Reflexiones

Diga la verdad

Fernanda Escribano

Fernanda Escribano

Nos hemos acostumbrado a vivir entre la verdad y la mentira como si ello fuera lo normal. Contagiados del actual mundo binario de luces y sombras que unas veces ofrece esperanza y otras, inquietud. Como en la bella introducción de Dickens en Historia de dos ciudades, vivimos en el mejor y el peor de los tiempos, entre la sabiduría y la locura, en la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

Sobre cómo se cuentan las cosas y con qué finalidad se puede llegar a escribir, lo mostró hace más de setenta años Billy Wilder en El gran carnaval. Una película que, aun no siendo de las más afamadas del extraordinario director, nos dejó un importante mensaje sobre los riesgos del sensacionalismo y de la ansiedad por la fama. Charles Tatum -Kirk Douglas- es un periodista sin escrúpulos que ve la oportunidad de relanzar su carrera creando una atmósfera mediática sensacionalista con el rescate de un hombre que ha quedado atrapado en una cueva. El morbo exacerbado origina una atmósfera simbiótica entre las emociones creadas a partir de la manipulación de la noticia –hasta el punto de jugar con la vida de una persona- y la curiosidad de la gente que llega peregrinando al lugar.

Toda una lección que permite entender que la línea que divide el espacio entre la verdad y la mentira es muy fina y, probablemente, no vaya más allá de las sensaciones; de la percepción de la realidad según se mire, según se cuente. Sobre la distorsión que puede provocar la forma de las cosas y la dificultad para ver la esencia de las mismas, lo explicó Platón en el mito de la caverna. Y, por antigua que pueda parecer la alegoría del filósofo, lo que cabe preguntarse hoy es cuántas sombras invaden la política intentando crear una falsa realidad.

Hace unos días me llegó a través de whatssap un video en el cual un agricultor hacía una llamada reivindicativa a manifestarse desde el ensalzamiento de unos valores que recuerdan a otros tiempos. Una perspectiva inquietante; porque, aun siendo sus reivindicaciones más que comprensibles, incluso, compartidas, esta narrativa está siendo utilizada por el populismo de extrema derecha como un boomerang contra el pacto verde, la agenda 2030 y la transición ecológica. En definitiva, contra Europa a las puertas de unas elecciones en las que nos jugamos mucho. Sin olvidar que, mientras todo esto ocurre, Donald Trump mira de reojo desde el otro lado del Atlántico.

De cómo convertir el sensacionalismo en demagogia y crear una falsa realidad, o de la facilidad del engaño, nos habló Hannah Arendt a través de La mentira en política, mostrando que la desclasificación de Los documentos del Pentágono fue una gran operación de manipulación y marketing. Advirtiendo sobre esa fragilidad que hace que el engaño sea tan fácil, hasta cierto punto tentador. Al no estar éste reñido con la razón, porque las cosas pueden haber sido como el mentiroso mantiene que fueron.

Cuando Charles Tatum llega a la redacción del periódico en una localidad de Nuevo México -desde el que conducirá la manipulación informativa del accidente del pobre hombre atrapado en la cueva- llama su atención un cuadro colgado en la pared en el que se lee la frase «tell the truth». Tatum le pregunta a la secretaria que le atiende si la frase es suya, a lo que ella responde que no, que la frase es del director, pero ella ha bordado el cuadro. Cuánta sinceridad en esa escena. El sensacionalismo y la demagogia de hoy ante los problemas de los agricultores no están en los medios de comunicación. Es mucho peor, se encuentran en el ejercicio de una parte de la política.