Nos faltan diez

El edificio incendiado es como un espectro negro, un testigo mudo, pero cuya estructura resquebrajada recuerda la muerte de diez personas

Ramos de flores ante el edificio incendiado en recuerdo de las víctimas.

Ramos de flores ante el edificio incendiado en recuerdo de las víctimas. / PACO CALABUIG

David Laguía

David Laguía

Nos faltan diez. Esa frase me aturulla. Diez personas que hoy deberían seguir aquí. No hay silencio en Campanar, hay murmullo. Todo el mundo comenta, en voz baja, pero comenta. Algunos narran historias de las víctimas. «¿Cómo no pudieron salir?» O maldicen el material que revestía el edificio. «¿Cómo puede ser?» Las caras son serias, tristes. València está triste, Campanar está compungida.

Centenares de curiosos merodean la rotonda, la de Bertolín, como la conoce casi todo el mundo. Ellos volverán a sus casas. Los vecinos de Campanar seguiremos aquí. Reviviendo el horror cada vez que veamos, aunque sea de refilón, ese manojo de hierros que escupió fuego, que fue pasto de las llamas en apenas una hora. Ese espectro negro cuya cima se puede ver incluso desde el barrio antiguo. Un testigo mudo, pero cuya estructura resquebrajada nos recuerda la muerte de diez personas. Nos faltan esos diez.

Desde la profesora que desgraciadamente había decidido teletrabajar en esa fatídica tarde de un jueves de febrero, hasta la familia que, siguiendo el desacertado pero bienintencionado consejo de los bomberos, se resguardó en un cuarto de baño a la espera de un rescate que nunca llegó. La visión de esa familia, abrazada, junto a la bañera, que sabía su destino y se lo comunicó a sus seres queridos en busca de una digna y sentida despedida. Esa desesperación. Puro dolor. Y me vuelven a salir las lágrimas. Y no quiero impedirlo. Cada vez que veo en la calle a un niño o niña pequeño, un recién nacido, un carrito de bebé… cualquiera podríamos haber sido. Ha tocado muy cerca. No los conocía, pero siempre hay alguien cercano que sí. Y las caras, sí que las reconoces. De un cruce en el supermercado, en el bar de la esquina, en el paso de cebra cuando llevas a tu hijo al colegio… o vete tú a saber. Pero los has visto. Y, sin saberlo, formaban parte de nuestras vidas. Y ahora no están. Nos faltan ellos. Nos faltan diez vidas segadas por el fuego. Diez proyectos de vida que, sumados a las decenas de personas que han perdido sus hogares, sin haberlo ni siquiera imaginado ni haber cruzado una palabra con ellos, muchos echaremos de menos. En Campanar nos faltan esos diez.

Y ahora me hago preguntas. ¿Por qué escogimos esta casa y no aquella, la de la rotonda, la que también ojeamos en aquel portal inmobiliario y que, de hecho, me pareció interesante, cuando decidimos tras años de alquiler que queríamos establecernos definitivamente aquí, en Nou Campanar? ¿Por qué? Una decisión, tomada hace tiempo, que nos ha condicionado de por vida. Y que siempre tendré en la cabeza. Cada día. Lo futil y efímera que puede ser la vida. Sobre todo, porque por mucho que quiera desconectar mi cabeza de esta tragedia, cuando me siento en el sofá para ver la televisión o leer un libro… a la derecha, por mi ventana, asoma una cicatriz de 14 plantas que ha desgarrado el corazón de un barrio. Y vuelven a brotar mis lágrimas. Porque nos faltan esos diez.