VERDIALES

Deseo

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Hace unos días, coincidí con Isabel Coixet en la entrega de premios a las Mujeres del Año de la revista Glamour. Ella estaba allí para recibir el galardón a Mejor Directora, y yo como invitada, sin más ni menos. En su improvisado discurso, la cineasta dijo dos cosas con las que me sentí muy identificada, no como mujer, sino como creadora. La primera tiene que ver con la peculiar relación que mantengo con las palabras, hacia las que nunca siento indiferencia, de ahí el cuidado que pongo al escogerlas, ya sea escribiendo o hablando.

Coixet aseguró que a ella el verbo empoderar («Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido», según su primera acepción en el Diccionario) y la palabra derivada del mismo, empoderamiento, no le gustan, (dis)gusto que comparto. No sé en su caso, pero en el mío ese desagrado tiene tanto que ver con su grafía y pronunciación como con su significado.

A la directora de Mi vida sin mí (2003), película que adoro pese a que la primera vez que la vi me provocó una llorera que se prolongó más allá, en el tiempo y en el espacio, de la sala de cine, no le dicen nada esos términos si no van acompañados de financiación.

Es decir, que está muy bien rodearse de palabras como feminismo o sororidad, reflejadas, por cierto, en las paredes de la nueva exposición del Museo Thyssen, Maestras, que descubre a mujeres artistas ignoradas por la Historia, pero lo que a las creadoras nos hace falta es dinero para, precisamente, poder crear. ¿Recuerdan la escena de la película Jerry Maguire (1996) en la que el personaje interpretado por Cuba Gooding Jr. le dice, a voz en grito, al de Tom Cruise «Show me the money!» (¡Enséñame el dinero!)? Pues lo mismo.

Pero, claro, teniendo en cuenta que hay quien se atreve a cuestionar, hasta decidirlos, los temas sobre los que las mujeres debemos escribir, mal vamos en el empedrado (este sí) camino hacia la igualdad. Ya lo escribió Goethe, que no Cervantes: «Ladran con fuerza (…) / pero sus estridentes ladridos / sólo son señal de que cabalgamos». Además, el enfado no es un buen catalizador creativo para mí y, como decía mi abuela Antonia, «No hay mayor desprecio que no hacer aprecio, prenda».

Mejor, por tanto, volver a Isabel Coixet, cuyo universo creativo se extiende, también, a las ondas. En Radio 3, dirige y presenta Alguien debería prohibir los domingos por la tarde, programa que se emite entre las 17 y las 18 horas, en ese momento que la cineasta define como «el triángulo de las Bermudas de la semana». Es decir, los domingos por la tarde.

Mientras escuchaba el último, tras haber visto Missing (1982), la película de Costa-Gavras sobre el golpe de Estado de Pinochet, las palabras de Coixet, mezcladas con la música exquisita que siempre elige, igual que en su cine, y con el olor del pisto que estaba cocinando, me llevaron a una escena de A single man (2010), la adaptación cinematográfica que Tom Ford hizo de la novela Un hombre soltero, de Christopher Isherwood.

En la escena, George (Colin Firth) y su pareja, Jim (Matthew Goode), están sentados en un sofá, uno frente al otro, leyendo, mientras fuera arrecia una tormenta de nieve que devendrá en catastrófica. Uno de ellos, no recuerdo quién, dice algo así como «Podría pasarme la vida leyendo a tu lado», la declaración de amor más bonita que se puede hacer.

Esa misma tarde, después de Costa-Gavras, de Coixet, del cocinado y la plancha, protagonicé una escena bien parecida a la de A single man. L. pasaba las páginas de la última novela de Ian McEwan y yo leía Una estela salvaje (Gatopardo), un precioso libro en el que Kathryn Schulz cuenta su tránsito entre el dolor por la pérdida de su padre y la felicidad al enamorarse de la mujer que luego fue su esposa.

«Eso es todo lo que quiero, pienso en esos momentos y en otros incontables, una y otra vez, en los próximos cien mil años. Esa es la esencia del amor correspondido y el estado más glorioso al que uno puede aspirar: desear sólo lo que ya se tiene», escribe Schulz, y yo siento y asiento.

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