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El rey de los juegos no se juega con las manos

Con el arranque del nuevo curso futbolístico, miles de tiernos púberes y de aguerridas ninfas emprenden, de la mano de su padre „así fue mi inolvidable debut en el mítico Sector 8 de Mestalla„ o de su abuelo, el camino catecumenal en la fe balompédica. También son muchos los caballeros de pelo en pecho y las damas ya creciditas, quienes aprovechan este rito iniciático de los torneos, para incorporarse al culto, desde cualquiera de sus múltiples templos: el mítico Maracaná, el nuevo Wimbledon, desde los gallineros de La Bombonera porteña, o atiborrados de rico yantar en uno de los flamantes palcos de San Mamés. Por supuesto, también desde el repristinado Mestalla al que Amadeo Salvo ha sometido a un «lifting» para enmascararle las arrugas propias de la edad. Cualquiera de estas iglesias, sin descartar las modestas ermitas de aldea, sirve para profesar los votos de compromiso eterno con esta religión, la más ecuménica y universal del mundo.

Aunque oficialmente sean los ingleses „¿quiénes, si no?„ los que se atribuyen el invento del fútbol moderno, existen rastros documentales de un juego primitivo muy parecido, hallados en la culturas precolombinas, en tribus medievales de Normandía „la «savate»„, de Bretaña „la «sole»„ o de Florencia con el primitivo «calcio». Según algunos estudiosos del fenómeno, el balón es, en realidad, la representación del sol en los juegos del hombre. La pelota es redonda y recuerda al astro rey de nuestro sistema planetario. El fútbol, más o menos rudimentario, más o menos sistematizado, es por tanto, casi tan viejo como la Humanidad. Nuestros antepasados tenían la convicción de que el sol, con su luz y su calor, era la fuente de la vida. El juego del fútbol, en consecuencia, era una forma de culto al sol.

Frente a quienes sostienen que el primer gesto del niño es el de correr y, consiguientemente, sería el atletismo el deporte más primitivo, otros antropólogos contraponen que, antes de comenzar a andar, el niño ya se siente atraído por la pelota e intenta empujarla con el pie. A este respecto, cabe recodar que Di Stéfano atribuía el enorme atractivo del fútbol, precisamente a su condición antinatural: «En lugar de agarrar la bola con la mano, que sería lo lógico y natural, la manejamos con el pie, que es más dificultoso y exige una mayor habilidad», me aleccionaba una tarde el sabio Alfredo. Como siempre, no andaba desencaminando en sus apreciaciones, por cuanto una distracción como la del fútbol, en el fondo tan simple, ha de poseer un gran encanto para enganchar a la vez a tantas y tan diversas gentes. «Si el fútbol ha suprimido el uso de las manos es porque, con su intervención, la pelota dejaría de ser pelota y el jugador también. Las manos son sinónimo de maña y con ellas han sido dotados únicamente los animales astutos: el hombre y el mono. La pelota no admite mañas, sino únicamente efectos estelares», escribía hace 80 años Jean Giraudoux. De todos los deportes colectivos, el fútbol no sólo es el único que proscribe el uso de las manos „con la excepción de ese verso suelto y original que en su relato épico son los porteros„ sino que lo penaliza.

Más que el rey de los deportes „condición que sí cabe atribuirle al atletismo„ el fútbol es el rey de los juegos. Y los grandes juegos se practican con una pelota: tenis, billar, frontón, trinquet, baloncesto, rugby, waterpolo... Pero pocos placeres hay equiparables al de dominar y dirigir con el pie un balón inerte, huidizo, aparentemente incontrolable. Por eso el fútbol es tan atractivo, porque nunca es igual. Ni un gesto técnico se parece a otro, ni una maniobra colectiva a otra, ni un partido a otro; no exige automatismos. Y hace olvidar las amarguras de la vida y concentra el espíritu sobre un solo artilugio redondo.

Será también por eso que desde hoy contará con una nueva legión de jóvenes seguidores más o menos fanáticos, más o menos ponderados. Y con viejos neófitos reenganchados de otras ramas y disciplinas. Desde su ignorancia, ellos como todos los conversos, serán tozudos y recalcitrantes en sus posicionamientos. Sean todos bienvenidos al antiguo credo del balón.

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