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Los deberes de la educación: crear mundo

Dedicar media hora a hablar sobre sentimientos, media hora a meditar y media hora al uso de la tecnología no ayuda a crear un mundo

Los deberes de la educación: crear mundo

A rebufo de los nuevos decretos y ordenamientos de los contenidos y enseñanzas de educación primaria y secundaria, los periódicos se han llenado de comentarios sobre el destino de la educación de este país. De entre la variedad de perspectivas que se han ofrecido, quisiera centrarme en aquellas que reivindicaban el sentido común, una suerte de equilibrio, de punto medio entre la dinámica delirante de innovación por la innovación que —según los autores— habría tomado posesión de la educación en la actualidad, y el modelo de enseñanza más tradicional que todos hemos recibido en el pasado. Lo que estos articulistas defendían es que los nuevos enfoques educativos, con su énfasis en las nuevas tecnologías, en la interdisciplinariedad y en los sentimientos del alumnado corren el riesgo de vaciar las aulas de contenidos, disciplina y cultura del esfuerzo, tres términos que, además, quedaban asociados en sus textos con la memorización como forma paradigmática de aprendizaje.

Los deberes de la educación: crear mundo

En resumen, estos artículos construían una disyuntiva y después se presentaban diciendo: «Encontremos el punto medio. Reformemos la educación, pero no hasta volverla irreconocible». En cambio, lo que yo quiero defender en este artículo es la falsedad del planteamiento de que existen dos modelos educativos contrapuestos, y por lo tanto también la inutilidad de la solución que pretende mediar entre ellos.

La primera dicotomía es falsa porque los dos modelos educativos adolecen de lo mismo: son incapaces de crear un mundo dentro del aula. Sé que el concepto de mundo es demasiado abstracto; seguro que existen términos más apropiados, pero a mí me resulta difícil prescindir de él. Trataré de hacerlo comprensible a través de ejemplos. Pensemos primero en la educación tradicional, donde todo giraba en torno a la mente del niño, el libro de texto y la voz del maestro. ¿Qué tipo de mundo se generaba con estos elementos? Parafraseando a George Dennison, diré que no era un mundo lo que entonces se erigía; era su paréntesis. El sentido siempre estaba fuera de los que sucedía en el aula: en el patio, en la familia, en el barrio. El currículum no era capaz de ofrecer al alumnado (ni al profesorado) formas de socialización e interacción valiosas con su entorno.

Ahora pensemos en algunas escuelas de hoy, en las que se incide tanto en las nuevas tecnologías, la interdisciplinariedad, los sentimientos. ¿Crean estas un mundo, en el sentido de permitir que los estudiantes se involucren en proyectos que tengan un propósito, que este tenga interés para ellos, y que les permitan enriquecer sus culturas propias, identidades y formas de expresión por vías académicas? Solo se me ocurre una respuesta: depende. En muchos casos las nuevas corrientes aceptan el desmantelamiento del mundo para presentar, después, cualquiera de los elementos aislados como la panacea educativa. Así sucede cuando se insiste en la expresión de sentimientos o en la meditación desvinculadas de cualquier objeto académico, o cuando se recurre a los componentes lúdicos o tecnológicos sin relacionarlos con el arte y la ciencia, que son las formas más poderosas que el ser humano tiene de intervenir sobre su entorno.

Dedicar media hora a hablar sobre sentimientos, media hora a meditar y media hora al uso de la tecnología no ayuda a crear un mundo, pues en ningún caso los componentes aislados son integrados en un propósito significativo cuya realización implique que el alumnado ha de sentir, reflexionar, hacer uso de recursos y herramientas (también digitales), y relacionarse unos con otros. Que es lo que hacemos en la vida con las cosas que nos importan.

Así que ni en la educación de ayer ni en la de hoy existe el mundo. Como no son extremos opuestos, resulta inútil la propuesta de alcanzar un término medio. La verdadera alternativa vendrá cuando el profesorado sea capaz de implementar un currículum cuya primera línea diga: «Los contenidos y las enseñanzas mínimas de los cursos de primaria y secundaria girarán en torno a un mínimo de tres y un máximo de seis proyectos por los que el arte y la ciencia se conviertan en los medios de expresión que el alumnado empleará en clase para relacionarse activamente con su entorno».

Mejor dicho, la verdadera alternativa vendrá cuando el profesorado tengo esto tan claro que ni siquiera haga falta ponerlo por escrito. Entonces la educación creará mundo, en vez de borrarlo por entero o dividir sus elementos. Hasta entonces, ¿qué consiguen los nuevos decretos y ordenamientos de los contenidos y enseñanzas de educación primaria y secundaria? Con su reducción de contenidos, el establecimiento de competencias y una mayor flexibilidad y autonomía para los centros, las recomendaciones del ministerio se limitan a dejar espacio libre para que los colegios puedan crear mundo, pero sin llenarlo. Les da un margen de iniciativa, aunque no les dice cómo ejercerla. Teniendo en cuenta el ideal, tal vez no haya otra manera de alcanzarlo.

* Profesor de la Facultad de Magisterio de la Universitat de València

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