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Picatostes

Agosto

Agosto. Hay que levantarse temprano antes que el sol ejerza su mandato con autoridad. Apetece este frescor matinal mientras en los montes vecinos todavía una espesa niebla sigue señalando el paisaje. El campanario de la iglesia aún no se ha puesto en funcionamiento y solo el ruido del paso de un tractor perturba el silencio a estas horas. Los gatos del pueblo esperan vigilantes apostados en las esquinas la comida que algun vecino les pone cada día. Hubo otras épocas en que los gatos se enseñoreaban de las calles del pueblo, la mejor tarjeta postal de la comarca junto a los manzanos en flor en primavera. Si algún avispado agente de marketing o turismo rural lo hubiera promocionado, igual, hasta hubiera salido en una de esas listas de pueblos con encanto. De un tiempo a esta parte su número -la colonia felina- se ha ido reduciendo, algunos envenenados según me cuenta mi vecino con resignación. Cuesta creer que haya personas que alberguen tanta maldad. Xavi, el perro foxterrier, todavía no ha descubierto la cohabitación con los otros animales y es salir a la calle y perseguir todo aquello que se mueve, tiene cuatro patas y concluye en un rabo peludo. Afortunadamente sus intenciones acaban donde finaliza la extensión de su correa. Totó, el otro perro y «persona adulta», practica con la colonia felina el arte de la mutua ignorancia. Su única prioridad al salir a la calle es descargar, con espiritu dosificador, su ración de orina en la esquina más próxima.

Aquí, lejos de la ciudad, las trifulcas parlamentarias y las fallidas investiduras del pasado mes de julio parecen esfumarse como la primera niebla de la mañana. Los exabruptos de twitter de cada día resultan tan extravagantes como buscar un cajero en un radio de diez kilómetros. Los problemas de Mónica Oltra con sus socios socialistas a propósito de la financiación se antojan pequeñeces junto a la frondosidad del nogal con todo su esplendor vegetal anunciado por los pequeños frutos que esperan al próximo otoño. En esta parte de la geografía valenciana, territorio promiscuo entre Aragón y Castilla, de donde salió un día el escritor Paco Candel hacia Cataluña para dar voz a els altres catalans, agosto tiene olor de higuera y espliego. De pino y romero. Tambien de loción anti-mosquitos si no quieres acabar con las piernas y brazos señalados como un mapamundi. Y por supuesto abstenerse de cualquier perfume, agua de colonia, si no quieres finalizar como campo de aterrizaje para el club de insectos voladores de la zona.

Este año tampoco se ven manzanas en los árboles en los campos vecinos del pueblo. Las sucesivas heladas primaverales, su sustitución por otros cultivos y el progresivo abandono han ido dejando raquíticos los campos y las ramas de los árboles. En otros tiempos la manzana Esperiega del Rincón del Ademuz se cotizaba en los mercados gracias a su buena conservación, además de sus cualidades, su carne jugosa y dulce; despues llegaron las cámaras frigoríficas y las preferencias se decantaron hacia otras variedades. Los cajones de manzanas abandonados en los campos son la mejor muestra de que hubo otro tiempo mucho más feliz que cantaba una rolliza Mary Hopkins promocionada por Paul McCartney.

Las inclemencias del tiempo siempre es un tema recurrente en la boca de los vecinos cuando nos volvemos a reencontrar. Hoy una helada, y mañana, una lluvia de granizo. Y al otro, Dios dirá. Nada nuevo bajo el sol en un territorio donde el paso de las estaciones está señalado por los extremos climáticos. Estos días de agosto mis vecinos apuran sus pequeñas huertas llenando los cestos con sus potentes calabacines y rojos y carnosos tomates que harán las delicias en una buena ensalada aliñada, a ser posible, con aceite del Bajo Aragón y el toque de unas hierbas provenzales o como futura materia de conserva. El único horno del pueblo muestra una gran actividad con la llegada de forasteros y antiguos residentes que vuelven a la casa del pueblo. Otro tanto pasa con la carnicería, que a juzgar por las compras y encargos se diría que se aproxima el juicio final. Los maizales le dan al paisaje circundante un decorado efímero, casi tropical, inundados de agua, en un territorio donde convergen el Turia y su afluente, el Ebrón. La banda sonora a cargo de las ranas y las cigarras afinan la canción de verano.

Pasear con los perros por los caminos vecinos, viendo a Totó y Xavi corret como locos, saltando sequias y campos lo redime a uno un poco; encerrados la mayor parte del año en la ciudad, resulta todo un espectáculo verlos correr como si se tratara de una competición olímpica al mismo tiempo que frenan en seco, atentos, sorprendidos, ante un sonido inesperado de la madre naturaleza. En lo alto del monte nos espera un fuerte olor de tomillo. Extensos campos de tomillo señalan los caminos. También un rebaño de ovejas. Algunos de sus miembros no parecen mirarnos con buenos ojos a la vista de los ladridos de Xavi, exultante y curioso ante el descubrimiento de ese colectivo del reino animal que emite esos ladridos tan extraños... El perro del pastor pone un poco de orden a la mañana y al debate canino-ovino. Se diría que el cielo ha sido pintado por el mismísimo Yves Klein a juzgar por su azul intenso recortado por el verde que te quiero verde de los pinos. A la noche, volveremos a ese cielo ahora inundado de estrellas tratando de descubrir de nuevo el mapa de las constelaciones, «ah, esa es la Osa Mayor», «y esa otra, sí, más allá, ¿no es la Menor?», «y ahí, esa gran mancha, la Via Láctea». Dentro de unos días se producirá ese pequeño espectáculo señalado como las Lágrimas de San Lorenzo y volveré a hacer los buenos propósitos de cada año, esperar hasta bien entrada la noche para contemplar el festín celestial. Y luego, como cada año, caeré dormido, y la lluvia de estrellas fugaces habrán pasado de nuevo, una vez más, de largo por la ventana de mis sueños.

La vida reencontrada de pueblo te ofrece esos pequeños placeres como desplazarte a comprar unas madalenas al horno de Elvira, arriba, en la parte alta del viejo casco urbano de Ademuz. Desde la estrecha calle que conduce al horno llega el olor del pan recién hecho mientras las madalenas salidas del horno ofrecen ese color dorado y materia esponjosa que se fundirá gloriosamente en el desayuno del dia siguiente. En el chárter de la comarca reina un pequeño caos entre carritos de la compra y bolsas en un espacio reducido pero nadie protesta. Ya se sabe, es agosto. Verano. Cuando vuelvo a casa mi vecina me ha dejado en la puerta un cubo lleno de tomates, calabacines y pimientos.

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