REFLEXIONES

Apostando por la dignidad y la palabra de las mujeres

Rus Martínez y Aure Lerma

Rus Martínez y Aure Lerma

En todas las sociedades hay desigualdades entre mujeres y hombres respecto a las actividades que realizan, en el acceso y control de recursos y en las oportunidades para tomar decisiones, lo que influye de manera determinante en el proceso de salud y enfermedad y pone a las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad para la salud física y mental. Desde una perspectiva de género, las mujeres han sido históricamente calificadas de «inferiores mentales», «locas» o «enajenadas mentales», como consecuencia del sistema patriarcal dentro de la medicina y ciencias afines más que de un saber científico.

En la actualidad, el malestar de las mujeres está medicalizado. La última Encuesta Nacional de Salud refleja que el consumo de tranquilizantes es del 16,12% en la población de mujeres mayores de 15 años, porcentaje que se reduce al 8,63 en el caso de los hombres. Igualmente, la Encuesta sobre Alcohol y otras Drogas en España 2019-2020 revela que el 8% de las mujeres de 15 a 64 años reconoce tomar hipnosedantes a diario con o sin receta, índice que baja a la mitad entre los hombres.

Cuando hablamos de una de las denominadas «enfermedades mentales graves» la cosa se pone todavía peor: el riesgo de sufrir una situación de violencia de género, por ejemplo, se multiplica entre dos y cuatro veces si la mujer tiene un diagnóstico psiquiátrico.

«Es muy importante visibilizar la violencia de género que afecta las mujeres con enfermedad mental grave y hay que denunciarla puesto que estamos frente un colectivo muy vulnerable que a veces no denuncia por miedo a represalias o desconocimiento de sus derechos, y es que las mujeres con sufrimiento psíquico ven cuestionada sistemáticamente su condición de por parte incluso de los centros de atención a la mujer, que al enterarse que están enfermas no se le da credibilidad a su discurso, se piensa que están descompensadas clínicamente.

A veces, son ellas misma las que minimizan o justifican el comportamiento del agresor, se auto-culpabilizan por baja autoestima.

Hay que detectar e identificar situaciones de este tipo por parte de los profesionales puesto que desgraciadamente se produce a menudo un desencuentro entre las necesidades de estas mujeres y los recursos públicos». (Aure Lerma, escritora con experiencia en primera persona en salud mental)

La atención a las personas con un diagnóstico de enfermedad mental grave ha sufrido una transformación muy importante, abandonando el modelo biomédico del tratamiento sintomático de la enfermedad y transitando hacia la atención integral, en la propia comunidad, de las necesidades de estas personas, más allá de su sintomatología. Esto se ha plasmado en los modelos de rehabilitación psicosocial, lo que se ha visto acompañado del surgimiento de nuevos tipos de recursos y servicios para esta población (APA, 2005; González y Rodríguez, 2002; Liberman, 1993; Prat, Gill, Barrett y Roberts, 2007).

Siguiendo el modelo de atención integral y basada en las necesidades de cada persona, empiezan a proliferar espacios seguros para las mujeres con problemas de salud mental con el objetivo de empoderarlas y ofrecerles una habitación propia donde compartir sus experiencias que en ocasiones son muy distintas a las vivencias de los hombres con un problema de salud mental.

Estamos en un momento histórico del feminismo y la promoción de la igualdad y no podemos olvidarnos de nuestras compañeras «las locas» porque ellas tienen voz, voto y una serie de experiencias y violencias vividas que no debemos ignorar.

Es el momento de promover la participación de las mujeres con un problema de salud mental en espacios públicos feministas (manifestaciones, encuentros etc.) brindando los apoyos que necesiten para ocupar el sitio que merecen.