No te engañes, te has hecho viejo

"Puta china. Baja los precios". Encuentro la pintada junto a la tienda que siempre está abierta cerca de casa. Me pregunto por qué no la ha borrado. Quizá es solo resignación ante el odio. Quizá eso también se aprende cuando estás en el lado de los diferentes, las minorías. Vuelven tiempos de señalamientos

Imagen de archivo de la playa de la Malva-rosa

Imagen de archivo de la playa de la Malva-rosa / Eduardo Ripoll

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Me he hecho viejo pensando que soy joven. El mismo tipo que mira las calles con los mismos ojos de cuando tenía veinte años hasta que se da cuenta de que ya no los tiene es el que observa el mundo a veces desde una distancia que le parece insalvable. Ya no me sobran los motivos. Me sobran las contradicciones.

Hacerse viejo es saberse viejo, cuando empiezas a advertir que es posible que pequeños actos sean los últimos, cuando empiezas a mirar la realidad con nostalgia, cuando eres consciente de que tu pasado pesa más que tu futuro. Cuando uno de estos días de sol dulce de invierno, en el silencio frágil de las horas del mediodía, ante el mar que has visto tantas veces, con su rugido familiar, ante estas dunas que enmarcan tu paraíso, de pronto, así, sin prevenirlo, una voz se despierta dentro de ti y te dice que puede que sea la última vez de este momento. Cuando cuentas posibles últimas veces, no te engañes, te has hecho viejo.

Y delante, aún, el mundo. Y delante, tanta belleza. «Tiemblo ante la idea de un mundo sin lógica, como tiemblo por un mundo donde solo haya lógica», dice Kallifatides. El mundo es una paradoja continuada.

Más viejo que Steiner, me consuelo con una sonrisa. No recuerdo ninguna foto de joven de él. Es de esas personas en las que piensas como alguien mayor, cargado de la pesada sabiduría de una civilización. George Steiner es quizá el intelectual de la segunda mitad del siglo XX. Su gran tema es la maldad. Mejor dicho, su tema es la persistencia de la maldad entre la belleza, la convivencia de lo más abyecto del ser humano con lo más elevado, la aquiescencia de quienes crean las grandes obras de arte ante las formas más desarrolladas de odio y dolor. El símbolo de nuestra era, decía, es la conservación de un bosquecillo amado por Goethe dentro de un campo de concentración. Steiner era judío, claro, conoció el exilio, era de muchos países y de ninguno, vio el horror del siglo XX cerca.

Hoy, en el siglo XXI, hemos dado una vuelta de tuerca al sentimiento de Steiner. Los nietos del pueblo perseguido (una parte) avanzan hacia el exterminio de un país vecino. La ONU dice que Gaza ya no es un lugar habitable, dice que solo queda «miseria y dolor». El derecho a la defensa lo han transformado en el aplastamiento de los derechos humanos de un pueblo obligado a la gran decisión ante el horror: huir o morir. Como millones de judíos en el siglo XX. Me pregunto qué diría Steiner de esta crueldad imparable.

«Puta china. Baja los precios». Encuentro la pintada junto a la puerta de la tienda que siempre está abierta al lado de casa. Una mujer oriental de sonrisa larga está horas y horas al otro lado del mostrador, sea el día que sea. Ella es la apelada por el mensaje. Me pregunto por qué no lo ha borrado. Quizá no lo entiende. Quizá es sabiduría, o economía de esfuerzos: presume que le pondrán otra pintada a los pocos días si la quita. Sus clientes más habituales son adolescentes en horas nocturnas en busca de la última cerveza, una sobredosis de azúcar en forma de golosinas o una de esas latas extravagantes de bebidas energéticas. Quizá es solo resignación ante el odio. Quizá eso también se aprende cuando estás en el lado de los diferentes, las minorías, los perseguidos. Vuelven a ser tiempos de manifestación del odio al otro, que suele ser el más débil y al que culpamos de nuestros males. Vuelven a ser tiempos de señalamientos, de verbalizar el anhelo de ver al otro algún día colgado por los pies.

Hacerse viejo es dejar de disimular ante la muerte. Y soñar que un día rozaste la verdad. ¿El misterio de vivir? ¡Vaya pregunta! Mi generación sufre de inestabilidad emocional, entre otras cosas. Diría que inestabilidad, sin más añadido. Hemos asumido que todo debe ser efímero, así que a veces pienso si no he entrado yo también en el tiempo de la obsolescencia programada, cuando algo dice dentro de los aparatos que han de dejar paso, eso tan habitual entre los políticos.

Por suerte esta mañana me he vuelto a encontrar al viejo Paco para señalarme alguna respuesta. Pasa de los ochenta, camina cada vez peor, su cuerpo no oculta el inevitable desgaste, pero parece tener esa fuerza interior de los hombres de campo. Ahí sigue, vendiendo lo de su huertas y lo que llevan de otras, sentado en la silla de siempre, con el caliqueño pegado al labio, dando alguna cabezada de sueño, contestando con sorna a los parroquianos de confianza, arrastrando cada día los pies hasta el bar de la esquina a la hora valenciana del almuerzo. Sabiendo sin saber el misterio de hacer que las pequeñas alegrías pesen más que las grandes tristezas, que algo así debe ser hacerse viejo de verdad. Quizá la última paradoja, la contradicción suprema, sea ansiar saber para descubrir que saber vale poco para construirse el mejor salvavidas ante el vacío y el ruido exterior.