nuevos tiempos, nuevos horizontes

Vivir y sanar en la Comunitat Valenciana

Manuel López Estornell

Manuel López Estornell

Hoy he regresado al Servicio de Dermatología del Hospital General de València. Durante una semana de pruebas han seguido la pista de un conjunto de problemas que me han perseguido durante décadas. La sala de espera del Servicio es modesta, como otras muchas consultas de hospitales y centros de salud públicos. Todas las sillas se encontraban ocupadas y parte de los pacientes aguardaban de pie a que la pantalla señalara su turno.

El despacho de la doctora cabía en un pañuelo, pero no ha importado: su conocimiento y experiencia clínica desbordaban los límites físicos. Por primera vez ha diagnosticado con precisión, tras identificar las causas, el origen de mis recurrentes y misteriosas alergias.

Pero no importa el motivo: el valor de lo observado se encuentra en las piezas de saber que acumula la sanidad pública valenciana. Con todas las limitaciones que se quiera, día tras día se confirma que es nuestra joya de la corona. La que nos preserva la salud y, por lo tanto, la propia vida. La que no pide avales, seguros ni cheques cuando tiene que realizar un complicado trasplante de hígado o de pulmón y corazón. La que incorpora sofisticadas tecnologías que permiten oxigenar a quienes ya no les sirven los respiradores habituales. La que primero aplanó la carga económica que suponían las medicinas para jubilados y personas dependientes, facilitando que regresaran a sus tratamientos muchos miles de enfermos.

Recordar, reconocer y defender la sanidad valenciana no es cosa de unos meses angustiosos y eternos, como fueron los iniciales de la covid. También ahora sus profesionales merecen fuertes y sentidos aplausos. Si no los llevamos por dentro, merecen que los recuperemos e introduzcamos en la mochila de nuestras mejores deudas morales. No somos donantes de medallas, pero sí podemos ser manifestantes de una gratitud inagotable hacia esos artesanos de la calidad de vida.

Disponer de una sanidad como la valenciana es particularmente valiosa en este tiempo que nos ha correspondido atravesar. Tiempo de incertidumbres: guerra, hipotecas, cesta de la compra y, más allá de lo personal, lenguajes políticos extremos, desacuerdos forjados en acero y la sensación de que el día del ciudadano recorre un calendario muy distinto al seguido por algunas instituciones públicas, en particular las radicadas en Madrid y las contagiadas por éstas.

Me pregunto si algunos diputados desayunan electroshock en lugar de café. Intuyo que, en ciertos medios de comunicación, opinadores y tertulianos han conseguido ser inmunes a la cicuta porque la regurgitan con gran desparpajo sin sucumbir al veneno. Me parece que el oído ha pasado de sentido a disfunción tras atrofiarse por su uso intermitente: activo para escuchar a los próximos, cerrado para hacerlo con los adversarios. Todo ello en un pedazo de la Historia que incorpora el peso de sus propias incertezas, desde el cambio climático a las tensiones internacionales, desde el deterioro de la democracia perseguido por fuerzas surgidas en la última década al padecimiento humano contenido en las nuevas y tradicionales desigualdades.

¿Qué hacer aquí y ahora? Como mínimo, guardar y defender, con uñas y dientes, lo mejor de la sociedad valenciana: aquello que proporciona logros satisfactorios. Logros con los que nos identificamos. Que nos enorgullecen. Como la cultura que, a partir de su pasado bagaje, se dilata hora tras hora con nuevas floraciones de creatividad, ciencia e interpretación de lo que somos y cómo lo vivimos. Y, de igual modo, guardar y mantener bien nutridas la amabilidad, el respeto, la comprensión de lo distinto, la hospitalidad y la solidaridad. Y, ciertamente, ejercitar la democracia más allá del día de votaciones, manteniendo pulsado el interés por lo que nos concierne de cerca y por lo que nos impacta de lejos. Valores y actitudes que permitan la continuidad de una atmósfera social que discute con la misma facilidad, disponibilidad y energía con las que llega a acuerdos.

Un sentido de Comunitat que encuentra uno de sus fundamentos más sólidos en las instituciones públicas que ha construido para reducir las incertidumbres internas. La sanidad pública es una de ellas y, como tal, desempeña un rol básico en nuestras expectativas.

Podemos encontrarnos atenazados por múltiples preocupaciones, pero el mero hecho de saber que la respuesta a la enfermedad forma parte de la red que nos protege, y que lo hace sin afectación de nuestra economía personal, reduce varios grados el efecto global de la incertidumbre.

La sanidad, en definitiva, constituye un ejemplo claro de la importancia de la Comunitat Valenciana como tejedora de seguridades básicas capaces de neutralizar diversas y desestabilizadoras incertezas. Un rol más que destacable porque, al reducir el perímetro de las incertidumbres más cercanas, recorta el recorrido total de aquello que podría inquietarnos y llevarnos a la desazón, la negatividad y el enclaustramiento en nuestras propias preocupaciones. Una razón más de por qué vale la pena vivir y convivir en la Comunitat Valenciana. De por qué, siendo una Comunitat que no destaca por su renta per cápita, permanece como polo de atracción, como destino de nuevos proyectos de vida para las gentes de otras partes del país y de más allá.