La espiral de la libreta

Elegía por un no viaje al Amazonas

Olga Merino

Olga Merino

Hace dos décadas, estrené una carpeta donde iba guardando recortes de revistas, folletos y mapas para un acariciado viaje al Amazonas, que arrancaría en Iquitos (Perú) o bien en Leticia (Colombia). Me entusiasmaba la idea de navegar el río desde más o menos su nacimiento hasta la desembocadura en Belém do Pará (Brasil). Ya tenía al cuerpo convencido para dormir en una hamaca, para el rancho de sopa incierta, para el lavabo requetecompartido. Me veía capaz de sobrellevar la corriente inestable y la monotonía en que el paisaje se diluye tras el deslumbramiento inicial. Aguantaría, creo. Pero ¿y el dinero? ¿Y los mosquitos?

Durante años, el deseo me aguijoneaba como esos malditos zancudos o ‘pernilongos’ de los trópicos. Fantaseaba con la primera travesía de Francisco de Orellana y sus hombres, devorados por la humedad y la locura, una expedición descabellada que salió en busca del país de la canela, más allá de la gigantesca barrera de los Andes, y acabó topándose por casualidad con un río monstruoso, imposible, como recién salido del tercer día del Génesis. Durante el viaje, tal vez me tropezaría con el fantasma del explorador inglés Percy Fawcett, a quien la selva engulló sin rastro, o con el de algún buscavidas de cuando la fiebre del caucho en Manaos. Pájaros de barro en la cabeza, demasiados. Me habían hablado de las aguas negras del río Negro, uno de los tributarios, que se resisten a mezclarse con el caudal marrón rojizo; de los atardeceres de color lavanda sobre la cubierta; de los delfines rosados que se acercan hasta el casco. Pero en estos días se ha difundido la noticia de que al menos 120 de estos cetáceos, un animal en peligro de extinción, han aparecido muertos en el lago Tefé, junto con miles de peces (el 28 de septiembre la temperatura del agua alcanzó los 40 grados). El Amazonas se seca: el río más caudaloso del mundo ha ido perdiendo 30 centímetros por día en las últimas dos semanas.

Hace años, décadas ya, que las comunidades indígenas y los científicos vienen advirtiendo del hachazo del cambio climático, agravado en el pulmón verde del planeta por la deforestación indiscriminada para la agricultura intensiva, la ganadería, la minería y sus vertidos de mercurio y la extracción de petróleo. Vete a saber si podrá darse el viaje, tal vez solo empujando el barco por el pedregal como en Fitzcarraldo, aquella enloquecida película de Werner Herzog, quien, por cierto, escribió un magnífico diario del rodaje, La conquista de lo inútil: «El río, con majestuosa indiferencia y sarcástico desprecio, todo lo minimiza: las fatigas de los hombres, la carga de los sueños y los suplicios del tiempo». Somos una especie vorazmente caníbal: nos estamos devorando a nosotros mismos. Jeff Bezos tendrá que ir pensando en cambiarle el nombre a su negocio.