Crónicas de la incultura

Paisajes

Es interesante examinar la historia de las disciplinas académicas que se pueden cursar en la universidad. En la edad media, se reguló el estudio de las siete artes liberales de la antigüedad (las establece Marciano Capella en el siglo V) subdivididas en trivium (gramática, retórica, dialéctica) y quadrivium (aritmética, geometría, música, astronomía).

A este patrón se fueron añadiendo otras disciplinas, que con el tiempo dispusieron de su correspondiente facultad: por ejemplo Medicina, como rama de estudios regulares, nace en nuestra cultura occidental en el siglo XII, en Salerno y en Montpellier; las ciencias naturales son reconocidas académicamente en los siglos XV y XVI, sobre todo en Italia; la física en Gran Bretaña en el XVII y así sucesivamente.

Todas estas materias se venían practicando, como curiosidad intelectual o como oficio, mucho antes, señal inequívoca de que interesan en nuestra cultura. Distinto es el caso de ciertas materias que tuvieron que esperar a que su objeto de estudio fuera creado o inventado por el ser humano, como la aeronáutica, la genómica o la inteligencia artificial. También tardó la regulación académica de actividades modernas, como el turismo.

Merece la pena traer a colación el caso de la paisajística. Paisajes ha habido siempre, su percepción no depende del progreso de las técnicas de experimentación, como la medicina o las ciencias naturales, ni de inventos de la modernidad, como los aviones o la informática. Los paisajes entran por los sentidos y la conciencia de los mismos es tan antigua como la especie humana.

En El Génesis (8-10) se describe el huerto del Edén: «Y Jehová plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos».

Luego vendría el tópico literario del locus amoenus («lugar agradable»), imprescindible en las églogas y en la literatura pastoril, pero que también aparece en muchos otros lugares, por ejemplo en De senectute de Cicerón o en los Milagros de Gonzalo de Berceo.

El paisaje es vital para la especie humana porque somos seres dependientes del contexto en el que transcurre nuestra vida y si dicho entorno nos resulta hostil, la vida se hace insoportable. Tal vez por eso ha llegado a existir un grado universitario de Paisajística, aunque me temo que llega tarde.

No sé qué estarán explicándoles a los alumnos. Lo que sí sé es que tienen poco futuro porque los paisajes de España se encuentran en serio peligro de destrucción. Las redes sociales alertan una y otra vez de la barbaridad que supone la instalación de torres eólicas en todas las comarcas del interior.

No hay quien pueda vivir junto a monstruos de más de cien metros que hacen un ruido atroz. La gente saldrá huyendo y el interior de España se desertizará por completo. Para colmo nuestros próceres alardean del logro que dicen haber propiciado, lo llaman «energía verde» (¡).

¿Quiénes?: todos, para destruir el país, tirios y troyanos van del bracete, tal vez porque salen ganando (ellos, no nosotros). El pasado sábado 20 de enero hubo una protesta masiva en Valencia contra ese dislate. Veremos en qué queda.