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Cuando las fallas parecían estar vivas

El movimiento en los monumentos falleros es tan antiguo como la fiesta y protagoniza hitos en los siglos XIX, XX y XXI

Cuando las fallas parecían estar vivas

La designación de la falla grande municipal ha desatado un debate tan enconado y a la vez absurdo, que el proyecto de José Ramón Espuig, Manolo Martín y Escif parece quedarse en segundo plano. La cuestión es si es o no la primera que tiene movimiento o si es o no la primera que tiene escenas repartidas.

La respuesta es tan sencilla como que «Açò també passarà» es la primera falla municipal (la primera plantada en la plaza mayor de la ciudad) que, si el mecanismo no falla, tendrá movimiento íntegramente y sincronizado con las 24 horas del día. Y es la primera falla municipal que esparcirá sus escenas por la demarcación. A la vez, tanto el movimiento como el esparcido de escenas son dos recursos que forman parte de la historia de la fiesta desde sus inicios.

Moverse una falla requiere, como es obvio, la incorporación de un mecanismo que, accionado manual o electrónicamente, permite que una figura pase a simular que cobra vida. Los «autómatas», figuras todas de mecanismos que simulaban movimiento, están registrados en las primeras culturas históricas y hay referencias de los mismos en la Edad Media, el Renacimiento o la Ilustración. No es de extrañar, por ello, que los ninots primigenios, de mediados del siglo XIX, ya pudieran «cobrar vida», como lo hacían muñecas o personajes en los relojes de campanarios.

Tanto es así, que en la fiesta decimonónica ya era algo habitualmente referenciado. Así lo hace constar Enric Soler i Godes en su antología. Por ejemplo, así describía una falla: «Calle de San Narciso: una pareja de enamorados. Era de movimiento». Es el año 1856.

Debía ser algo no cotidiano, pero sí poco impresionable, porque de las de 1859 también narra que la de la calle de Quart fue «una corrida de toros con figuras de movimiento» o «Plaza del Teatro: varias figuras también de movimiento y una de ellas accionaba como si comiera, mientras una vieja asomada a una ventana hacía gestos, con gran alborozo de los espectadores. De cuando en cuanto la vieja hacía llegar a la mesa en que estaba el ninot gastronómico un jamón dentro de una paella». Una descripción que habla de un mecanismo que tenía su sofisticación.

«Gestos y movimientos»

El libro de Soler i Godes está lleno de estas referencias. En 1863 dice que la prensa de la época explicaba los días previos que «los ninots harían gestos y movimientos». Y en 1866 se habla de una falla en el interior de la plaza de toros con «nueve figuras en movimiento».

El crecimiento de las Fallas, que pasarían de ser unas pocas figuras sobre un «cadafal» a tener su particular ingeniería, iría haciendo decaer la importancia del movimiento sin desaparecer. Pero una película recuperada por la Filmoteca Valenciana muestra una falla de 1928 en el que se ve tres parejas de baile rotando en un escenario.

Pero si hay una falla de esta época que hay que destacar es la de la Plaza del Mercado de 1929. Porque, al igual que la municipal de 2020, ésta sí que rota íntegramente. Se trata de un tiovivo, que representa a la Sociedad de las Naciones (la precursora de la actual ONU).

Otro documento cinematográfico revela cómo, de la base de la falla surgen las cabezas de dos personas moviéndose alrededor del monumento, lo que da a entender que eran ellos los que accionaban a base de fuerza la transmisión.

La edad de oro de Rafael Gallent

El maestro del movimiento fue el ingeniero Rafael Gallent, que lo reintroduciría de forma asidua en los años ochenta y noventa. Entre sus obras más famosas está el tiovivo (otra vez un tiovivo) plantado en Na Jordana en 1980 como cuerpo central cuyos personajes se movían. A la vez, y desde un balcón, otro ninot autómata enjabonaba una cucaña por la que intentaban subir otros personajes.

Gallent colaboró en 1982, 1983 y 1984 con el mismo artista, Vicente Agulleiro, para incorporar pequeños movimientos a las figuras que acabarían siendo indultadas: la dama que se columpiaba en Zapadores y la bailarina y el alfarero de la plaza del Pilar. Hoy en día, esas figuras están en el Museo Fallero, pero desprovistas de «vida».

Movimientos que recuperaría en los años noventa con grandes volúmenes. Primero se atrevió con una bailarina que formaba el remate de la falla del Pilar. Y en 1992, el remate, más grande, de la falla municipal. Aquella falla, de José Martínez Mollá, no rotaba en su integridad y no lo hacía, como está previsto en 2020, las 24 horas y sincronizadamente. Pero sí que incorporó a la falla de todos los valencianos ese elemento innovador.

La falta de especialistas y el sobrecoste de los mecanismos propiciaron que las figuras móviles cayeran en desuso tras esta «edad de oro». Ahora vuelven en el Siglo XXI.

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