Bolos
La trampa de la gran coalición
Se agradece el esfuerzo y constancia de los partidarios de la gran coalición. Son pocos, pero siempre despierta simpatía predicar en el desierto, pero entre frankesteins y demás monstruos, se olvidan que aquel espíritu de concordia del 78 del siglo pasado que reivindican fue posible gracias a una supercoalición donde además del UCD-AP y PSOE, se contó con el PCE, PNV y CiU. No fue un éxito de una pareja, sino un repóquer: Suárez, González, Carrillo, Fraga, Arzalluz y Pujol. Como se sabe, costó más pactar con nacionalistas vascos y catalanes que con los eurocomunistas. Ahora parece imposible porque el PP mira más a la derecha que su progenitora AP que al centro liberal que significó UCD. Aquellos reformistas del franquismo entendieron que era hora de abandonar el nacionalcatolicismo como dogma, quizás por mala conciencia o por los tiempos nuevos que venían, y se impuso el pragmatismo. Incluso Aznar acordó con Arzalluz y Pujol, pero la renuncia al jesuitismo de Ibarratxe y la corrupción del pujolismo provocó la deriva de los nacionalistas con visión de Estado. Los vascos recondujeron su pragmatismo, lo contrario que los postconvergentes. Aquello provocó el repliegue del ala liberal del PP y la creación de dos partidos españolistas. Ciudadanos, que nació con éxito para confrontar con el soberanismo catalán, entró en barrena cuando aterrizó en Madrid, donde siempre se vio con reparos a esos catalanes socioliberales y modernos. La apuesta del casticismo que representa el nacionalismo castellanista es Vox.
En ese escenario donde al PSOE se le reservaba el papel de subsidiario, provocó la victoria en primarias de Pedro Sánchez, que rompió el eje andaluz del felipismo y triunfó en eso que llaman en Madrid la España periférica. Sánchez tiene muchos defectos, pero su éxito ha sido resistir y derrotar el populismo de Pablo Iglesias. Se suponía que Feijóo debía hacer lo mismo con Abascal, pero no ha podido, o no lo han dejado. Y con Vox en la mochila del PP no hay gran coalición posible. Además, la confrontación partidista es la esencia de la democracia, lo otro es una trampa populista.
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