Opinión

El piloto que voló contra corriente

Así es cómo voló el valenciano Juan Olivert cuando elevó a su aeroplano, Olivert-Brunet, sobre el campo de maniobras militares del Regimiento de Artillería Montado N.º 11 del Ejército de Tierra, de Paterna, el 5 de septiembre de 1909. Sin duda, una proeza que permitió a ‘el volaoret’, como le apodaron en su Cullera natal, ser pionero de la aviación a motor, en España.

Previamente, en 1903, los hermanos Wright lograron realizar, en Kitty Hawk, Carolina del Norte, el primer vuelo controlado y sostenido de una máquina más pesada que el aire, a bordo del aeroplano Flyer. Tres años más tarde, obtuvieron la patente de su invento, lo que les otorgó derechos exclusivos sobre el control de aeronaves, mediante el wing-warping, y consolidar las bases de la industria aeronáutica, a nivel mundial.

La proeza de Olivert es uno de los ejemplos más evidentes de cómo desaprovechar una oportunidad para desarrollar una industria de alto valor y gran impacto, en un contexto histórico mundial, en el que estaba naciendo la aviación a motor. Muy a nuestro pesar, los principales referentes del sector no se localizan en la Comunitat Valenciana sino en Vizcaya, Álava, Burgos o Getafe, pese a que la principal compañía de aviación regional europea, Air Nostrum, es valenciana. ¿Qué habría pasado si a este auténtico héroe se le hubiera apoyado para consolidar su proyecto y, por ende, liderar territorialmente, desde esa gran innovación, una industria emergente?

Esta ocasión perdida, sin ser única, debiera invitarnos a la reflexión sobre el por qué y, sobre todo, acerca del cómo evitar los errores del pasado. Un buen punto de partida, para ello, podría ser el último Índice de Competitividad Regional, publicado por la Comisión Europea en 2023, que sitúa a la Comunitat Valenciana, por primera vez en la historia, por encima de la media europea en el indicador de innovación; siendo la séptima de las 234 regiones que más ha mejorado su puntuación en este indicador, en comparación con la edición de 2019 de este estudio.

Superar a regiones, tradicionalmente, más potentes, como Emilia Romagna, Véneto o Lombardía; superar la media nacional y escalar posiciones, sólo por detrás de Madrid, País Vasco, Cataluña y Navarra, sin duda, es un gran logro, pero la competitividad interregional no cesa y, sobre todo, no entiende de programas.

Analizar la historia y aprender de las mejores prácticas que tenemos a nuestro alrededor; escudriñar ‘porqués’ y ‘cómos’; objetivar realidades sin apriorismos, suponen un buen antídoto contra las ideas preconcebidas que ponen en peligro iniciativas territoriales en contraposición a sus homólogas foráneas que, sin contexto e información, son gratuitamente sobrevaloradas. Imagino que el aldeanismo tan propio que sufrió Juan Olivert le hizo envidiar el contexto donde los Wright desarrollaron, incipientemente, la industria de la aviación. Entre la boina y la tierra del cardenal rojo, sólo dista un vuelo anticíclico y ‘a contra corriente’ por la I+D+i, como solución de futuro.