NUBOSIDAD VARIABLE

Ribó y la cruz

Manuel Peris

Manuel Peris

Salgo feliz del Centro Cultural Bancaixa, tras disfrutar de la exposición de Jaume Plensa «Poesía del silencio». Voy dando un paseo. Llevo aún en la memoria sus hermosas esculturas. Cruzo la Glorieta y a los pocos pasos, el alma se me cae a los pies. Sostiene Pessoa que el ambiente es el alma de las cosas. A mí, el ambiente de esta ciudad se me hace a veces insoportable. Y no sólo en Fallas.

Tengo frente a mí una imagen colosal que me resulta abusiva, porque es un monumento a la soberbia, el gran atributo de los dioses falsos; es decir, de todos los dioses. Es una cruz. Y no estoy hablando de una cruz metafórica, sino de la muy material y gigantesca cruz de los caídos -por Dios y por España-, que preside la llamada Porta de la Mar de València, antes plaza del Marqués de Estella en honor al dictador Miguel Primo de Rivera, protofascista y padre del fundador de Falange Española, José Antonio.

Una cruz que, arropada por un horrible portalón, desfigura uno de los espacios más amables de la ciudad. En principio, no tengo nada contra las cruces. Me encantan las románicas en los cruceiros de Galicia y Bretaña. Y claro está, respeto las sencillas cruces de madera de los creyentes sinceros. Pero no soporto las de pedrería, las de oro y brillantes. Y tampoco, las de la propaganda del nacional catolicismo en el que me intentaron educar. Algunas, como esta desmedida cruz de la ciudad que gobierna Joan Ribó, aún perdura.

Arriba de la cruz, en el frontispicio de este horrible mastodonte levantado diez años después de la sublevación del general Francisco Franco Bahamonde, hay una inscripción loando las glorias del caudillo. En 1980, le pusieron encima una losa para intentar disimular el abyecto sentido de esta provinciana exaltación del franquismo. El ayuntamiento de entonces no se atrevió a más, porque al otro lado del jardín, en el antiguo convento de Santo Domingo, tenía su cuartel general el temido Jaime Milans del Bosch, que unos meses después urdió el golpe de Estado del 23-f. Desde entonces, han pasado más de cuarenta años y por fin está en vigor una ley de memoria democrática, que el Ayuntamiento de València debería cumplir. Como lo ha hecho el Ayuntamiento de Castellón, que ha retirado la cruz franquista del parque de Ribalta.

Está bien que el alcalde Joan Ribó intente dejar su impronta con las plazas y las peatonalizaciones, pero, por favor, de paso, quítenos este monstruo, este bodrio, este monumental truño. Por salud democrática, atrévase a luchar contra la soberbia. Hágalo como un legado higiénico de la València capital mundial del diseño, de la luz y del amor.