Cinco mujeres

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Conocí a una señora que siempre quiso divorciarse de su marido, pero que jamás lo hizo. Las noches que se achispaba con un vaso de whisky y se fumaba un cigarrillo a escondidas del mundo se sinceraba. Quería al marido, pero no lo suficiente. Tenía todas las comodidades deseadas, pero no eran prioritarias. Le gustaba su casa, pero quería ver mundo. Entonces, ¿por qué no le dejaba y punto y pelota? Porque jamás trabajó y dependía económicamente de él. Murió hace años y me hizo este regalo en forma de enseñanza. La independencia económica favorece la libertad. 

La vi el primer día del viaje. Iba con su traje masái. Elegante, alta, risueña y con el pelo corto. Hablé mucho con ella durante días. Me contó que alguien en su familia la protegió y evitó que le practicaran la ablación del clítoris, que su madre fue expulsada de su entorno al tener una hija que nació sin piernas y que se refugió con ella cuando decidió no soportar la poligamia de su marido. Ella constató que tener redes en las que apoyarnos y en las que confiar puede ser la diferencia entre la desesperación y la serenidad. 

Tengo una amiga que se presentó a una entrevista para dirigir un medio de comunicación radiofónico. Una de las preguntas del mandamás fue si se atrevería a echar a un trabajador. Ella, convencida de que allí había truco, meditó la respuesta largamente. ¿Podría ser que ese comentario chorra fuera, en el fondo, un test psicotécnico encubierto que evidenciara alguna carencia o un bajo coeficiente intelectual? Respiró y dijo, no sin antes notar un ligero temblor en el párpado: «Si un trabajador tuviera un bajo desempeño, se lo advertiría. Si no reaccionara a las advertencias, no dudaría en finalizar su contrato». El mandamás dio una palmada sobre la mesa: «¡Me gustas! Eres una mujer con cojones», y la contrató. Otro aprendizaje: no preguntes a una mujer lo que jamás preguntarías a un hombre. Es descortés. 

Cada vez que quería un cigarrillo, iba a casa del vecino. Como él sabía que tenía poder sobre ella y su enfermedad mental, le ponía condiciones. Un pitillo a cambio de sexo oral. Dos si se acostaba con él. Ella accedía, hasta que un día dejó de hacerlo. Él le dio una paliza y, luego, la violó. «Esa tonta no se entera mucho de lo que le hacen», dijo. Más del 40% de mujeres con discapacidad sufre violencia de género. No se habla de ellas.

Que Francia sea el primer país que blinda el derecho al aborto en su constitución me ha recordado a mi compañera de pandilla, que en los 80 se fue a Londres porque aquí no había opciones para abortar. Me acuerdo del terror a que se enteraran sus padres, de la angustia y del desamparo. Recuerdo su sentimiento de culpa y la sensación de alivio que sintió. Pienso, también, en las que deciden continuar, a pesar de no desearlo, y en las que buscan desesperadamente la maternidad y lo intentan y lo intentan. A veces sin éxito. Y en las valientes que deciden ser madres solteras. Amo ser mujer porque me permite ser madre. Aunque, sobre todo, amo ser una mujer que vive en libertad para elegir su camino. Que así sea para todas.