En su pulso por lograr que las Fallas fuesen declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, el «Cap i casal» inició en 2016 la cabalgata del Patrimonio. Lejos de quedarse en «agua de borrajas», y tras mostrar que estas eran (y son) dignas merecedoras del reconocimiento, València decidió retomar el desfile año tras año, con el fin de reforzar el vínculo cultural de la ciudad con las demás celebraciones internacionales (también locales) que, como ella, gozan del mismo reconocimiento. Por la Lonja de València ya ha pasado el carnaval de Oruro, Bolivia. También el merengue de la República Dominicana. Siguiendo el mapa, este año le tocaba a Barranquilla, Colombia, llenar de ritmo, color e historia las calles de València.

La imagen del baile regional entre la «cabezuda» de Concha Piquer y el poeta Vicent Andrés Estellés se entrelazaba entonces con la Marimonda barranquillera: mezcla de primate y elefante, que representa el espíritu del hombre nacido en Curramba La Bella (conocido como el que gusta de mofarse de los demás, en especial de la clase dirigente), bajo los compases de la «danza del garabato».

Otros disfraces como «el garabato» o las «negritas puloy» (el traje menos modificado desde su creación en 1800, en plena época colonial, por lo que las mujeres siguen tiznando de negro sus rostros y manos, tal como se ha venido haciendo en España con el rey Baltasar) se entremezclaban con la danza guerrera de la Todolella. Sus «guerreros» ejecutaban ya cerca de la plaza del Ayuntamiento, y armados con espadas y palos, sus movimientos a ritmo de tabal y dolçaina, evocando la preparación para la guerra.

Con menos agresividad avanzaban por detrás la festividad de «los moros y cristianos» de Bocairent (encabezada por una comitiva integrada únicamente por mujeres), cuyos orígenes se remontan a tiempos de Felipe V.

Pero si hay algo que impresiona especialmente a quienes se agolpan para ver algún resquicio del desfile es, sin lugar a dudas, el fuego. Ya ocurrió el año pasado con los Fatxos d'Onil. Este año las Fogueretes d'Agullent (fiesta de Interés Turístico Provincial) ocuparon el espacio. Una tradición que sitúa sus orígenes en un «milagro» ocurrido en 1600 atribuido a San Vicente Ferrer tras la curación de la peste bubónica que asolaba la localidad.

Como colofón, y para ahuyentar algo más que los malos espíritus, un redoble continuado de tambores de grandes dimensiones que ensordecía a todo aquel que pasaba por su lado. Se trataba de la Tamborada de Alzira, basada en los golpes simultáneos, intensos y continuados de miles de tambores y bombos. Un sonido que, si bien contrastaba totalmente con la melodía del carnaval colombiano, ponía el broche de oro a un desfile que sigue celebrando que las Fallas son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.