Opinión | Tribuna

El poder del discurso

El 15 de marzo celebramos el día Mundial del Discurso. Esta efeméride se puso en marcha durante la celebración del Foro de la Democracia de Atenas en 2015. Luego estamos ante una celebración instaurada hace poco tiempo, aunque los discursos existen desde hace muchos años. ¿Desde que existe el ser humano? Puede que sí, aunque seguramente se hayan ido sofisticando y extendiendo en sus múltiples campos de aplicación. ¿Quién no ha recibido (o aguantado a veces) un “discurso” de su padre o su madre? En el discurso como fenómeno comunicativo no se espera una réplica de la otra parte. Podríamos decir que es un tipo de comunicación asimétrica.

¿Cuál es el origen del discurso? Sin duda el discurso, que se instrumentaliza a través de la palabra, surge desde una necesidad básica del ser humano que es la de comunicarse y relacionarse con otros individuos. Es por medio de la palabra como el ser humano se distingue de otras formas de vida. Es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas. Recordemos aquellas palabras de nuestro gran Luis Vives, “el vínculo principal y la consistencia de todas las necesidades humanas son la justicia y la palabra”. La diferencia con otra forma de comunicarnos, como es la conversación, es que en el discurso uno habla y los demás, en principio, se espera que escuchen, cosa que no siempre sucede. Nos encontramos con oyentes… que no escuchan. En nuestro entender la responsabilidad sobre esta posible realidad recae en su grado máximo en el orador.

Hay discursos de muchos tipos y en cualquier relación humana uno de los participantes puede en cualquier momento decidir “echar un discurso” a los presentes. Todos conocemos seguramente a “personas-discurso” que en cuanto les das un pequeño espacio te lanzan “su discurso”, que por otra parte ya conoces por habérselo escuchado otras muchas veces.

Está claro que hay pues “discursos insufribles” que no aportan ningún valor y otros que son ejemplares y llenos de intención, contenido y valor. Y pueden ser insufribles por su monotonía, o por no aportar ningún valor o por no adecuarse para nada a las expectativas de los oyentes, o por su falta de claridad o utilización de un lenguaje no adecuado… o por su excesiva duración. Al respecto me viene a la cabeza el discurso de Fidel Castro a sus 71 años al ser reelegido presidente de Cuba… duró 7 horas y 15 minutos.

Antes o después a casi todos se nos va a pedir que elaboremos un discurso sobre aspectos relacionados con nuestra profesión, familia o cualquier sistema social en el que estemos inmersos. Desde Fundación por la Justicia también “echamos discursos” relacionados con la imperiosa necesidad de avanzar hacia un mundo más igualitario, armónico, justo y en paz. Se suele decir que con solo el discurso no vale y es cierto, pero está claro que suele ser el primer paso. Después hay que ponerse en acción. Y así lo hace Fundación por la Justicia.

Cuando alguien me pide algún consejo para hablar en público, le suelo indicar alguna metodología o curso que puede hacer, pero previamente le animo a que lea o escuche algunos de los grandes discursos que se han ido dando a lo largo de la historia y de los que guardamos registros. Que comiencen por Pericles, Tácito, Cicerón, Alejandro Magno, Sócrates, César Augusto, Demóstenes, el emperador Marco Aurelio… y sigan con discursos de épocas más actuales como los de Martin Luther King, Winston Churchill, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, John F Kennedy o Steve Jobs…

El discurso de Martin L King, “I have a dream” dio la idea para la creación de las afamadas charlas TED con duración de 18 minutos. Tiempo suficiente para un gran discurso.

No se trata de hablar por hablar ni hablar de cualquier cosa. Las palabras quedan ahí. Y esto deberían tenerlo muy en cuenta algunos políticos. Hay una frase que aparece en la escalera de Selarón en Río de Janeiro: “Hay 3 cosas que no vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida”. En el caso de un discurso nos encontramos con dos de ellas, la primera y la última, pues si no se consigue el impacto suficiente puede que los oyentes-escuchantes no actúen en la línea pretendida o no acepten participar de nuevo en otra ocasión. Oportunidad perdida.

De cualquier forma, recuerda que, siempre, lo que eres habla más fuerte que lo que dices.