una canción, una pandilla de amigos que duraron una quincena pero que se hicieron eternos, un gol de chilena en la playa o un beso a los que algún día nos gustaría volver. Eso no se olvida. Muchos de los veranos de nuestras vidas son los que se encuentran en esa gruesa frontera que separa la infancia y la edad adulta, pero no siempre tiene por qué ser así. Hay veranos que pasamos en el pueblo de nuestros padres, en la playa o en el camping. Veranos azules, como los de la serie de Mercero, que también forman parte de muchos de nuestros mejores recuerdos. Pero también hay veranos que pasamos enteros en ciudades vacías, retando al calor, pero que nos producen la misma nostalgia por otros motivos. Y hay veranos, en edad más adulta, en los que huimos de todo para encontrarnos a nosotros mismos, a la fuerza, como los de Ricardo Arias y Rafa Lahuerta.

El bautismo motero en 2008

Salvador Navarro, presidente de la Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana (CEV), tiene dos veranos especialmente guardados en la memoria. Uno amargo y uno dulce, como casi todo el mundo. El primero es el de los 16 años, en plena adolescencia. Salvador se rompió un brazo al caerse de un árbol en l’Eliana, el pueblo de sus vacaciones infantiles y juveniles. Se quebró el izquierdo, lo que significa un martirio mayor para un zurdo como él. El accidente le obligó a pasar todas las vacaciones con la extremidad enyesada. Un verano adolescente con un brazo paralizado no se olvida. Tampoco el día de la vuelta al colegio, en septiembre, con el miembro izquierdo atrofiado y los compañeros preguntando ‘qué te ha pasado’.

El verano más amable de Salvador Navarro es el de su primer viaje en moto por Europa, con su mujer. Fue en 2008 y marcó el inicio de una costumbre que mantiene. Aquel verano viajaron a Calanda, en Suiza. El GPS estaba en pleno desarrollo y cuando llegaban a una población, recuerda, aún tenían que buscar los sitios ‘a pelo’. Pilotaba una BMW RT 1150, aunque antes ya habían hecho alguna escapada por España en una BMW 650. Desde entonces, Salva y su mujer han visitado más de medio continente sobre la dos ruedas. Desde Italia hasta Noruega.

Verano novelero (1993)

La escritora Susana Fortes

El verano de 1993 quedó grabado en el hipocampo de la escritora Susana Fortes por una postal. Fue su bautismo de fuego. Fue en un viaje a la Bretaña francesa con un grupo de amigos. Vaqueros limpios, camisa blanca y pinta de comanches, recuerda. Septiembre, el final de las vacaciones. «Era una mañana de las últimas mientras esperábamos un barco para la isla de Arz, me aparté un poco y escribí una postal. Esas cosas que se hacían antes. Era muy temprano. Había un quiosquito con souvenirs. Pedí un café. La luz era prodigiosa. Y allí, en una mesa de tablas mientras desayunaba, escribí : ‘Mañana plateada de bruma y salitre. Frente a mí, el océano de la bahía de Morbihan. Sobre la mesa un café noir. Corto Maltés no está conmigo’.» Y así, exactamente, con una postal escrita desde el puerto de La Roche Bernard, empiezasu primera novela: Querido Corto Maltés. «Ya… ya sé que escribir postales no es una manera seria de labrarse una reputación, pero así ocurren las cosas. Después acabó el verano y empecé otra vida. No sé si mejor o peor. Otra. Nunca antes se me había pasado por la cabeza la locura de ser escritora. Aprendí que los grandes viajes son los que nos enseñan algo acerca de nosotros mismos. Ya no se viaja como lo hacíamos entonces. Con la misma impunidad. Tampoco escribimos postales. Se puede probar con un wasap o un post de Instagram, claro. También es bonito, aunque no sea lo mismo».

El primer beso... y la música (1986)

Jorge Martí Elena Martínez

El despertar de la vida de Jorge Martí, el cantante de La Habitación Roja, fue en el verano de 1986. Como no, el estío de su vida está estrechamente ligado a la música. Fue el verano de su viaje de fin de curso (8º de EGB) a Cales de Mallorca, donde bailó por primera vez a la luz de la Luna y donde dio su primer beso ‘de verdad’. El de su primer viaje en avión y el de su primera moto, la Vespino GL que heredó de su tío y de su hermano Cristian, con la que descubrió la autonomía. Pero, sobre todo, fue el verano de las sesiones de tarde de la discoteca Espiral, en l’Eliana. Del flechazo con la música ochentera, que le entró en las venas. El de bailar al son de las canciones de The Smiths, como There is a light that never goes out; Boys don’t Cry, de The Cure; de Radio Futura y los Simple Minds, los grupos que le reclutaron para la música «e inocularon en mí la semilla de lo que luego sería La Habitación Roja». Ese verano de 1986, el del Mundial de Maradona y los derrapes de Michael Knight en las sobremesas, es homenajeado por el cantante en un tema, 1986.

