Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Ximo Puig

Ximo Puig, en el comité nacional el pasado día 16, entre Ana Barceló y Pilar Bernabé.

Ximo Puig, en el comité nacional el pasado día 16, entre Ana Barceló y Pilar Bernabé.

Comenzaré con un azar del destino. La vida, como cuenta y canta un amigo común, son Causas y azares. Benicàssim 1990. No, no estábamos en un congreso del PSPV como el que se aproxima. Era un debate de embajadores de toda la ribera mediterránea en el marco de aquel Festival por la Paz que algunos aprendíamos a organizar. La Generalitat fue invitada y Ximo Puig el encargado de personarse y hablar. No era la primera vez que nos veíamos pero sí era la primera vez que comprendí quién era y quién iba a ser. Exhibió su calado diplomático en un foro complejo. Sin duda, una de las virtudes más preciadas que debe poseer un político. Un diplomático es una suerte de arquitecto que construye puentes derribados o inexistentes. Eso es lo que Ximo ha tratado de hacer toda su vida. Aquella premonición fue certera. Hoy se dispone a comenzar un nuevo capítulo vinculado a las artes diplomáticas como embajador de España en la OCDE. Que se preparen. Visualizará puentes y caminos inexplorados y fluirán ideas nuevas porque su paso por allí será cualquier cosa menos gestión de la rutina. Porque ese es Ximo Puig, un innovador. Se le ha definido de muchas maneras pero este ha sido siempre uno de sus mayores atributos y, probablemente, causa de sus posibles insatisfacciones. Por él, siempre hubiésemos llegado más lejos. Lo he visto claro durante muchos años caminando a su lado. Un incombustible capaz de reventar moldes y también entornos por agotamiento. Imposible igualar su compás y biorritmo gestor. Hay muchos políticos y muy pocos estadistas. Ximo pertenecerá para siempre a este último grupo en vías de extinción. Por eso a veces pienso que nos hemos perdido a un gran ministro en un tiempo que precisa de talantes como el suyo en esta España imposible.

Nunca sabré si existen las certezas absolutas en política pero este artículo va de la vida. Hubo de todo. Momentos buenos y también otros peores. También miradas divergentes porque esa es la verdadera lealtad. Aplaudirlo todo es una impostura que ofende la inteligencia y Ximo es un tipo armado con varias inteligencias. Cuando compartes eso que llamamos erróneamente éxito y eso que denominamos equivocadamente fracaso, lo has compartido todo. Hoy me queda una gran sensación de orgullo. Un orgullo adosado al afecto perpetuo. Ximo es una persona excepcional y ha ejercido como tal en este complejo y encanallado lodazal que, demasiadas veces, es la política. Comprender a Ximo no es fácil. Juega en otra liga pero lo disimula con la humildad de los grandes.

Los últimos 8 años al frente del Consell no solo confirmaron su grandeza sino que incrementaron un liderazgo a cada paso. Por cierto, imposible olvidar el honor de proclamarle Molt Honorable en aquel breve pero intensísimo periodo como presidente de Les Corts. No detallaré gran cosa pero sí, en cada contratiempo y en cada desgracia (metereológica o sanitaria), creció como crecen los verdaderos capitanes ante la tempestad. Hemos compartido viajes cortos y largos. En todos los sentidos, literales y figurados. Su primer viaje internacional como presidente en 2015 tuvo contenido turístico. Lo preparamos meticulosamente para comenzar a pelear el mercado estadounidense. Y, de nuevo, un gesto diplomático premonitorio. Visitamos en Nueva York a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados. Ya no nos acordamos de nada pero Ximo Puig, cuando todos miraban para otro lado, propuso fletar un barco para salvar vidas anónimas en este Mediterráneo desgarrado de crisis humanitarias. Vidas parecidas a las que se salvaron en la pandemia. Esos momentos inenarrables que nos marcaron para siempre. Esos momentos que, por sus decisiones extraordinariamente difíciles, le honrarán siempre. Todavía no toca hablar del legado. Toca agradecer a un ser humano, llamado Ximo, su humanidad.