Reflexiones

De la posmodernidad a la posverdad

Fernanda Escribano

Fernanda Escribano

Cómo olvidar los pendientes con forma de cafetera de Candela. Cómo olvidar aquellas cuatro Mujeres al borde de un ataque de nervios. Era el final de los ochenta y Almodóvar rompía los esquemas anticipándose, con esa transgresión que lo caracteriza, a la evolución de los valores de la sociedad española que aún andaba en la construcción de su tardía modernización tras la consolidación de la democracia. Desafiando al mismísimo Sigmund Freud burlándose de la histeria femenina, el manchego supo transmitir a través de aquella magnífica película, trazos de la posmodernidad. Mujeres que se cansan de esperar y lanzan el teléfono por la ventana ante una llamada que no llega, un gazpacho dopado, perder la virginidad a través de un sueño y esas gallinas paseando por la terraza de un lujoso ático acariciando el surrealismo, son algunos símbolos hiperbolizados con los que nos intentaba decir que los códigos culturales habían cambiado, que estaban cambiando.

La democracia en España llegó tarde. Quizá por eso, por las ganas de impulsar cambios tras la opresión de una larga dictadura, tengamos tendencia a vivir las transformaciones sociales con cierta pasión. Ya nos explicó Ronald Inglehart a principios de los noventa, cuando puso en marcha la Encuesta Mundial de Valores, cómo las sociedades transitaban de la modernización a la posmodernización en función del desarrollo económico. Constataba su hipótesis de que los polos «escasez» y «bienestar» eran los responsables de ubicar a las sociedades en un sistema de valores tradicionales o hacerlas evolucionar hacia los valores de la posmodernidad, imbricándose, a su vez, en los polos weberianos de «autoridad tradicional» vs «autoridad racional», respectivamente. Cómo las sociedades ricas, con un elevado sentimiento de seguridad y buenos sistemas educativos, eran las que mostraban capacidad de girar los valores materialistas hacia una nueva dimensión: valores posmodernos como el feminismo o el ecologismo pasaban a protagonizar la agencia sociopolítica. La democracia sería el eje central sobre el cual pivotaba todo ello.

Pues bien, en esas estábamos hasta que la quiebra Lehman Brothers en 2008 provocó el huracán neoliberal que daba la puntilla a los estados del bienestar. He de confesar que, en más de una ocasión, me he preguntado si neoliberalismo y bienestar no serán un oxímoron. Qué duda cabe que la incertidumbre y el miedo se adueñaron de la ciudadanía ante aquella crisis. Al hilo de ello y volviendo a la idea de que somos una sociedad que vive las transformaciones con cierta pasión, se puede afirmar que fue así como se vivió aquel sentimiento de la indignación, llegando a ser el epicentro de todo un movimiento que empezó acampando entre la rebeldía y la aspiración de nuevas formas de hacer política, y acabó traspasando nuestras fronteras.

Parte de todo aquello se ha superado pero el rastro que ha dejado es preocupante: la germinación de los populismos en un mundo que transita hacia sociedades cada vez más desiguales, siendo la democracia el centro de la diana que se señala, en unos casos, mediante el cuestionamiento del propio sistema y, en otros, de esos valores posmodernos. Me refiero a la negación del machismo, del cambio climático o de los contrapesos democráticos, con la pretendida involución hacia valores del siglo pasado como las variables que articulan la narrativa populista. Es ahí, donde la posverdad actúa al distorsionar la realidad a través de un nuevo lenguaje y de la conceptualización negacionista de todo lo que impulsó a las sociedades desarrolladas hacia la configuración del cosmos posmoderno. Estar en una dimensión o en otra es el reto que tenemos como sociedad.