la columna

Mentiras, grandes mentiras y campañas electorales

Gustavo Zaragoza

Gustavo Zaragoza

Podemos distinguir entre el plano privado y el público en el momento de faltar a la verdad, En el primer caso se da un alto contenido moral y puede contribuir a la creación de un entorno toxico cuyos límites se sitúan en el ámbito de las relaciones entre los que se produce el engaño: pareja, amistad, socios, y sus consecuencias pueden no pasar de la mera anécdota o servir de palanca para romper relaciones. Estaríamos en lo que la Real Academia de la lengua define como expresión contraria a lo que se sabe, se piensa, se siente… y se utiliza con la finalidad de evitar un conflicto, conseguir algo que de otra forma sería inalcanzable o esconder algún acto inconfesable. En todo caso, si sale a la luz, tiene enormes probabilidades de erosionar la convivencia. Nietze lo define de manera magistral solamente con una frase: «No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte»

Otra cuestión diferente es cuando el engaño adquiere un tamaño mayor y, faltar a la verdad, tiene repercusión no solamente en el entorno de las personas afectadas. La mentira con amplificador puede tener un carácter más dañino si puede erosionar la reputación de las personas o provocar consecuencias de enorme calado para aquellos que son víctimas de una falsedad que afecte a cuestiones que socialmente no son aceptables.

Mentir cambiando el sentido de la realidad, utilizando datos falsos, aprovechando los púlpitos para construir discursos que no trasmiten la verdad encaminados a deteriorar, al contrario, hacer daño o conseguir el favor de gente engañada, nos asoma a un escenario de enorme riesgo. Se le atribuye al nazi Joseph Goebbels la frase «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Entre los psicólogos esto se conoce como el efecto de la «ilusión de verdad», y tiene una enorme eficacia en el mundo de la propaganda. Pero no deja de ser un fraude al interés colectivo, sobre todo, si se realiza en periodo electoral en el que se está construyendo el contrato entre aquellos que pretenden gestionar el interés público y los beneficiarios de estas actuaciones, que no olvidemos hacen algo tan importante como delegar en un ajeno aquello que es de interés propio, por tanto no es baladí, es una gran responsabilidad, y esta puede quedar muy deteriorada si descansa en algo que no es verdad.

Hay algunas sociedades que se toman muy en serio que sus representantes engañen y la sanción es importante, en cambio, otras lo asumen de manera más liviana. También ha variado la forma de entender y de responder ante estas situaciones que, en principio, deberían repugnar a cualquiera. Estamos en tiempos extraños, este fenómeno parece que está asumido como algo ligado a la acción política o que se puede utilizar como ariete para destruir, al contrario, achacándole algo que no ha hecho.

Posiblemente, estamos entrando en un terreno pantanoso si la mentira no importa, si no tiene una sanción acorde con las consecuencias que ocasiona, si no provoca, la expulsión del espacio público de aquel que falta a la verdad para conseguir beneficio a costa del daño a otro y que se realiza con la finalidad de influir de manera torticera en el interés colectivo. Si esta conducta no es sancionada, estamos incorporando reglas muy peligrosas en la forma de convivencia.

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