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Lengua madre

El señor Millás y un servidor somos a menudo vecinos en esa comunidad de columnistas donde estamos todos muy juntos, separados por una fina pared medianera. A ese vecino y, sin embargo, casi desconocido como suele ocurrir en los patios de vecindad le pregunté que, puesto que está traducido a más de veinte idiomas y, seguramente, podría vivir de sus libros, si escribía en los periódicos por dinero o por gusto. Me contestó la pregunta tenía trampa, claro que «un poco por las dos cosas», es decir que además de la pasta que no viene mal había eso que los clásicos llamaban placer consentido o con sentido, ahora no caigo. Millás cuida sus artículos lo mismo si los publica en Madrid que en Segovia. Lo he comprobado. Y esas cosas no ocurren sólo por decencia profesional: hace falta pasárselo bien.

Cuando logras que las palabras digan algo de verdad, que no suele ser lo que dicen habitualmente, entonces se experimenta un placer bastante parecido al sexual, de hecho alguien dice «qué dominio»« (de la lengua), lo que acentúa la sensación. Pero Millás dice, en su última novela La mujer loca que la lengua nos habla, más que hablarla nosotros. De hecho, se habla de lengua materna para indicar que nos alumbró y que seremos siempre tributarios (y es así) y los bilingües tenemos, además, lengua padre, que es el que te dice que tienes que estudiar ingeniería y chino y dejarte de filosofía y mariconadas. De hecho, hablamos de judiadas mucho antes de saber qué son los judíos y asociamos porque lo manda la lengua que nos habla catalán y fenicio, pese a que no hubo, que yo sepa, ninguna colonia púnica en lo que hoy es Cataluña.

También llamamos cojones al valor, pese a que no se ha hallado ningún conducto natural quizás sea una fístula entre aquellas vísceras y este territorio del alma y el encuentro entre dos políticos suele ser «extremadamente cordial». Ignoro cómo se puede ser cordial y extremo, pero quizás se hayan despedido a bocados. Es decir, que la clave sigue siendo tomar a las palabras de las canillas, ponerlas del revés y darles palo hasta que chillen, putas.

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