Despoblados moriscos, paisaje de silencio

Las ruinas «narran» la cruel expulsión en 1609 de los valencianos que habitaron un mundo rural que hoy también sufre la despoblación

«Estas arquitecturas siguen su secular proceso de deterioro y derrumbe», lamenta el arqueólogo Josep A. Gisbert

La bella y humilde arquitectura de piedra de las casas de los moriscos

La bella y humilde arquitectura de piedra de las casas de los moriscos / Josep A. Gisbert

Alfons Padilla

Alfons Padilla

El próximo 14 de marzo se cumplen 7 años de la muerte del autor de Benissa Bernat Capó. Una de sus obras fue «Espigolant pel rostoll morisc». «Rostoll», es decir, rastrojo, es una palabra precisa. Eso fue lo que quedó tras la expulsión en 1609 de los moriscos. Silencio y olvido. Hasta hoy. Los despoblados moriscos (en la Marina Alta, los de la Vall d’Alcalà, la Vall d’Ebo y la Vall de Gallinera) «narran» ese episodio de extrema crueldad. Se arrancó de sus casas y su tierra a los valencianos que habitaban y estaban arraigados en aquel mundo rural.

Despoblados moriscos, paisaje de silencio

Muchas de las casas que abandonaron a la fuerza los moriscos en 1609 las utilizaron luego los cristianos como corrales / Josep A. Gisbert

«Espigolant pel rostoll morisc» es el título de la introducción que ha escrito el arqueólogo Josep A. Gisbert Santoja para el libro «Despoblats moriscos valencians», coordinado por el arabista Isaac Donoso y que reúne artículos de expertos en aquel mundo medieval y en la arquitectura de unos despoblados que los colonizadores cristianos nunca llegaron a habitar y que, como mucho, se utilizaron como corrales de ganado. Aquella expulsión parece que desató una maldición. Los pueblos de esas montañas forman hoy parte de lo que se ha dado en llamar la geografía vaciada.

Despoblados moriscos, paisaje de silencio

Un grupo de visitantes en el puente sobre el río Girona. Tras ellos, asoma el despoblado de l'Atzuvieta / Josep A. Gisbert

El libro, que pertenece a la colección L’Ordit, de la Universitat d’Alacant, tiene «un interés capital», afirma Gisbert. «Ofrece una visión caleidoscópica» de los despoblados y de su «proceso secular de deterioro y derrumbe». «No hay un proyecto de recuperación y consolidación de estos bienes», lamenta el experto. El «rostoll» sigue siendo hoy un páramo. No se percibe un verdadero interés institucional por salvar y dar todo el valor que merecen a los despoblados.

Gisbert no «espigó», sino que realizó una investigación pionera a mediados de los años 90 junto a Paul Beavitt y Neil Christie, de la Universidad de Leicester. Buscaron arquitecturas singulares, sobre todo corrales, en la «indómita y pedregosa» Serra de l’Altmirant, en la Vall de Gallinera.

También documentaron los despoblados con casas moriscas con puertas con arcos, postigos y ventanucos. «Arquitecturas urbanas condenadas a la destrucción y, en aquel momento, huérfanas de todo tipo de protección». Muchas se habían transformado en corrales. Se había desdibujado «la huella de la vida cotidiana desde los siglos finales de Al-Andalus hasta el tiempo de las rebeliones y la expulsión». El arqueólogo recuerda que realizaron algunos sondeos en los espacios invadidos por esparragueras y amapolas para hallar los muros que se asentaban sobre la roca.

En diciembre de 2010, se inició el expediente para declarar BIC estos vestigios. Llegó la protección, pero «pronto se sumieron en el olvido institucional». El turismo rural y de excursiones también puso en el mapa los despoblados.

Sin proyecto que frene su abandono

Pero no ha habido forma de exorcizar la maldición. El deterioro continúa. Estas construcciones atesoran un enorme interés histórico. Sin embargo, insiste Gisbert, «no hay un proyecto que frene el abandono». Los despoblados siguen siendo silencio y olvido.