«Es un lavado de cara». Los responsables municipales y en la Junta Central Fallera lo reconocen. Lo que se ha hecho en el Museo Fallero es adecentar y proteger sus fondos. La gran reforma requiere mucho más. Pero el aspecto que ofrece el recinto de Monteolivete desde que se reinauguró la pasada semana es, por lo menos, más aseado y más legible.

Los pintores han trabajado a fondo y cada sala luce ahora de un color, que no han sido elegidos al azar. Cuanto más antiguas son las piezas, más oscura es la tonalidad, empezando por el azulón de los años treinta y cuarenta a los cruditos de la última época. Estas oscilaciones están en función a los daños que se pueden recibir por la absorción de luz. También por este motivo se han eliminado los focos agresivos, que se han cambiado por luces frías.

El Museo Fallero, sin embargo, sigue con las mismas apreturas. Cuando se incorporó el retrato de la fallera mayor, Alicia Moreno, se veía a las claras que no queda espacio para más cuadros. Lo mismo sucede con los «ninots» indultados que, tal como reconocía el responsable del recinto, Gil Manuel Hernández, «queda para dos o tres años en el mejor de los casos».

Indumentaria, «llibrets»...

La afirmación del edil Pere Fuset durante la entrega de estas figuras, de que «se ampliará el museo», solo puede remitir a una solución: ocupar las plantas que dispone actualmente la Junta Central Fallera. Si el museo tiene la baja y el primer piso, la JCF ocupa la segunda y tercera y ya de por sí son oficinas saturadas. La labor administrativa se combina con algunas de tipo cultural, como la escuela de «tabal i dolçaina». El proyecto de envergadura sería que el museo ocupara la totalidad del espacio y, de esta forma, poder dar cabida a las otras facetas que componen la fiesta (literatura, indumentaria, pirotecnia, música...). También permitiría recuperar otro tipo de material. Por ejemplo, el salón de falleras mayores. Cuando Alicia Moreno y Sofía Soler colgaron sus fotografías se pudo apreciar como una parte importante de las imágenes, correspondiente a los años setenta, se están borrando por la exposición constante al sol, que justamente transita por una ventana enfrentada.

La ampliación podría incorporar una variedad mayor de «ninots». No en vano, en el propio museo se reconoce de cara al visitante (en castellano, valenciano, inglés y francés) que en la última era dominan «los indultos de grupos deliberadamente enternecedores, que captan la atención del espectador con escenas sentimentales de ancianos con niños o que apelan a los antiguos valores familiares, evocando la tradición o los buenos sentimientos».

En cualquier caso, un traslado de la sede fallera no se puede hacer gratuitamente: debería ser a un lugar que permitiera trabajar con más holgura y que tuviera buen acceso y mejor aparcamiento. Se ha hablado de la Ciudad del Artista Fallero, pero allí no hay un recinto sin construir adaptado a esas exigencias (aunque sí un salón de actos). No se trata, pues, de una decisión a corto plazo, pero sí que se antoja la única posible para descomprimir un Museo Fallero que rebosa por todas partes, con o sin paredes de colores.