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Crisis del sector

Miralles también cierra

El artista fallero, con 143 obras, once en Especial, es otro de los ilustres que cesa como autor

Emilio Miralles, con la imagen de fondo de la nave ya totalmente vacía. m. d.

Está todo vendido y agrupado por lotes, que se llevarán los colegas. Escaleras, cortadoras, herramientas, el escáner... tan sólo en el centro quedan restos de materiales que irán a parar al ecoparque de turno. Y fin de la historia. «Todavía no me ha entrado el bajón. Pero seguramente el lunes va a ser duro». Y se acabó el taller de Emilio Miralles. Otro más dentro de un goteo imparable. Acaba de esta forma, con 52 años, la producción propia de uno de los artistas importantes de finales del Siglo XXI. «Me dejo en un trastero lo que puedo necesitar para hacer alguna falla infantil. No ahora, pero quién sabe en el futuro. Cuando llevas desde niño en esta profesión, nunca cierras la puerta. Lo que sí que tengo claro es que no volveré a hacer grandes por mi cuenta.

El cierre del taller de Emilio Miralles es uno más, pero significativo, dentro del goteo de grandes profesionales arrastrados por la precariedad económica del oficio en la fiesta. En este caso, de todos modos, también añade un motivo: «Llevo toda la vida y quiero otras cosas. Y también quiero vivir. Este trabajo se ha convertido en algo tan absorbente, que no te permite ni siquiera ser feliz. Lo llevaba madurando en el tramo final de mi época de taller en Almàssera. Pero tuve falla de Primera A en 2018, volví a la Ciudad del Artista Fallero... pero este último año se me quedó cojo de trabajo y me dí cuenta que era el momento. He acabado la trilogía de la falla Sant Antoni, que es un lugar muy importante afectivamente y he llegado a la conclusión de que hay que cambiar».

La primera parada será el refugio al que han ido a parar otros artistas falleros: las fallas. Pero trabajando para otros. «No se me caen los anillos de pasar a trabajar para otro. Tengo la inmensa suerte de poder dominar todo el proceso, desde la maqueta a la pintura. Mi objetivo es continuar porque cuento con la ventaja de conocer el oficio, de trabajar a la velocidad propia de quien ha dependido de sí mismo... y porque las fallas no me pueden dejar de gustar. Si llegado el momento hay que abrir otras puertas, tendré que abrirlas aprovechando lo que conozco de técnicas de trabajo».

Emilio Miralles no estaba ahora mismo en la primera línea, pero seguía siendo un artista solvente, de trabajo contrastado. Este año plantó cinco fallas entre Tercera A y Séptima A, rozando la victoria en su San Antonio de toda la vida. Después de 143 obras entre fallas grandes, infantiles y hogueras, deja en la historia la imagen de ser uno de los primeros artistas que entendió, asumió y puso en practica la renovación estética. Texturas que ahora llaman la atención «ya las utilizaba yo hace veinte años». Fue una bocanada de aire fresco que fue allanando el camino a la entrada de nuevas líneas que habían empezado a primeros de los noventa y que han derivado en la falla contemporánea.

Fruto de esta línea fresca fue su entrada en la Sección Especial en 1999, llegando a plantar un total de once obras. A lo que hay que añadir cuatro en Primera A y ocho en Primera B, incluyendo el primer premio en Zapadores de 1998 que le catapultó a la élite. Contabiliza cuatro victorias de falla y cinco de ingenio. A lo que hay que añadir varias presencias en la Especial infantil y de hogueras, figuras indultadas por el Gremio, trabajos en poblaciones, premios de innovación, ser uno de los pioneros en el trabajo para terceros en digitalización... «estoy satisfecho de mi trayectoria. Pero son ya 31 años en el oficio desde que planté mi primera falla infantil en 1988».

El discurso se repite. «Ahora mismo quiero también ver a mi hijo jugar al fútbol, tener amistades, tener vida... y lo cierto es que nosotros mismos, los artistas, somos los que hemos llevado la profesión a este extremo». ¿Miedo al futuro? «Un poco, siempre, pero conozco el oficio y lo que podemos dar». Aunque el lunes, cuando devuelva las llaves a la familia Marzo, en una de cuyas naves había trabajado el último año, lo reitera: «va a ser duro».

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