La España de la censura no existe

Lo de ayer muestra una España que no mira más allá de las paredes del Congreso, a una derecha tibia con una extrema derecha que dinamita las bases del sistema con una 'españolada' y a un Gobierno de tres patas (no de dos) ansioso de propaganda

Ramón Tamames y Santiago Abascal.

Ramón Tamames y Santiago Abascal. / Efe

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Entre el bochorno y la pérdida de tiempo. Entre el patetismo personal y la vergüenza colectiva. Lo de ayer deja el sabor de boca de esas españoladas con caspa y chistes groseros de los tiempos del destape (hablo de películas). 

Si hay que sacar alguna conclusión seria, lo de ayer mostró una España que no existe, aunque puedan quedar nostálgicos. Como si el tiempo no hubiera pasado, un señor mayor cargado de ego, de los que dejan la sensación de que todo el mundo está en deuda permanente con ellos, un señor que tenía ganas de pasar página pronto, tomó la palabra en el Congreso de los Diputados para ofrecerse (sin creérselo él mismo) como presidente con un programa retrógrado, alejado de la España de hoy. El señuelo, una vez más, es la Transición. No soy de los que la denosta. Al contrario, creo que sobra hoy afán por denigrar aquel episodio en el que se hizo lo que se pudo, pero acabó bien, que es lo que cuenta. La clave de aquel pequeño éxito fue el diálogo, el entendimiento entre antiguos enemigos sobre la base, sí, de mucho olvido. Y sí, ese espíritu se echa en falta en estos tiempos, esa posibilidad de grandes acuerdos, de transversalidad.

Pero aquella España de esos pactos es también una España netamente centralista, que abrió la puerta a eso de las autonomías para quitarse un problema de encima, de soslayo, como sin terminar de creerse el modelo que estaba instaurando. Y una España cerrada también sobre cuatro instituciones. Ese país es el que se vio ayer: una España que no mira más allá de las paredes del Congreso, no ya de la M-30. Y no fue cosa solo del candidato propuesto por la ultraderecha, tampoco al Gobierno se le vio salir mucho de ese espacio. Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, es verdad, hablaron de la importancia de la diversidad territorial, incluso el presidente citó la gigafactoría de Sagunt como ejemplo de nuevas industrias y nuevos empleos. Pero no hubo mención alguna (solo de algún partido pequeño, ni siquiera de Compromís tampoco) al problema de financiación de las autonomías, esencial para la equidad en este país. Tampoco hubo mención a una estructura de desarrollo de infraestructuras que ha perjudicado a la periferia en beneficio de la gran megalópolis central. Ni siquiera Cataluña o Euskadi tuvieron el protagonismo estelar de otros tiempos, cuando eran tierras de conflicto grande. Esta España nuestra, la de siempre, es la que se vio y creo que no es real, que ya no existe.

Lo de ayer es el último intento de la rancia ultraderecha española por demoler las bases del sistema (ese es su fin) y sembrar las dudas sobre los valores básicos de la convivencia. ¿A qué si no dedicar tanto tiempo por parte de Santiago Abascal a lo que va a contar la prensa hoy? Su modelo es imponer la verdad, la suya, controlar lo que se escribe. El de hoy no es perfecto, pero es mejor que el que subyace en su discurso.

Lo de ayer deja a una derecha tibia que opta por la equidistancia con la extrema derecha y a un Gobierno ansioso de propaganda que pudo exhibir su mejor y cohesionada cara pasando por alto sus errores, que los ha habido. Lo de ayer permitió a Yolanda Díaz mostrar un perfil distinto al de las dirigentes (y ministras) de Podemos. Lo de ayer desnuda a un Ejecutivo no ya de dos, sino de tres patas, y a ver qué pasa con eso en los meses que vienen. 

Lo de ayer no muestra a un buen país, pero deja claro que el Gobierno sigue teniendo a una mayoría política (y social, por tanto) detrás. Lo mejor es que lo de ayer no sirvió de nada. Lo mejor es que en la calle no vi a nadie interesado en esto de la moción de censura.

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