El único camino

Mónica Escamilla

Mónica Escamilla

Suena el timbre que anuncia el final de la clase y Óscar recoge sus cosas mientras se dirige a la puerta del instituto ensimismado en sus pensamientos. De repente, escucha unas voces tras él y repara en que su amigo Lucas está rodeado por varios compañeros de clase que lo insultan y zarandean riéndose de él, mientras graban la escena con el móvil.

Óscar no se lo piensa dos veces y sale corriendo hacia ellos, gritándoles que si no paran él también los va a grabar y que dejen en paz a su amigo. Ellos, sorprendidos por esta reacción, se marchan rápidamente al tiempo que Óscar pregunta a Lucas si está bien e intenta tranquilizarlo.

Al llegar a casa, preocupado por la escena, decide contárselo a su madre, quien le reprocha haber intervenido: «No seas tonto, es una pena lo que le ha pasado a Lucas, pero la vida es así, si te entrometes o lo cuentas, te meterás en problemas y seguramente tú serás el siguiente. Es mejor que no hagas ni digas nada, tú a lo tuyo».

¿Es esto realmente lo que queremos para las generaciones venideras? ¿Queremos menores y jóvenes que «vayan a lo suyo»? ¿O queremos personas valientes y generosas que se sacrifiquen por los demás y luchen por las causas justas? ¿Queremos seres humanos centrados en sí mismos y ajenos al sufrimiento de quienes no han tenido tanta suerte como ellos? Si queremos y creemos en un mundo mejor, este, sin lugar dudas, no es el camino.

En definitiva, si deseamos que la sociedad del futuro tenga valores, debemos enseñarles el camino para que eso suceda, con cada acto y cada palabra, porque todo cuenta, lo que se hace y lo que se omite, y tenemos la enorme responsabilidad de dar ejemplo a los que vienen detrás.

La PAZ con mayúsculas, no es algo inalcanzable o abstracto, es un trabajo diario que todos tenemos el deber moral de hacer y que consiste en inculcar a los que nos rodean, especialmente a los más jóvenes, valores como el respeto, la justicia, la tolerancia, la lealtad, la honestidad y la igualdad, porque esos son los cimientos que construyen un mundo mejor.

Si lo hacemos, no sólo construiremos una sociedad más justa, sino también más feliz, porque los menores y jóvenes tendrán un objetivo con el que se sentirán útiles y realizados. Las depresiones entre jóvenes y menores han crecido exponencialmente en los últimos años, en gran parte por la falta de valores y de objetivos, el individualismo reinante en nuestra sociedad y la sensación de vivir vidas vacías, superfluas y carentes de sentido. Nos sorprendería ver cómo cambiaría el mundo si a los más jóvenes les descubriéramos la felicidad que pueden experimentar sintiéndose útiles y ayudando a quienes lo necesitan.

Desde el año 1964, cada 30 de enero, se celebra en los colegios el Día Escolar de la Paz y la No Violencia, por ser la fecha en la que murió Mahatma Gandhi, principal exponente de la resistencia pacífica en el mundo. Él, una de las más influyentes figuras en la historia de la humanidad, sabía a ciencia cierta que la Paz era el único camino, y por eso emprendió una vida de humildad, amor y caridad hacia los demás, desprovista de artificios, pero valiente y firme hasta el final.

La semilla de sus enseñanzas aún perdura y nos demuestra que el amor y la paz son más fuertes que el odio y la destrucción, y que al final siempre triunfan, porque cuando alguien decide amar en lugar de odiar, ya ha ganado.

La lucha por los derechos humanos comienza en casa, en las aulas escolares, en los patios del colegio y se manifiesta cada vez que alguien decide no devolver un insulto, defender a un compañero, compartir su comida con los demás o brindar una sonrisa a quien la necesita.

En Fundación por la Justicia estamos comprometidos con la formación de los más jóvenes en los valores y en la concienciación de la lucha por los derechos humanos, porque ese es el mejor legado que podemos dejar a las generaciones venideras.