Cuando fuimos inmortales

Urdiales realiza una de las faenas de su vida en Logroño y nos enseña que hay veces, solamente algunas veces, que sí, que la inmortalidad existe

El maestro de Arnedo sale por la puerta grande en la Feria de San Mateo de Logroño

El maestro de Arnedo sale por la puerta grande en la Feria de San Mateo de Logroño / RAQUEL MANZANARES

Jaime Roch

Jaime Roch

¿Qué es la inmortalidad? ¿Acaso no cuenta para nada la inmortalidad hoy en día? ¿La sociedad no la incluye en su cuartilla de instrucciones? ¿Por qué? ¿Acaso no había que vivir con la máxima ambición y aspirando siempre a crear una obra maestra, inmortal? ¿O nos vemos incapaces de alcanzar la inmortalidad?

Hay veces, solamente algunas veces, que sí, que la inmortalidad existe. La ves, la tocas, la degustas como si te la bebieses de un trago. Seguramente no nos habían hablado de ella por sentido común, del mismo modo que no nos enseñan el genio, la sabiduría o la sensibilidad, virtudes que también se pueden apreciar en un mismo ser.

Herido de vida

Pero hablemos de la inmortalidad. Es una vibración rara, una onda expansiva extraña. A uno se le funden los plomos aquí. Porque poco pueden hacer ese día las palabras, pero no es más que la aparición fugaz de algunas imágenes. Quien ha tenido la suerte de verlas, luego le acompañan, vaya a donde vaya, todo el resto de su vida. Y muchos días después -incluso años- buscas su compañía en el camino como la sombra de un árbol en un mediodía de agosto. Y la tienes, la tengo, y mantienes con ellas una rara relación íntima, continua, gracias a su voz interior, a la profundidad de su respiración, al poso que dejan.

Por eso, al lado de esta balanza encontramos a Diego Urdiales. Ese torero que, tal vez, no se acaba nunca y porque, además, es maravilloso, puede con todo y con todas las causas que el hombre encuentra para ser infeliz. Herido de vida después de un año muy duro, en su casa, con su gente, realizó una de las faenas de su vida a "Despertador" de García Jiménez.

Diego Urdiales esculpe un extraordinario natural a "Despertador" de García Jiménez

Diego Urdiales esculpe un extraordinario natural a "Despertador" de García Jiménez / RAQUEL MANZANARES

En esta faena, como diría Pessoa, si el corazón pudiera pensar se pararía. En Logroño, Urdiales fue un instante. Como si después de él no hubiese nada. Como si por un momento esta lentísima decadencia de la vida de prisa se detuviese para vivir un instante de aguda y trascendente intensidad. Y las percepciones de esa realidad, con los años, estarán cargadas de una energía tan notable que serán la causa que nos haga reír, llorar, emocionarse… y ser feliz, en definitiva.

La libertad

La faena fue una herencia de una permanente lección del buen toreo, del culto a las formas, del goce del sentimiento, de la pureza de su expresión, de la luz de su magisterio, de la grandeza creadora, de la nostalgia torera. Fue todo tan volátil que parecía que su muleta se le caía de las manos. Su toreo nos gime y nos canta con flecos del siglo pasado. Nos conecta con la vida bajo una lluvia de torería que resucita los más antiguos olores de otro mundo.

Esa noche, la voz de Diego sonaba como el susurro de hojas caídas: "No quería que nadie me dijese nada delante del toro, solo quería expresar lo que naciera de dentro con total libertad". Esa libertad de la que hablaba sin declamaciones, con un sentido justo y casi heroico hoy en día, es la misma que ha puesto contra las cuerdas a la abrumadora mezquindad que domina el toreo, la misma que se deja a un torero como él fuera de las ferias. La misma libertad que parte en dos esa monotonía e insensibilidad que trae aparejado el nuevo público de los tendidos. Esa libertad, Diego, la tuya, es la misma que nos ha enseñado a ser inmortales con tu toreo