tribuna

23J: Ximo Puig por ejemplo

Gregorio Martín

Gregorio Martín

Un líder puede aspirar a la grandeza asumiendo responsabilidades cuando las cosas viene mal dadas, en este camino estaba el presidente Sánchez al aceptar la derrota y llamar a elecciones generales, sin embargo no ha sabido poner la dosis de sacrificio que suele ser condición necesaria para aspirar a líder histórico.

Algunos no militantes que le votamos el 28M y que posiblemente lo hagamos el 23J esperábamos legítimamente que en algún momento de la semana se planteara, ya que a su consciencia se remitió, la posibilidad metódica, especulativa si se quiere, de si algún otro socialista bien preparado podría conseguir más votos que él próximo julio. No parece que ello se alumbrara en la cabeza del presidente a tenor de la semántica que usa: «Cuando hablan de derogar el sanchismo, lo que buscan el PP y Vox es destruir y desmantelar lo conquistado». Al ser tajante en el llamamiento a «no bajar los brazos», de los socialistas, con la ingenuidad propia del no militante no aclara si refiere a millones de brazos de españoleo a los propios de su anatomía. Afortunadamente puede bajar los suyos, convertirse en un líder histórico y dar alguna esperanza al PSOE el 23J.

Hoy sabemos que el PSOE tiene un problema que, quizás injustamente, se llama Pedro Sánchez. Es muy difícil desligar el mal resultado electoral de la imagen que del presidente tienen los españoles. De hecho fue el propio presidente quien aceptó el reto de Feijóo, de convertir las elecciones del 28M en un plebiscito sobre su persona y sobre su gestión al frente del Gobierno. Son muchos los que opinan que los malos resultados tuvieron que ver tanto con el pecado original del Gobierno de coalición, con Podemos dentro del Ejecutivo y los apoyos externos de los independentistas de Bildu o ERC, como con la forma de conducirse del propio presidente.

Desafortunadamente, ha mostrado su incapacidad para la didáctica en democracia, dando la sensación de correr hacia ninguna parte, aunque nadie duda de su capacidad para la gestión a corto. Todo ha ocurrido como si no hubiera hoja de ruta alguna, como no fuera ganar votaciones, no importaba sobre que materia, ni sobre que debate. Para poner un caso de esta dinámica, valga la buena voluntad de asumir el problema catalán.

Todo empezó bien con el indulto a los independentistas condenados y su salida de la cárcel, pero después surgio el barrullo: la increíble autoacusación de haber sido espiados con Pegasus en una ridícula y mentirosa solidaridad con Catalangate, la reforma de la sedición para evitar que una veintena de políticos acabara en la cárcel, las reformas del Código Penal en materia de sedición y corrupción y nada parece haberse conseguido.

Tampoco los ciudadanos han entendido por su inexplicada la «ingeniería social» de las leyes emanadas del Consejo de Ministros, especialmente las impulsadas por Unidas Podemos: La ley de ‘sí es sí’, y sus polémicas consecuencias o la ley Trans, acogida con dudas incluso por muchos progresistas poco sospechosos de no querer avanzar.

Un discurso electoral que se inicia proclamando que la derecha es trumpista para llamar a la unidad de toda la izquierda, casa mal con la socialdemocracia. De repente tenemos una especie de yo o el caos, en forma de «no hay alternativa» cuando hablando de banquillo me salen una docena de nombres: Illa, Borrell, Calviño, Puig, Escrivá, Montero… (paremos aquí morbosamente) todos, sin duda, todos con múltiples pegas, pero sin ningún «anti» declarado. El caso que más conozco es el de Ximo Puig y desde luego no hay «antipuig» alguno, aunque haya aguantado con dignidad y gallardía todo el antisanchismo que le ha caído encima.

Todos y todas tienen sólidas razones para no prestarse a ni siquiera a levantar la mano ante sus compañeros. En unos días la comisión ejecutiva va a confeccionar las listas, arrebatando esa competencia (al amparo de un párrafo reglamentario) al Comité Federal de listas ya que no habrá primarias. El argumento que se usará es conocido: Zapatero abandonó, y lo sustituyó un peso pesado como Rubalcaba (ninguno de citados tiene el peso político de quien ya ha fallecido) y Rajoy sacó mayoría absoluta. Un argumento histórico no necesariamente válido hoy.

Sus consejeros deben decirle, lisa y llanamente, a Pedro Sánchez, que cae mal, y que asumir con valentía y gallardía una opinión temporal, tan enrevesada e injusta como ésta, no es un desdoro, sino un rasgo de grandeza que le lanza a la Presidencia de la UE. Los socialdemócratas no tendrán mejor estandarte. En caso contrario se cerrara un capítulo de la historia del partido del PSOE que no producirá grandeza alguna.

Uno desde la humildad de ciudadano de a pie tiene miedo a ver cumplida su propia premoción, es la estupidez propia del «ya lo dije». Disculpas por aventurarlo.