Sólo el futuro determinará si, aunque sea con calor asfixiante, el aplazamiento de las Fallas 2020 habrá valido la pena. Parece claro que buscar un paralelismo con los festejos de marzo será imposible. Y que el perjuicio que va a sufrir la fiesta se va a notar en el corto y medio plazo. Pero lo cierto es que, si la epidemia no hubiese existido, y las cosas se hubiesen desarrollado con una mínima normalidad, hasta la jornada de ayer habríamos estado hablando de unas fallas no ya desangeladas, sino las peores de los últimos años.

El viento, muy peligroso

Si el día 16, fecha de la entrega de premios infantiles y lectura de los mayores, estuvo caracterizada por el mal tiempo, la de ayer habría sido doblemente dramática. A lo largo de la jornada, la lluvia, fina, pero pertinaz, acompañó a una ciudad en confinamiento. Trasladado a la normalidad, la entrega de premios de mayores habría sido desastrosa. Es probable que se hubiese cancelado la «mascletà» y durante la tarde, la Ofrenda se habría desarrollado de muy mala manera. Habría sido bastante peor que en 2015, el último año inclemente y falleros y falleras habrían tenido que recurrir, como en aquella ocasión, a paraguas y plásticos para verificar, más mal que bien, el paso ante la patrona.

Pero un factor vino a añadirse en la jornada de ayer: el viento. En ocasiones lo suficientemente fuerte como para haber comprometido la estabilidad de alguno de los monumentos. Ante los que, seguramente, se habría tenido que establecer perímetros de seguridad.

Las previsiones indican que en la jornada de hoy, los cielos habrían dado una tregua, para volver a estropearse el día de San José. En definitiva, unas fallas extraordinariamente desapacibles, que tendrán, por lo menos, una segunda oportunidad. Teóricamente, en julio.