LA COLUMNA

Con todo mi respeto, señor Soler

Marta Moreno Pizarro

Marta Moreno Pizarro

Tengo una amiga, ya jubilada, que a pesar de haberse pasado toda la vida trabajando tuvo momentos de verdadera precariedad económica: tres hijos crió con sus sueldos de miseria trabajadora. Un día me contó (y a sus palabras siguió un silencio en el que ambas quedamos varadas, porque yo no pude más que mirarla y comprender) que alguna vez había tenido que engañarles el hambre preparándoles agua con colacao. No me imagino la vergüenza que debió de pasar. En secreto, a solas: la única adulta en la escena. Con la dignidad a cuestas de una pobreza poco visible.

Mi amiga sacó adelante a sus tres hijos, con sus colacaos fingidos y sus valores, y les acompañó en esos estudios gracias a los que ahora son tres profesionales solventes y buenas personas. Si en aquel momento pasó vergüenza, ahora puede sentirse muy orgullosa. Nuestras autoridades educativas, en cambio, son más de sacar pecho, y eso que entre nuestro alumnado aún son demasiados a los que no sacamos adelante, o lo hacemos solo con un título aguado. ¿Saben por qué? Porque aún no están dispuestos, ni unos ni otros, a gastarse dinero en verdadera calidad. Digámoslo claro: para lo muchísimo que necesitamos de él, nuestro sistema educativo no es malo, es barato. Tenemos lo que pagamos. En realidad, incluso conseguimos más, porque en nuestro sistema hay todo tipo de parches con los que se sostiene, a duras penas, lo imposible. Somos expertos en remedios baratos que llegan hasta donde llegan, polvo de cacao endulzando y ocultando lo que no es más que agua. En lugar de bajar las ratios, nuestro sistema educativo descansa en la voluntariedad, cada vez más obligatoria, de las horas extra no remuneradas de los docentes (no digamos ya de los equipos directivos); o eso, o no llegamos. Lo mismo las familias, y toda esa educación en la sombra de repasos, refuerzos y academias. Hay alumnado al que se le atragantan ciertas materias: a falta de recursos para que mejoren, se les permite titular con suspensos. Crear plazas suficientes de formación profesional para que nuestros jóvenes estudien hasta los 18 años es demasiado caro; creamos un bachillerato general para que los que no acceden a los estudios que prefieren acepten pasar dos años más en otros que no eligieron, esquivando las asignaturas que no desean. No nos caben en el edificio tantos grupos de 15 alumnos con su profesor; metamos a 30, y pongamos de vez en cuando un profesor más. En lugar de desdoblar grupos de aprendizaje de idiomas, en lugar de poner apoyos, en lugar de permitirnos el tiempo suficiente para atender todas las necesidades, nos ponen a dar nuestras materias en inglés, nos fuerzan a ser profesores polivalentes y nos exigen que pintemos una inclusión bella e irrealizable en los papeles. También falta personal no docente, mucho: administrativos, técnicos en prevención de riesgos laborales, psicólogos, especialistas en dificultades del aprendizaje, educadores y trabajadores sociales, alguna persona de enfermería. Todas las tareas que estos profesionales deberían realizar en los centros educativos las (mal) hacemos los docentes. Faltan espacios y materiales de trabajo, faltan aulas, faltan infraestructuras. Y faltan más inspectores, quienes deberían tener más tiempo para dedicarse a esas tareas, nunca tan urgentes, de asesorar, orientar y colaborar en la mejora continua de la labor educativa.

Me alegro de que sea el señor Soler, secretario autonómico de educación, quien coordine la campaña del señor Puig, porque estoy convencida de que conoce a la perfección cada vaso de agua con colacao con los que engañamos la necesidad de un sistema educativo de calidad: cada centro sin horario completo de conserjería, cada abandono por esa falta de recursos que se va acumulando hasta que no se puede hacer más, cada necesidad, más que justificada, que no se cubre porque Hacienda no da permiso. Estoy convencida y deseo que así lo haga: el señor Soler priorizará las necesidades reales de la educación en la propuesta electoral. Porque podemos pasarnos la vida entera discutiendo sobre los males del sistema educativo; en casa del pobre, leí una vez, todos discuten y todos tienen razón. Pero nunca llegaremos a nada: no hasta que no empecemos, en educación, a hablar de presupuestos.