Coolor: el adiós a una discoteca 'maldita'

A las que éramos adolescentes entonces, y del terreno, la tragedia nos frenó de golpe en nuestros primeros aletazos de libertad en todos los sentidos. El miedo marcó sus reglas e impuso sus rejas.

Lugar en el que estaba la antigua discoteca.

Lugar en el que estaba la antigua discoteca. / Daniel Tortajada

Isabel Olmos

Isabel Olmos

Es miércoles por la mañana. La redacción de Levante-EMV está todavía medio vacía pero, en breve, se llenará de vida en un goteo constante de ruidos y humanidad. Los teléfonos tampoco acaban de arrancar (las máquinas de café se imponen claramente) cuando, ya sentado en su mesa, el compañero de la edición de l'Horta de Levante-EMV Alfredo Castelló me dice al pasar: 'Tenemos un buen tema. Van a convertir Coolor en un supermercado'. Literalmente, el corazón me da un vuelco, en una de esas expresiones físicas que una no puede controlar porque la información entra como una bala e impacta sin tiempo para activar la coraza. A muchas personas que estén leyendo este artículo esta palabra, Coolor, así sin más, carecerá de cualquier tipo de significado, pero para todos aquellos -y sobre todo, aquellas- que vivimos los años 90 en l'Horta, la Ribera y otras comarcas cercanas, a la palabra Coolor no hay que añadirle nada. Era Coolor. La mítica y posteriormente 'maldita' discoteca Coolor.

Fachada de la discoteca Coolor.

Fachada de la discoteca Coolor. / Levante-EMV

En 1992, yo tenía 16 años. Cursaba tercero de BUP en uno de los institutos públicos de Torrent y salía los fines de semana con mis amigas a las diferentes discotecas de moda del entorno: Arabesco, Tabú, Alhambra, Piano Blanc, Rayas y un largo etcétera Lo más común en aquellos años es que los locales ofrecieran un servicio de autobuses para recoger a la juventud y llevarla directamente a las discotecas. No había nada 'sin alcohol', te podías pedir lo que quisieras. Allí nos encontrábamos, a menudo, con compañeros de la escuela o con amigos de amigos y así, entre bailoteo y tonteos varios, pasábamos la tarde. Nos sentíamos, al menos en mi caso, libres y confiadas, pese a los evidentes riesgos que nos rodeaban. Todo estaba bien.

Hasta el 13 de noviembre de 1992. El día que todo cambió. De repente, salta la noticia: tres chicas como yo (de hecho la que no llegó a ir habia ido a mi colegio) había desaparecido cuando se dirigían a Coolor. Entre Alcàsser y Picassent. Lugares demasiados comunes para que el terror no se cuele hasta lo más hondo en un solo segundo. No puede ser. Debe de ser un error. Hablamos entre nosotras porque tenemos mucho miedo, porque sentimos que la bestia, sea la que sea, ya está dentro de la casa. Se ha colado en el cálido hogar por una ventana entreabierta. De repente ya no quedamos para irnos de fiesta. Nos quedamos en Torrent, un lugar que presuponemos seguro, aunque ya empezamos a percibir que ningún lugar será ya seguro para nosotras vayamos a donde vayamos. Un camino recorrido mil veces, a las mismas horas, con la misma gente ya no es garantía de llegar sana y salva a casa. Ahí se rompió todo.

El crimen de Alcàsser nos frenó de golpe en nuestros primeros aletazos de libertad en todos los sentidos. El miedo marcó sus reglas e impuso sus rejas.

Si el crimen de las niñas de Alcàsser traumatizó a todo un pueblo puedo asegurar, en mi propia piel, que pasó lo mismo con muchas mujeres que entonces éramos adolescentes. De Catarroja, Alaquàs, Alfafar, Silla, Benetússer y, claro está, Picassent. Nos frenó de golpe en nuestros primeros aletazos de libertad en todos los sentidos. El miedo marcó sus reglas e impuso sus rejas. Ya no se podía salir como antes, ni relacionarte como antes, ni moverte como antes, ni confiar como antes. 'Mira lo que ha pasado en Alcàsser', era la frase lapidaria y letal para que te frenaras en seco. Cualquier desconocido medio raro era un Anglés en potencia. Y La Rodana, Ricart y Coolor, algo inolvidable.

La discoteca a la que iban Miriam, Toñi y Desiree el día que fueron secuestradas todavía aguantó abierta algunos años más después de la tragedia. Pero todo había cambiado.Demasiados titulares para sostener un nombre con tanta carga asociada aunque en el local, como tal, no pasó nada. Pero ellas, les xiquetes, se dirigían hacia allí en la noche más negra y el miedo ya lo había copado absolutamente todo. Ahora Coolor será un supermercado. Irán familias con niños, parejas, personas mayores, solteros y en él trabajarán personas de todo tipo. Ajenas a la tragedia. O no. Depende de la edad. Nada cambia el pasado ni lo que sucedió y sus consecuencias, para todas, todavía perduran. Los lugares de la memoria lo son mientras dure ésta. Quien sabe si cuando se agoté ya nadie sabrá lo que este supermercado fue -para muy bien y para muy mal- muchos años antes.