Visiones y visitas

La última fortaleza

Juan Vicente Yago

Juan Vicente Yago

Somerset Maugham —otro escritor que se va quedando sin lectores a causa de los pocos lectores con suficiente nivel que van quedando— afirma en su carnet de un escritor que Alemania venció a Francia en 1940 porque Francia estaba «desunida, falta de preparación y emotivamente inestable».

Plantea Maugham estas tres cosas como signos de la debilidad gala en aquellos años, aunque lo cierto es que indicarían lo mismo en cualquier otro país. ‘La Españona’, por ejemplo, lleva tiempo desunida y emotivamente inestable. Desunida por los nacionalismos que la socavan desde que se formó/la formaron, y emotivamente inestable porque la inestabilidad emocional está en el temperamento, la vehemencia, la indisciplina y la genética misma de todos los países mediterráneos. Le queda, pues, de momento, la sola fortaleza de la preparación, la baza de la juventud —esa «juventud más preparada de nuestra historia» de la que tanto se habla desde la fiebre del título universitario que tuvo lugar en los años ochenta y noventa—; un solo elemento de los tres en que puede fundarse la fortaleza de un pueblo. Pero esta última fortaleza, este postrero bastión de la solidez y el prestigio está cerca de perderse también: el informe PISA hizo sonar las alarmas el pasado cinco de diciembre al situarnos de nuevo a la cola del mundo como ya es tradición; a la cola sin que haya servido para nada el paripé de las rúbricas, los proyectos, las contorsiones terminológicas y las cuadraturas del círculo con que se complica lo sencillo, se marea la perdiz y saca un doce hasta el tato.

El nivel académico de la juventud no se arregla disfrazando el analfabetismo, bajando la exigencia o fingiéndola, que todavía es peor; ni sustituyendo las notas numéricas por misteriosas cábalas ambiguas; ni cuestionando el criterio de los profesores; ni cargándolos de inútiles burocracias —no tiene bastantes horas el día para cumplimentar el montón de registros, cuadrículas, planificaciones y memorias que les imponen— hasta el punto de que sólo «descansan», y es un decir, mientras dan la clase que no han preparado bien por culpa del papeleo, la registraduría, la consigna y la zarandaja. No se invertirá la desastrosa tendencia PISA mientras las administraciones carguen el muerto en las jorobas de los docentes. La raíz del suspenso PISA está en las familias y en los alumnos, en la ignorancia garrafal que todo lo invade y en la delirante adicción de grandes y pequeños al pasmo electrónico.

El problema es tan gordo que no sirve de nada el malabarismo calificador, el cambiazo del cuatro por el «ánimo», del cinco por el «objetivo conseguido» e incluso del cinco por el siete, por mucha rúbrica, sello y sonrisilla que se añada. El alumnado seguirá in albis, pegado al pantallote que le deja en el cerebro un poso envenenado y en el alma un enjambre de todos los demonios. Nadie al volante; o, a lo sumo, con el piloto automático del criterio ajeno. Se acabará la imaginación del profesorado, se agotará la enorme farmacopea que le brinda la picaresca española, y aun así empeorará lo de PISA. Perdimos la unión —si alguna vez existió sin fuerza de por medio—, y estabilidad emocional nunca tuvimos, pero la preparación, que construimos mejor que los demás, estamos a punto de perderla en la ponzoña de la red social y el videojuego. Desunidos, emotivamente inestables y palurdos, volveremos a ser los españoletos, los españolinguis, la vieja gloria caída que tanto complace a esa Europoncia rencorosísima de siglos áureos y tercios de Flandes, de viejos esplendores y de Carlos quintos.

Hay en Bruselas un rencor soterrado que retiembla bajo el atomium, que se agita y se pone a la expectativa, con amagos de sonrisa y ojillos desorbitados, cada vez que una desgracia sobrevuela el despojo de ‘la Españona’. Hoy tenemos encima, entusiasmando a los vecinos, el quebranto de la preparación, el hundimiento del nivel académico: el desplome de la última fortaleza que nos quedaba.