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¿Quién teme a Virginia Woolf?

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Recuerdo, con la perfección que sólo concede el instante detenido, por precioso y preciado, en la memoria, la primera vez que leí Orlando, la novela que Virginia Woolf escribió hace ya casi un siglo inspirándose en la extraordinaria vida de Vita Sackville-West, de la que fue amante y amiga, pareja y cómplice, a la que amó y por la que fue amada. Conservo el ejemplar de bolsillo de la editorial Alianza (2003), con traducción de Jorge Luis Borges, que compré en la Casa del Libro de Goya, en Madrid, una tarde, al salir de la revista en la que, entonces, estaba haciendo prácticas de periodismo.

Era verano y, antes de salir de la librería, lo guardé, como si fuera un valioso tesoro, pese a lo poco que me había costado (mucho, si me atengo a mi condición de becaria), en el bolso. En el trayecto en autobús hasta mi casa, lo tocaba de vez en cuando, pasaba mi mano por el lomo y visualizaba el título: Orlando. Inmersa, como estaba, en la construcción de mi biblioteca propia, a la par que el cuarto que habría de alumbrar mi escritura, tantas veces había fantaseado con su lectura que no asimilaba que, por fin, se fuera a hacer realidad. Lo empecé aquella misma noche y tardé una semana bien larga en acabarlo. Cuando lo terminé, confieso que no entendí demasiado del argumento, pero me sentí embriagada, sensación que nunca antes había experimentado con un libro. «Él -porque no cabía duda de su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo». Así comenzaba aquel cuento de hadas transgénero, escrito sin duda desde la pasión, también la amorosa, cuyo protagonista pasa por ser, a lo largo de tres siglos, un caballero de la corte isabelina inglesa o una embajadora de Constantinopla.

Una novela singular, fantástica y deslumbrante, transgresora como únicamente puede serlo el arte, a la que he vuelto estos días. Pero no lo he hecho desde el gozo del reencuentro, sino motivada por la tristeza, la indignación y la rabia. Así me sentí, además de desesperanzada, al leer el comunicado en el que la compañía Teatro de Fondo denunciaba el «veto ideológico» del Ayuntamiento de Valdemorillo a la obra basada en el libro de la escritora británica que iban a representar en esa localidad madrileña el próximo 25 de noviembre. ¿Quién puede temer a Virginia Woolf?, me pregunté, parafraseando el título de la pieza teatral de Edward Albee llevada luego al cine por Mike Nichols. Y la respuesta fue clara e inmediata: la ultraderecha, pues ella ostenta la Concejalía de Cultura en Valdemorillo. No voy a entrar en el juego del victimismo al que conduciría sacar en este contexto el término censura, pero sí lamento, hasta la iracundia, una decisión política que tal vez haya privado a algún espectador, quién sabe, de ver por primera vez Orlando y experimentar lo mismo que yo sentí hace ya veinte años.

Aquel libro no me cambió la vida, porque hacía tiempo que iba encaminada hacia donde yo quería, pero fue un paso más, muy importante, en la configuración de la personalidad de la escritora, apesadumbrada por el oscuro horizonte que empieza a dibujarse en nuestro país, que firma estas líneas. Valdemorillo no ha sido un caso aislado. En Santa Cruz de Bezana (Cantabria), el equipo de Gobierno municipal, una alianza entre PP y Vox, ha impedido la exhibición, en el ciclo de cine veraniego, de la película Lightyear, en la que hay un beso lésbico. En Getafe (Madrid), el partido de Santiago Abascal ha exigido al consistorio, liderado por el PSOE, que retire «las insinuaciones sexuales» de la obra de Lope de Vega La Villana de Getafe en las futuras representaciones que se hagan en el espacio público. En Briviesca (Burgos), donde gobierna la formación de Alberto Núñez Feijóo, se ha cancelado, quince días antes de su representación, la obra El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca, un texto hermosísimo en el que Xavier Bobés y Alberto Conejero homenajean al maestro republicano Antoni Benaiges. Me espanta que haya responsables de lo público a quienes la libertad, creativa y vital, les causa temor. A mí me aterrorizan ellos.

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