Ágora

Mujeres libres

Germà Arroyo

Germà Arroyo

Olga y María no se conocen. A la primera no le importa que usemos su nombre verdadero pero la segunda elige el ficticio de María. Las dos vinieron de otros países a trabajar, a buscarse un futuro mejor, para ellas y para sus hijos. La primera conoció por un primo suyo de Reus, su primer destino en España, al que sería su pareja. Se enamoró y se vino con él a nuestra ciudad. Su familia estaba bien posicionada, él trabajaba en la empresa de casa, era callado y educado. Al llegar la pandemia, las cosas cambiaron. Olga lo necesitaba a él para todo, no salía de casa, se sentía sola, dependiente y sin un círculo de amistades al que recurrir. Ni siquiera su madre la creía cuando se lo contaba. Su pareja la tenía tan controlada que le espiaba en su ordenador los mensajes que ella recibía en el WhatsApp del teléfono. El tipo le dejó de hablar, se ausentaba de casa durante días, volvía bebido y descuidaba al hijo que tuvieron, diagnosticado con problemas de autismo.

En 2003 María se casó en su país y para ella fue una liberación. Ya estudiaba Derecho en la universidad y salir de aquella casa familiar, en la que tan mal lo había pasado con su madre, le hizo bien. Su marido garantizó al suegro que le permitiría acabar la carrera. Poco tiempo después tuvieron un hijo y él le prometió una vida muy bonita. El encanto duró poco. La promesa de los estudios superiores se esfumó y el mentiroso se puso violento y acabó en la prisión.

La pareja de Olga no se amilanó y trascendió del control y la violencia verbal a la física. En una de tantas discusiones estuvo a punto de ahogarla. No lo consiguió gracias al hijo que escuchó ruidos y alertó a la policía. No hubo denuncia de ella en esa primera agresión, pero sí en la segunda. Tras ello entró, como María, en una vivienda de acogida tutelada por asociaciones de ayuda a mujeres víctimas de violencia de género. El paso de ambas por allí les abrió los ojos a nuevas realidades de empoderamiento y están eternamente agradecidas por el apoyo que les brindaron.

Estas dos valientes mujeres, además de haber sufrido unas vivencias terribles, han necesitado contar con recursos y apoyos para salir adelante. Se necesita, pues, esa red de protección institucional porque no lo tienen nada fácil. La vivienda es inaccesible sin un contrato de trabajo, los tribunales muchas veces no les dan las órdenes de alejamiento; lo que conlleva numerosas dificultades. Si hay menores, con las medidas civiles que pueden ser muy injustas, como las custodias compartidas que no les permiten ni pensión de alimentos; o las mujeres inmigrantes que, sin orden de alejamiento, no pueden obtener el permiso de residencia.

En cuanto a las ayudas económicas por ser víctimas no son tantas ni tan inmediatas como se cree. Entre otras, la Renta Activa de Inserción (RAI), de 460 euros al mes; o el bonometro violeta, que es gratuito. Debemos recordar, en este 8M, que la violencia contra las mujeres es un problema estructural y no individual y que, por tanto, son necesarias medidas globales que hay que presupuestar. Las mujeres víctimas deben enfrentarse, además, con un mercado laboral hostil que no contempla la conciliación familiar.

Olga y María coinciden en señalar, cuando se les pide que ayuden con su experiencia a otras mujeres en riesgo, que rompan al primer síntoma, que lo hablen con amistades y familia, que no hay que estar con alguien porque sí, que no hay que temer a la soledad, porque es mejor que estar mal acompañada o viviendo con su enemigo. Ellas son solo dos gotas de agua en el océano de malos tratos y de violencia indiscriminada contra las mujeres. Pero su testimonio es positivo y vale la pena escucharlas.

Lo que las dos más valoran, y se apresuran a comentar para la redacción de este artículo de la Fundación Novaterra, con motivo del Día de la Mujer, son dos conceptos importantísimos. La libertad y la independencia. Ahora tienen tranquilidad, pasean sin miedo, se visten como quieren y hacen muchas cosas más por sí mismas. Son felices porque no tienen que dar explicaciones a nadie y el trabajo les ha dado una autosuficiencia que antes no tenían. Ambas se han reencontrado con sus vidas y encaran ahora un firme futuro como mujeres libres.