Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los prohibidísimos carnavales de València

El buen clima ha ayudado siempre a que Valencia viva en permanente estado de fiesta. Lo celebramos. Constantí Llombart en su «Festes, costums i mals visis pintats a la valensiana», que encabezó con los versos «Carnistóltes moltes voltes/ y Nadal de mes a mes,/ Pascua de huit a huit dies,/ Cuaresma no tornes mes», repasa con lenguaje humorístico el largo, nutrido e intenso calendario festivo que de continuo nos ahoga en un sin vivir tanto en la ciudad como en el territorio.

Al llegar al tiempo de carnavales escribe: «Mes hara vé lo bo; después de mil preparatius pera les comparses y después d´atres tants pera dispóndrer els disfrasos, ya estem, caballers, en Carnistoltes, y com l´ adachi asegura, Carnistóltes, bones voltes. Y á fé que els valensians no som afisionats en grasia de Deu, á pegar cabrioles y brincos!»

Lo de los carnavales lo tenemos los valencianos desde nuestra solera romana, que nos legó sus fiestas saturnales. Los musulmanes los respetaron, adaptaron e hicieron suyos, para a renglón seguido, sus herederos los renacentistas las potenciaron. Sobrevivieron los carnavales hasta nuestra época, a pesar de la constante presión de la Iglesia en contra, la que, muy tempranamente (en los Concilios de Laodicea,a.320, y Auxerre, a. 585), comenzó a prohibirlos imponiendo duras penas (hasta tres años de penitencia) a quienes asistieran a ellos.

Desde los Concilios toledanos, la prohibición de los Carnavales aparece en todos los estatutos sinodales de España, al menos hasta hace un siglo.

El espíritu eclesiástico fue influencer de la legislación civil a épocas. En 1523, el rey Carlos I impuso la pena de 100 azotes o seis meses de destierro al que se disfrazara de máscara en tiempo de carnaval durante el día, pena que se doblaba si la juerga era de noche. Felipe IV, sin embargo, era partidario de los carnavales y los protegió. En 1716, Felipe V se mostró contrario y elevó las penas a los carnavaleros desde 30 días de cárcel hasta cuatro años de galera. Carlos III muy influido por la moda italiana los favoreció y Felipe VII no los consintió. La reina María Cristina los potenció. Iban los carnavales de un lado a otro. En este caso, como en muchos otros, al rey no le hicieron ni caso y carnavales o mascaradas que hubo.

Planes en su dietario (1709) al comentar cómo eran los Carnavales escribe, como ejemplo, que el martes de carnaval -víspera del miércoles de ceniza inicio de la Cuaresma- Valencia «estaba toda hecha un mar por la mucha agua que echaban de todas las casas a los que pasean por las calles, volviéndose en retorno a los que tiraban agua algunos naranjetas de aguas de olor, pero impacientes los soldados y gente vagabunda, llevaron muchas capadas de naranjas y limas, que las tiraron a las que echaban agua, con lo cual llegó la noche y cada uno se retiró a descansar y enjugarse». Es decir, que no todo estaba en bailar, ocurrían muchas más cosas.

Las leyes fueron suavizándose con la Constitución de La Pepa, la de 1812. Cesaron las prohibiciones, «concediéndose el uso de máscara en las condiciones que tuviesen por conveniente marcar las autoridades gubernativas para velar por la pública moralidad y decencia». En 1832, se permitió el uso del antifaz en carnavales. En 1835, con motivo de la llegada al poder de los liberales progresistas en tiempos de la reina Isabel II, Valencia celebró carnavales también en noviembre.

En 1843, el Ayuntamiento «con el fin de que el público pudiese discurrir libremente en las tardes de los días de Carnaval por las calles del Mar y de san Vicente, y plazas de la Congregación y santa Catalina, y disfrutar del espectáculo que ofrecen las máscaras públicas, prohibió el tránsito de carruajes por las citadas vías públicas en las tardes de los días 26, 27 y 28 de febrero», escribe Vicente Vives Liern.

Se dio la potestad de permitir o prohibir los bailes de máscaras a los gobernadores civiles y donde ellos no residían a los alcaldes, quienes dictaban las ordenanzas oportunas, disponiendo «las condiciones en que se permiten las máscaras y disfraces».

Se prohibían trajes religiosos

Los carnavales o mascarada debían durar tres días y «sólo hasta el anochecer para andar por la calle: prohibiéndose el disfrazarse con trajes eclesiásticos o de religiosos, altos funcionarios y militares, usar armas y espuelas, tanto para la calle como para los bailes de máscaras, así como que en estos entren los militares con espada y los paisanos con bastón, excepto la autoridad que los presida, que puede mandar quitar la careta a quien diere motivo para ello». En el Código Penal de 1870 (artº 591) estaba considerado falta contra el orden público "el hecho de salir de máscara en tiempo no permitido contraviniendo a las disposiciones de la autoridad».

La transformación para mejor de los Carnavales de Valencia comenzó hace un siglo, «caracterizábalo antes la nota popular con sus disfraces groseros, bromas despiadadas y ademanes libertinos, y ahora lo informa un gusto refinado que ha convertido aquella expansión en una fiesta cultísima del arte valenciano, muy adecuada a las aptitudes de nuestro pueblo y al moderno ambiente en que se agita», dijo Martínez Aloy.

El franquismo acabó con los Carnavales, pero el pueblo llano se pasó a las Fallas, convirtiéndolas en sus propias fiestas saturnales, equinocciales, carnavales de primavera. De ahí que sean pocos los lugares que en esta tierra celebren los Carnavales como antaño, habiendo quedado mayoritariamente para el calendario escolar, salvo las honrosas excepciones de Villar del Arzobispo con su Chinchoso -un año quemaron a Camps- Vinarós y Pego.

Compartir el artículo

stats