Desconexión con la familia en Argentina (1992)

Bahía Blanca, Argentina. 1992. Ricardo Arias se ha cogido un avión con sus hijas Irene y Elena para reunirse con su familia. Sí, Ricardo Arias tiene familia en Argentina. Nada que menos que nueve sobrinos, hijos de su tía, una hermana de su madre que en los años 50 cruzó el charco con su marido en busca de una vida mejor. «Tuvo un par de cojones», explica el excapitán del Valencia CF ‘campeón de Europa de los campeones de Copa’. Aquel mes de junio del 92, Arias se fue al encuentro familiar para desconectar del fútbol. El Valencia CF no le había renovado, estaba ‘quemado’ y ya no iba a jugar en Mestalla. «Allí me pude liberar de toda la carga emocional que llevaba», recuerda. Fue el gran verano de Ricardo Arias y, seguro, uno de los más especiales para sus dos hijas, agasajadas a todas horas por los primos y los tíos Arias, el segundo apellido (el primero es Penella) del exfutbolista. Un verano ‘frío’, eso sí, porque en Argentina era invierno, en los que se hartó a comer alfajores, uno de los dulces típicos del país de su amigo Mario.

El fútbol no pudo quedar del todo en el olvido. A las 4 de la mañana de una noche de julio, Ricardo fue despertado por su primo Lito. «¡Richi, te llaman de España!». Era su abogado, el también secretario del Valencia CF, Alberto de Miguel. Le comunica que el Castellón quiere ficharle. Ricardo lo emplaza a hablar otro día: «Alberto, no me hables de fútbol ahora que no tengo ganas. Déjame disfrutar de la familia». Al día siguiente, más o menos a la misma hora, Lito vuelve a despertarle. La llamada, ahora, es del presidente del Castellón, Domingo Tárrega. «Queremos subir a Primera y te necesitamos. Te ofrecemos dos años de contrato», le comunica. Ricardo se lo piensa y al día siguiente hay otra conversación telefónica. Jugará en el Castellón. «El presidente me pregunta si ya puedo hacerlo público. Le digo que sí, pero que no quiero dos años, sino uno y si tengo fuerzas más adelante, ya veremos», le contesta.

Los regresos a València y el robot Pepo el día de su cumpleaños (1980)

Héctor Illueca Elena Martínez

La cabeza de Héctor Illueca, vicepresidente segundo y conseller de Vivienda y Arquitectura Bioclimática de la Generalitat, vuelve cuando puede al 8 de agosto de 1980, el día que cumplió 5 años y sus padres le regalaron a Pepo, el robot de Rico, «el juguete que más ilusión me ha provocado en mi vida». Llevaba tiempo viéndolo en el escaparate de una tienda al salir del colegio y lo deseaba con todas sus fuerzas. «Aquel día, mis padres lo habían escondido en un armario y cuando lo vi, casi me caigo de espaldas», recuerda. Aquel verano, como los otros de su infancia, Héctor volvía a su casa de València, ya que el trabajo de su padre les obligó a vivir fuera. Era una ciudad desierta, donde Illueca podía hacer ‘muchas cosas’ y podía pasar mucho tiempo con sus padres.

Mazarrón y los golpes de la vida de Rafa Lahuerta (1987)

«El verano siempre era la promesa de que lo mejor podía pasar en cualquier momento, sin saber exactamente qué era lo mejor. Los míos no han sido especialmente llamativos en términos convencionales. Pocos viajes, pocos momentos épicos, ninguna novia de película sueca, ningún festival independiente donde descubrir la felicidad salvaje. Nada. Veranos de mesa camilla, los míos. De niño nos íbamos un mes al Puerto de Mazarrón, el pueblo de mi bisabuelo materno, en la playa; a veces en julio, a veces en agosto, dependiendo del turno del Gremi de forners que nos tocara cada año. Esa dinámica duró entre 1976 y 1987. O sea, entre mis 4 y mis 15 años. El mejor verano fue el último, el de 1987, pero acabó mal. Ya salíamos por las noches, ya tonteábamos con las chicas, ya nos creíamos los reyes del Mambo. Ilusos. Cuando acababan las vacaciones, en torno al 22 ó 23 de agosto, mi primo tuvo un accidente en vespa y su mejor amigo falleció en el acto. Fue una hostia monumental para todos. 

Al año siguiente ya no fui a Mazarrón. Las cosas en casa se torcieron, mi padre enfermó, nada volvió a ser igual. El verano se convirtió en un trámite más o menos ilusorio, algo de lo que hablaban los demás. Como empecé a suspender tenía que estudiar y trabajar de madrugada en el obrador. Todo un planazo. La lógica del mejor verano de mi vida saltó por los aires. Empecé a perfilarlos de otra manera. Tuve la suerte de que esos nuevos veranos solitarios y sin alicientes visibles en una València desierta sirvieron para medir mis fuerzas. Durante el empanadísimo y empinadísimo verano de 1990, con 18 años, me hice lector. Por pura desesperación. Lector con mayúsculas, lector para siempre. Fue lo mejor que me pudo pasar en ese momento. Sin duda, los veranos de apariencia tediosa y sin grandes alardes juveniles me cambiaron la vida. València estaba vacía y sólo nos quedábamos un ejército de colgados que traficábamos con el plano de una ciudad en ruinas en la que no se escuchaba ni la voz de dios. Por necesidad, la imaginación se hacía inevitable. Visto en perspectiva, es posible que le deba a esos veranos, los transcurridos entre 1988 y 2000, lo mejor de mí mismo. 

