crónicas de la incultura

Que inventen ellos

El ritmo vertiginoso que los medios imprimen a la percepción de la realidad tiene efectos devastadores sobre nuestra capacidad para controlarla. ¿Alguien se acuerda de la guerra de Ucrania? Desde que nos bombardean –nunca mejor dicho- con las atroces imágenes de la devastación de Gaza, todo lo que ocurre en el país del Dnieper parece que ya no cuenta o, incluso, que no ha existido. Con todo, la ceguera más grande que padece el personal no es la relativa a las noticias políticas, las informaciones más desvalidas son siempre las culturales.

El martes 5 de diciembre se conocieron los resultados del informe PISA sobre la educación. Una catástrofe sin paliativos: España se hunde en Matemáticas y en Lectura y algunas regiones, como Cataluña (que fue el motor económico del país), todavía más. Es una tragedia: las matemáticas y la lectura son respectivamente la llave formal que abre los arcanos de la ciencia y de las humanidades.

Los ciudadanos españoles –a los que ni siquiera parece preocupar la catástrofe medioambiental: como para incomodarse por la educativa– nos olvidamos de PISA y nos fuimos de puente tan campantes, al fin y al cabo, «se podía ir a cuerpo». Para no amargarnos las minivacaciones nuestros responsables políticos tuvieron el detalle de facilitarnos la digestión de la noticia suministrándonos bicarbonato discursivo a paladas: que si el trastazo es menor que en los países de nuestro entorno, que si es por la generación que se pasó un año encerrada en casa cuando la pandemia, que si la culpa la tienen los inmigrantes [sic]… Aunque los medios se emplearon a fondo para adormecernos, el asunto no se puede obviar. Es posible defender a Rusia o a Ucrania, a Israel o a Gaza.

En cambio, lo del informe PISA es otra cosa porque resulta imposible disimular la dejadez de la administración (y de los padres, no nos engañemos) durante años. Se manejan datos, muchos datos y, cuando fallan las matemáticas y la lectura al mismo tiempo, lo que está fallando es el sistema en su conjunto.

Cuando Unamuno lanzó su célebre «¡que inventen ellos!» proponía renunciar al cultivo de las ciencias, pero salvando las humanidades. Desde entonces se ha ido produciendo un deterioro oficial de la postura humanista en beneficio de la científica. Muy bien, ya no somos un país de ‘lletraferits’. Por desgracia, tampoco hemos logrado ser un país de científicos. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Hemos reemplazado la ciencia y las humanidades por sus apariencias. En España, cuando una actividad humana produce resultados mediocres, en vez de poner las condiciones para mejorarla, nos dedicamos a publicitarla.

No hay ciudad, pueblo ni asociación cultural o cosa parecida que carezca de su correspondiente premio literario. Los convocan hasta las bodegas. Ninguno sirve para formar buenos escritores. Parece ser que los de ciencias han emulado el procedimiento y promueven premios retrospectivos de investigación, con mucho nobel y los reyes que no falten en el escenario.

¡Qué le vamos a hacer, lo nuestro es el folklore! Por eso no me parece insensato que los jóvenes se hayan lanzado masivamente a trabajar en algún bar. ¿Acaso se puede hacer aquí otra cosa, aparte de emigrar? Esperemos que no les carguen con el muerto del desastre en los países de acogida.

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