la espiral de la libreta

Trias, el 23F y las caras de Bélmez

Olga Merino

Olga Merino

Habitamos un país heterodoxo donde lo mágico funciona a menudo como cotidiano. Son estas tierras pródigas en leyendas sobre brujas, aparecidos, casas encantadas y endemoniados, predios ricos en fraudes paranormales, como las caras de Bélmez, o bien en mitos de gran interés antropológico, como la Santa Compaña, la comitiva de almas en pena que vagan por las noches envueltas en sudarios. Entre el acervo de misterios, asoma la cabeza de vez en cuando, como el monstruo del lago Ness, el golpe de Estado de febrero de 1981, el enigma de quién movía realmente los hilos de la conjura. Se han escrito kilometradas de páginas al respecto. Que si el rey emérito, que si la reunión en Lleida de Enrique Múgica con el general Armada. Pero aun cuando los documentos oficiales siguen clasificados, me temo que el pescado ya está vendido: lo esencial se sabe. Y en estas, en las aguas bravas de la investidura, Xavier Trias (Junts) resucita en la SER el espectro del tejerazo: «Creo que los socialistas estaban detrás» (con la presunta intención de frenar el desarrollo de las autonomías). Chupa del frasco, Carrasco. En la tarde de autos, recuerdo, mi madre se encontraba planchando en el comedor con la tele puesta, mientras sus vástagos fingíamos pelearnos con los deberes de latín («¿hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?»). La memoria es experta en hacer fullerías, pero me abrasaría la mano por dos asuntos: 1) nuestra madre, las vecinas y otras supervivientes de la posguerra se echaron a la calle a por legumbres y aceite, ‘just in case’, y 2) cuando Tejero irrumpió en el hemiciclo con la Star en ristre, los únicos que se mantuvieron atornillados al escaño fueron Carrillo, Gutiérrez Mellado y Suárez. Felipe y Guerra no debían de estar muy conchabados con la asonada cuando sus americanas de pana buscaron cobijo cuerpo a tierra.

La Transición fue un periodo plagado de tensiones. Desde entonces y en los años que siguieron, quien más, quien menos conserva algún cadáver en el armario, pero no parece que el de los socialistas luzca el tricornio del 23F. Otro asunto fueron las prisas, la aprobación apremiada, al año siguiente, de la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), el café para todos. La norma que descafeinó las aspiraciones del nacionalismo vasco y catalán. Tras el estallido del cóctel molotov, se hizo un silencio incómodo en la radio, y Trias enseguida se puso la venda sobre la herida de una profecía autocumplida: «Me dirán que estoy gagá, que estoy mayor, que digo cosas... Pero es evidente». No es ese el rasguño que le duele, el edadismo, la reprobable discriminación contra las personas de edad, sino el zarpazo de que el PSC le arrebatara la alcaldía. ‘Que us bombin’, que os den. Cómo está el patio.