Opinión | Voces
El cordón umbilical del 8M
El debate, la discusión está impresa en el ADN del feminismo. Como todo movimiento conformado por un aluvión de ideas y de realidades, ha ido avanzando en el consenso y el disenso. Sus modos de expresión han sido muchos, desde las teóricas de la academia a las activistas de la calle. Unas y otras se han espoleado mutuamente, obligándose a ahondar en el pensamiento y en la resolución.
Hablar de un solo feminismo es tan inútil como pretencioso. En los últimos años, sin embargo, han encontrado acomodo en las redes (y más allá) unos discursos belicosos que pretenden arrogarse su propiedad. Eso ha engrandecido a personajes que, en una calculada combinación de mordacidad y victimismo, han visto crecer su protagonismo y la legión de seguidores. El fenómeno es propio de las redes, no del feminismo, pero resulta especialmente nocivo para sus intereses.
Frente a las indiscutibles conquistas del feminismo, el rearme reaccionario es una realidad que se manifiesta de formas muy distintas. El machismo crece entre los más jóvenes y los derechos logrados vuelven a estar amenazados, como el aborto en EEUU y en Argentina.
Las mujeres (igual que los migrantes o las personas LGTBIQ+) se han convertido en objetivos de la extrema derecha. Animales sacrificiales para una sociedad empobrecida, temerosa y sin horizontes utópicos. Chivos expiatorios para que a nadie se le ocurra derribar el templo del ‘statu quo’.
El feminismo puede y necesita romper todos los marcos de la desigualdad para avanzar. Por ello debe encontrar el modo de interpelar y ofrecer alternativas a quienes buscan refugio en la simpleza del discurso ultra. Ampliar las miras y las luchas, en vez de colocarse orejeras que limiten su acción. Poner el altavoz en las discrepancias (y las discrepantes, en la diana) solo resta fuerza a su capacidad de transformación. El ombligo puede ser el solaz de la autocomplacencia o el símbolo del cordón umbilical. Pocos objetivos resultan más trascendentales que nutrir la vida y el futuro.
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