ágora

A ver quién la tiene más larga

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

Los actos políticos en fin de semana de este país se han convertido en una competición de fuerza sobre quién puede más. La misma medida que se usaba antes en las campañas electorales analógicas con las plazas de toros o los polideportivos ahora se sigue manteniendo casi todo el curso político. Como si llenar unas calles, un día de celebración de partido en un bosque o en una tierra campa fueran más de lo que es, la movilización de los suyos, y eso tiene poco que ver con la realidad social. Los domingos se dividen entre ciudadanos, militantes o no, subidos en vehículos que los llevan a la convocatoria semanal o quincenal sin descanso, y el resto que los vemos en la distancia de ese día tendente a la melancolía.

Llegará un día que se cansarán. En una época de tan baja militancia partidista siempre pienso que habrá un momento que digan hasta aquí de salir a ondear las banderas, de gritar presidente, de escuchar a los mismos y sobre todo de ocupar espacio, más que el del adversario. Porque estos actos que son en parte de confraternización lo son también de rivalidad, lo son por oposición y eso llega un momento que agota. Si la desafección ha llegado a la ciudadanía en general, aunque no se trasluce en la motivación por ir a votar, aunque nos lo hagan repetir por dos veces, la puntilla democrática sería que los partidos menguaran en su número de integrantes y fueran tomados únicamente como piezas a las que mover desde el engranaje de las direcciones.

Si hemos asistido a una fractura en la correa de transmisión entre sociedad civil y partidos, tan grave sería también que estos se vaciaran por no encontrar el valor de la militancia en un sistema político más centrado en la parte competitiva de las elecciones y que olvida en parte el resto de las funciones para los que son necesarios. Tanto hiperliderazgo, tanta instrumentalización para apoyar a los representantes institucionales supone tensar mucho la cuerda en unos partidos eminentemente de cuadros, pero cuyo peso específico es la de voluntarios sin contrapartida.

La jugada ahora, después del apoyo de los suyos, se desplaza al Congreso de los Diputados, y ahí el manejo de los números y los tamaños funciona de otra manera. El toque a arrebato no funciona, sino el de la capacidad de negociación y alianza. Son más los de la derecha que los de la izquierda, pero tienen menos posibilidad de acordar con los otros cuyo eje es más el territorial que el ideológico tradicional. Y Feijóo ahí lo tiene perdido, no tanto por posición personal, sino arrastrado por el clima creado desde el propio Partido Popular desde 2017 y más desde la salida de Mariano Rajoy.

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