Sostenía Ansel Adams, uno de los más grandes fotógrafos, que «la idea de que hay atajos y fórmulas rápidas para lograr el éxito en el campo de la fotografía es falsa». Es una frase que invita a la reflexión cuando toma cuerpo el debate entre partidarios de la fotografía digital y quienes todavía defienden la argéntica o química —que no debemos llamar analógica, según mi colega y excelente fotógrafo Carlos Benet—. Muchos se preguntarán si queda alguien que apueste por la foto tradicional con película, y la respuesta es que no sólo no han desaparecido, sino que hay muchos entusiastas. No es tan extraño; cuando aparecieron los discos compactos, no tardamos en oír que los de vinilo desaparecerían, pero ahora se han puesto de moda y quienes decidieron hacerles un sitio en casa se felicitan hoy por su acierto.

Lo de la fotografía es más complejo. Llevo más de cinco años escuchando que los carretes van a pasar a la historia y, de momento, el rodillo digital ha conseguido arrinconarlos en el mercado, pero no extinguirlos, y algunas empresas se han especializado en la distribución de películas a quienes aún disfrutan revelando en el laboratorio.

Es indiscutible que en numerosos campos la fotografía digital es un avance, pero el debate no es ése, sino que se centra más bien en cuestiones de concepto y, también, en las facilidades para el fraude y la manipulación que otorgan los recursos digitales y la red de redes. En este contexto es llamativo que haya grupos de gente joven —en teoría el mejor mercado para la apisonadora digital— que veneran la fotografía argéntica y reclaman un hueco para ella en pleno siglo XXI, cuando comprar un carrete de fotos decente exige recurrir a tiendas especializadas. En Valencia, el colectivo que ha fundado Dr. Nopo (www.doctornopo.es) me parece digno de elogio, porque ha conseguido crear un lugar en el que el objetivo es que la fotografía, digital o argéntica, no pierda la magia que ha tenido siempre. Una de sus metas es que el fotógrafo aprenda a mirar, especialmente cuando se usan cámaras digitales. Y es que estoy convencido de que uno de los mayores conflictos que plantea la fotografía digital es que nunca terminamos de saber si el que mira es el fotógrafo o la cámara. El hecho de que en digital disparemos indiscriminadamente y hagamos decenas de tomas del mismo motivo sin ton ni son me sugiere que no hay mirada fotográfica alguna. En cambio, con una cámara clásica cada disparo responde al estímulo de un instante mágico de luz.

Por otra parte, vuelve a ser noticia el astrofotógrafo valenciano Vicent Peris, del Observatorio de la Universitat. Su foto de la Nebulosa del Anillo (M 57) con el reflector Zeiss de Calar Alto está dando la vuelta al mundo. En ella se ven estructuras y halos que ni siquiera el Telescopio Espacial Hubble había logrado captar, y el secreto está tanto en la aplicación usada para procesarla —el software PixInsight del también valenciano Juan Conejero— como en el algoritmo creado por él mismo, que permite rescatar de la imagen original lo que queda oculto en las zonas excesivamente iluminadas.

Sí, técnicas digitales del más alto nivel, pero orientadas a rendir tributo al carácter documental que debe tener la astrofotografía como parte de la fotografía de naturaleza que es. Por eso, el propio Peris ha tenido la iniciativa de crear la Escuela Documentalista de Astrofotografía (DSA), en la que se ha involucrado un grupo internacional de astrofotógrafos. En ella tienen cabida lo digital y lo argéntico, pero lo importante, su objetivo fundamental, es preservar el carácter documental de la astrofotografía y evitar que sucumba a la tentación de dibujar o pintar las fotos. O sea, imágenes sin trampa ni cartón como las que permitieron a Hubble descubrir que el universo está en expansión.