Por suerte, mis últimos veranos son amables, rutinarios, sin alardes pirotécnicos, de una estabilidad maravillosa. Libritos, películas, trabajo, paseos por la playa y alguna visita dominical a Gavines por la carretera de la costa. Ya sabes, ese inigualable París-Dakar que es La Patacona-El Saler. Me gusta trabajar en julio y en agosto, repartiéndome las vacaciones entre junio y octubre. El ritmo en verano es otro. La ciudad cambia, las calles cambian, las rutas urbanas son otras, la mirada se renueva. Recorrer València en vespa en pantalones cortos me sigue pareciendo mucho mejor que asomarse a cualquier cuchipanda de Ibiza. Vamos, es que ni aunque me pagaran». 

El concurso de canción que ganó en 1981

Verano de 1981. Carlos Mazón, presidente del Partido Popular de la C. Valenciana, tenía 7 años. «Hay que ser del complejo Vistahermosa de Alicante para entender lo que eran esas fiestas. Recuerdo con una grandísima ilusión cuando mi hermana y yo, que tiene un año menos, nos presentamos al Festival de la Canción de Vistahermosa y lo ganamos. Quizás de ahí me vinieron las ganas de cantar, aunque nunca conseguí hacerlo profesionalmente, como ya es sabido», recuerda. Cantar delante de más de dos mil personas y que su hermana y él ganasen el concurso «hizo que ese verano fuese muy especial, quizá porque añoro mucho la época de los 80, soy un ochentero convencido, y lo recuerdo mucho». Las fiestas de este complejo eran un acontecimiento en la ciudad de Alicante. Recuerdo a mis padres muy, muy jóvenes. Quizás como perdí a mi padre siendo joven tener esa imagen de él me da mucha alegría. Una canción que acompañó mucho ese verano fue Just an Illusion, del grupo Imagination, que pegó muy fuerte y se me quedó muy grabada. Tuve una infancia muy feliz».

El viaje a Italia con sólo 6 años (1973)

Un verano con 6 años, con la infancia todavía muy tierna, ha marcado al escritor Santiago Posteguillo. En las vacaciones estivales de 1973 recorrió Italia con sus padres. Génova, Pisa, Florencia y, parada final en Roma. «Ver el Coliseo me impactó, aunque en aquel momento yo era aún inconsciente de la semilla que aquel viaje estaba dejando en mi interior», recuerda.

Tras las pistas de Tintin (1998)

Paco Roca

Si en la infancia se forja la personalidad, los álbumes de Tintin contribuyeron mucho en la del ilustrador Paco Roca. «Leyendo esos cómics quise ser dibujante y me aficioné a la aventura. En cuanto empecé a trabajar y tuve algo de dinero, cumplí uno de mis sueños infantiles: viajar a Egipto como Tintin en Los cigarros del faraón», recuerda. Fue en el verano del 98. Hizo el típico crucero por el Nilo, desde Luxor hasta Abu Simbel. «Fue un viaje increíble remontando el río. Cada jornada encontrabas ruinas de una civilización poderosa y extinta, como cuenta el poema de Ozymandias. El final de cada día tenía un espectacular atardecer. Y antes de que el sol se fuera aguzaba la vista buscando entre las arenas del desierto al capitán Haddock y a Tintin», rememora.

El flechazo con Etiopía (2018)

Aitana Mas

El verano de Aitana Mas, vicepresidenta del Consell, es un viaje al cuerno de África. A Etiopía, concretamente, en 2018. Un viaje sin planificar, con mochila y un choque cultural, paisajístico y étnico «brutal». Ese verano, todavía reciente, Aitana se adentró en el país con su gente, compartiendo transporte, momentos, comida y experiencias. No se le olvidará nunca la alegría de los niños y niñas etíopes, su entusiasmo para descubrir aquello novedoso, para jugar con ella, para darle afecto sin conocerla. Un pueblo abierto, que le permite intercambiar emails o redes sociales 4 años después. Un país desconocido y al mismo tiempo rico en paisajes exuberantes, en humanidad y en multiculturalidad.

La boda y la luna de miel (1988)

Entre pretemporada y pretemporada del Valencia CF dando cátedras en la gestión de la pelota, Fernando Gómez salió de la rueda del fútbol y disfrutó de unas vacaciones «de verdad» en el verano de 1988. El verano de su vida es el de su boda. Fernando se casó el 25 de junio de aquel año, tres semanas después del final de Liga. Cambió los entrenamientos por un viaje de luna de miel a México, donde visitó la capital y después las playas de Acapulco. Un verano más largo que ningún otro para un futbolista profesional y que le permitió incorporarse al equipo más tarde que el resto. Veinte días, concretamente, duró su viaje de bodas que aún recuerda con mucho cariño.

Compartir el artículo

stats